De mis lecturas infantiles surge el recuerdo de un cuento
breve y entrañable. La ocasión ha sido la reciente campaña electoral.
Concretamente, lo que se ha oído sobre Educación.
A un leñador se le cayó su hacha al fondo de un río. Un río
profundo, un hacha irrecuperable y un leñador desolado. El lamento del leñador
convoca a la buena ninfa de ese río. Compadecida, se sumerge para sacar un
hacha ¡de oro! El leñador le dice que no, que esa no era la suya. La escena se
repite varias veces. Hasta que, finalmente, obtiene el hacha verdadera y, en
premio a la honradez, todas las demás. Todo un éxito: ¡oro, plata y bronce!,
decía la chiquillería de entonces. El cuento continuaba con otro leñador que intentaba
ser más listo que la ninfa y, además de la vergüenza, perdía el hacha.
El asunto era la Educación. Hemos visto a distintos
candidatos oficiar de ninfa y ofrecernos su oro: se impulsará la excelencia, la
calidad, etc. Y uno se pregunta ¿acaso no dicen todos lo mismo?
Tras los resultados de la evaluación internacional Pisa, el ministro socialista declaró que
nuestro sistema educativo era magnífico, rezumaba excelencia: oro de ley,
vamos. Nuestros alumnos son muy homogéneos, nuestro sistema es muy igualitario.
El oro socialista es lo que otros denominamos mediocridad. Con los socialistas,
por tanto, la educación más que sacar nota, da la nota. Mientras sólo cambien
los lemas electorales pero no las políticas educativas, tendremos más
homogeneidad dorada.
Visto lo visto, convendría ahora que el Partido Popular
aclarara si se alinea con la mediocridad y dará también la nota o pretende
darle la vuelta de verdad a ese modo de entender la excelencia y va a ir por
nota. Coherente con este segundo modo de enfocar la cuestión se nos presenta
otro de los aspectos que también se han oído. Pretendemos impulsar la “cultura
de la evaluación”, dijo la ninfa.
Algunos se quejan del despilfarro que supone traducir en el
Congreso del castellano al catalán y viceversa. Los docentes sabemos que eso es
quejarse de vicio, porque lo que sí hay que traducir cotidianamente es la jerga
en que ha caído últimamente la educación. Que es como si el manual de primeros
auxilios no hubiese médico que lo entendiera. Preocupante, ¿verdad? Bueno,
“cultura de la evaluación” recientemente ha venido usándose como sinónimo de
burocratización de las tareas docentes y ha significado que cuando el alumno no
sabe las tablas de multiplicar el profesor ha tenido que justificar el fracaso
de su tarea docente con mil papelorios, implementar estrategias motivacionales y
un largo, engorrosísimo e inútil etcétera. ¿Recuerdan aquellas calificaciones
crípticas “NM: necesita mejorar” que lo mismo valen para Einstein que para
Jaimito? Pues es que hay quien sostiene que la enseñanza es un proceso
integrador en el que dar calificaciones supone disgregar, traumatizar a las
tiernas criaturas con las diez plagas de Egipto a lomos de los jinetes del
Apocalipsis. Por eso no quieren que se hagan exámenes y por eso enmascaran la
“cultura de la evaluación” con burocracia contra el profesor. Este, no lo
olvidemos, es el oro de ley que nos quería volver a vender la izquierda.
Pero “cultura de la evaluación” también podría significar lo
que entiende casi todo el mundo: que se van a hacer exámenes a los alumnos. Y
que, además, se va a dar publicidad a los resultados: para que los padres sepan
a qué atenerse a la hora de elegir centro, por ejemplo. Y me gustaría saber
cuando hablamos de “cultura de la evaluación” qué tienen en la cabeza unos y
otros. Porque son estilos distintos. Que cada uno ponga sobre el tapete sus
cartas y que los ciudadanos vean si prefieren la ocultación del nivel de
conocimiento de los alumnos o no.
En ese sentido, no hay que olvidar que, frente a lo que
algunos gurús de la progresía vaticinan, el dinero público no es “del viento”,
sino que procede de exprimir los bolsillos del público, de los particulares.
Bueno sería, pues, que fuesen públicos los frutos de la inversión que se hace
en educación. Porque esa, al final, es el “hacha”. Esa es la realidad, la que
hemos hecho con nuestro dinero, con nuestras leyes y nuestro trabajo. Y sólo a
partir de ahí (de un buen diagnóstico) podremos ir mejorando para conseguir
también el oro, la plata, y el bronce.
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