martes, 9 de abril de 2013

9.2. Entre el hoy y el quizá mañana



Jaime Ballester (2013)

Pinocho abandona su casa para formarse, para realizar su mejor opción. Cuenta para ese viaje con todo lo que ha recibido. Tiene esas posibilidades porque se le han entregado una serie de capacidades, como un regalo. Y sale ilusionado a sacarle el mejor partido.

Ante la tesitura de seguir el camino hacia su mejor posibilidad o posponerlo a favor de un entretenimiento momentáneo, Pinocho cede. Decide tomarse un respiro, aplazar lo que iba a hacer hoy (oggi) y dejarlo para mañana (domani):
«Hoy (oggi) iré a oír los pífanos y mañana (domani) a la escuela; para ir a la escuela siempre hay tiempo».

Pinocho llega donde está la música y ve un barracón pintado de mil colores. El sonido, las luces, el ambiente, han guiado a Pinocho. Sabe que allí va la gente a pasárselo bien, a disfrutar y descansar. Pero no sabe exactamente de qué se trata. El ser humano necesita aprender todo, también cómo, cuándo y con qué divertirse. Y el aprendizaje se inicia siempre a partir de lo que nos es transmitido: necesitamos apoyarnos siempre en otros. E importa mucho en quiénes nos apoyemos: no se ve el mismo panorama desde los hombros de un gigante que desde la altura de un enano.

Pinocho pregunta a un muchacho por el barracón. Casi hasta el final del capítulo, el interlocutor del Pinocho será este ragazzetto del paese, ese mozalbete del pueblo, que mostrará en todo momento gran sentido común. Comienza aplicando un principio fundamental de toda enseñanza: no proporcionar una ayuda innecesaria. Le dice a Pinocho que si quiere saber qué es el barracón, que lea el cartel. 

«Lo leería de buena gana, pero precisamente hoy no sé leer; Lo leggerei volentieri, ma per l’appunto oggi non so leggere».

La respuesta de Pinocho manifiesta la situación en que se encuentra. Ya hemos visto que ha decidido que hoy no irá a la escuela. Por eso, per l’appunto oggi, precisamente hoy que necesitaría saber leer, no sabe.

El muchacho lee entonces el cartel. Se trata de un teatro de títeres. Pinocho quiere entrar, naturalmente. Y no tiene dinero, naturalmente.

Se puede pensar que intentar conseguir lo mejor supone esfuerzo frente al mero “dejarse llevar” que implican otras opciones más divertidas y relajadas. No es así. Nuestras peores posibilidades también tienen un coste. Y un gozo, también. Pero el precio y el resultado de unas y otras están en planos distintos.

Pinocho iba a formarse y ganar dinero para comprar una casaca de plata y oro, pero como no ha ido a la escuela no tiene las cuatro perras que cuesta la entrada. ¿Cómo conseguirlas?

Primero pide. No es la primera vez que pide. En la respuesta el muchacho se burla de lo que dijo poco antes Pinocho cuando le invitó a leer:

«Te las daría de buena gana, pero hoy precisamente no te las puedo dar; Te li darei volentieri, ma oggi per l’appunto non te li posso dare».

Continúa el juego entre el hoy y el mañana y las consecuencias de las acciones. Hoy, precisamente hoy, no va a la escuela, no aprende a leer, no tiene dinero. Mañana sí, mañana seguramente irá a la escuela, sabrá leer, tendrá dinero, no necesitará mendigar. Pero eso será mañana. El muchacho le recuerda que vivimos hoy y, precisamente hoy, no se presta dinero. El muchacho aplica el mismo principio indicado antes: no ayudar innecesariamente, no dar limosna a quien con su esfuerzo podría salir de la necesidad.

Pinocho intenta entonces merecer el dinero en vez de apelar a la limosna. Propone ahora una venta. Todo lo que tiene Pinocho lo ha recibido ¿de qué podrá desprenderse?

El vestido. Una magnífica indumentaria de tres piezas (chaqueta, zapatos y gorro) fruto de la pericia y del amor de su padre. El propio Pinocho la valoró como excelente, disfrutó con el aspecto señorial que le proporcionaba. Pero cuando se pretende vender urgido por la necesidad, siempre se pierde algo y ese vestido precioso es ahora degradado: la chaqueta de papel no hay modo de quitársela de encima si llueve, los zapatos sólo sirven para encender fuego, el gorro de miga de pan puede ser comida para ratones.
Ni siquiera en su versión degradada logra vender el traje. Se necesita un precio más alto para seguir el itinerario que ha elegido. Pinocho, precisamente hoy, ha iniciado un camino que le aleja de considerarse a sí mismo un “señor”. Está adentrándose en un mundo donde no se valora ese modo señorial de ser. Se desprecia su traje.

Pinocho intuye el vértigo que lo llama a un estilo de vida distinto:

«Pinocho estaba sobre ascuas. A punto de hacer una última oferta, no se atrevía; vacilaba, titubeaba, sufría».

El Abecedario. Podría venderlo. Es, como el vestido, donación generosa de Geppetto. Pero es más. Geppetto ha puesto más empeño (se ha quedado sin casaca) porque se trataba de proporcionar al hijo una posibilidad que está más allá de su alcance. Más allá de las fuerzas de Geppetto, pero asequible para Pinocho si se empeña. El Abecedario es la posibilidad de conseguir una formación superior, de alcanzar la mejor posibilidad. El Abecedario no promete nada para hoy. Remite a mañana, pide esfuerzo, requiere recorrer un camino. Por eso, vender el Abecedario, no es ya posponer la escuela para mañana. Quizá suponga hacerla imposible. Quizá la vida no vuelva a dar esa oportunidad.

Decisión importante, de graves consecuencias. Pinocho duda, sufre. Pero opta por disfrutar del momento:
«¿Quieres darme cuatro céntimos por este Abecedario nuevo?».

Antes de desaparecer de escena, el muchacho tiene el último rasgo de sentido común:
«Soy un niño y no compro nada a otro niño».

Un revendedor de ropa usada que asistía a la conversación compra el Abecedario en un santiamén. Próximo a la miseria, la muerte de otros es su vida y su riqueza. Está al acecho, pues sabe dónde se produce la caída de los hombres que será fuente de su riqueza. Revende ropa, asiste a la conversación, pero no ha querido comprar el vestido de Pinocho porque sabía que esperando a que Pinocho se desesperase conseguiría mayor botín. Y así ha sido.

Pinocho es ahora un títere que ha conseguido su entrada para ver una comedia en el teatro de títeres. Quizá ha imposibilitado su camino a la escuela. Quizá encuentre su lugar en el mundo de los títeres.

2 comentarios:

  1. Me tienes en "ascuas" con el dichoso Pinocho, que parece que no aprende nunca... Ya estoy deseando leer la próxima entrega... Ya que esto va por capítulos.
    Saludos, Carmen

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me parece que lo bueno de este cuento de hadas es que expone lo que de verdad nos pasa, que vamos dando trompicones por la vida y nos cuesta aprender.
      También Collodi fue dando trompicones. De hecho la historia se centra mucho después.
      Fíjate que ha desparecido el Grillo, que aún no sabemos nada del hada, que la nariz le creció una vez cuando aún lo estaba tallando Geppetto y etc.
      Saludos

      Eliminar