sábado, 27 de abril de 2013

Nosotros y la Hormiguita-Z









Varias veces me ha ocurrido que algún conocido me sorprende en fuera de juego: comenta el artículo del jueves en La opinión dando por supuesto que yo no sólo lo he leído sino que coincido plenamente con su contenido. Y ahí es donde aparece el pronombre. Entonces, viene a decir, lo que vosotros pensáis sobre esta cuestión es… Ahí me pierdo ¿nosotros? No pretendo que la cuestión se circunscriba al caso de Ciudadanos. Otro tanto ocurre los lunes, cuando vosotros no habéis hecho un buen partido y nosotros hemos mejorado nuestra posición en la liga.


Hay usos del vosotros que producen desasosiego. Y eso ocurre cuando percibimos más o menos conscientemente que se está pretendiendo escamotear nuestra individualidad, que se está intentando borrar nuestra idiosincrasia a favor de una colectividad. Porque hay colectividades y colectividades. Al parecer era Aristóteles quien advertía del peligro y del error de considerar al hombre un ser social, un mero miembro de una colectividad. La simpática hormiguita de Antz es un personajillo que también siente un cierto repelús por los animales sociales que viven en el hormiguero: a Antz no le cuadra el nosotros. Bueno, Aristóteles y Antz parecen coincidir en que una cosa son las comunidades constituidas por animales sociales y otra cosa son las constituidas por individuos que Aristóteles denomina “políticos”. Y es que el hombre, como ser político, construye sus comunidades creativamente, desde la libertad. Esto se ha teorizado de mil modos, mediante la diferencia entre sociedad y comunidad, por ejemplo; pero los matices no son ahora del caso. Lo que sí quisiera destacar es que aquello en que nosotros coincidimos es en subrayar la libertad como constitutivo fundamental de lo humano. Y eso es compatible con que luego no me gusten, que incluso discrepe de, alguna de las opciones concretas de los otros.

¿A qué nos oponemos nosotros (ahora sí me cuadra el pronombre)? Al hormiguero, a la colmena, al rebaño, a la masa es decir, a las agrupaciones en las que el individuo se diluye, desaparece. La pluma de Orwell dejó páginas muy atinadas sobre ese modelo de sociedad. Ahí están, para disfrutarlas y para pensarlas, obras como 1984 o Rebelión en la granja. Constituyen, como es sabido, la escenificación de sociedades utópicas en las que Antz es aplastado. Son distopías célebres, es decir, mundos imaginarios en los que las cosas van mal, muy mal. A Orwell le dijeron alguna vez que había plagiado a Eugenii Zamiatin, concretamente una novela titulada Nosotros. Que Orwell conocía la obra de Zamiatin está fuera de duda; si fue o no plagio, lo dejamos para otro momento.

Nosotros es una novela escrita en 1920. Antes de la desmemoria histórica (no, hoy no voy a cebarme con el Ministerio de la verdad orwelliano) no hacía falta recordar que en 1917 triunfa la revolución socialista en Rusia. Bueno, que de esos triunfos nos libren los hados. Estaba con Nosotros. Allí describe la sociedad plenamente socialista, absolutamente progresista, políticamente correcta ella. Y me gusta la novela, porque yo soy así, que me gustan las ideas claras. Y allí es meridiano por qué ese hormiguero es una sociedad perfecta, impecable: en ella se ha logrado por fin someter al «bendito yugo de la razón» a todos aquellos seres que otrora se encontraban en el «incivil estado de la libertad». Ni qué decir tiene que en neolengua cutreprogre eso de “someter al yugo de las consignas del Pensamiento único”, es casi sinónimo de ausencia de pensamiento, como apunta André Lapied. Pero ahí lo claro es que la idea (progre) de civilización se opone al estado de libertad. Por eso el Partido del Pensamiento Único ha superado al viejo Dios de los mitos bíblicos: aquel anciano arquitecto de un mundo imperfecto dejó a los hombres mal, pero que muy mal. El Partido Único ha ajustado bien las cosas, muy bien. Eliminada la libertad, el hombre ya no comete errores y todo funciona como una máquina bien engrasada. La izquierda es un proyecto religioso. Pero en plan bien, sin chapucerías como en la antigua religión, con una fe ahora más firme en que nuestro amado líder guiará nuestras acciones, dirá cuándo y sobre qué hay que manifestarse, y hasta si en mi cuerpo mando yo o… la DGT que me obliga a ponerme el cinturón. Que entre la progresía abunden los conversos a la nueva religión que antes arrastraban faldón por la sacristía no hace sino conferir más empaque a la cuestión. Y no es difícil comprender que el rezo de algunos líderes de la progresía (exclamación inicial: ¡Obama, Obama! ¡Bendito el que viene en nombre del Progreso benefactor!) consistirá en un tirón de orejas al viejo chapucero Dios que dejó al hombre en el estado incivil de la libertad. Un buen tirón de orejas, porque hay que ver lo que les está costando a estos mejoradores de la humanidad encaminar a esa chusma rebelde hacia la civilización: que cuando menos te lo esperas te sale un Antz con ínfulas de autonomía.

Podría pensarse que he jugado falazmente con los pronombres y que, tras empezar rechazando el “nosotros” he achacado a los otros un “vosotros” en el que quizá tampoco se sientan cómodos. Podría pensarse, sí. Pero ¡qué culpa tengo yo de que a los otros les guste salir en la misma foto que según qué gentes! Que a mí es que me daría repelús tener el mismo talante y las mismas siglas que los mejoradores de la humanidad que antes se lucían tras el telón de acero, o en Bolivia, Cuba, China, Corea del Norte, Ecuador, Venezuela, Vietnam, Laos, etc. ¡Que por nadie pase!

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