El mundo sin contemplaciones
Manuel Ballester
“Los secretos de la naturaleza se manifiestan mejor bajo el hierro y el fuego de las artes, que en el curso tranquilo de sus ordinarias operaciones”, así se expresa Bacon (Novum Organum, 98) en el momento fundacional de la modernidad. La referencia es famosa y suele citarse así: “Hay que torturar a la naturaleza para arrancarle sus secretos”.
El Novum Organum
se publica en 1620 y se contrapone al Organon
de Aristóteles que es el nombre con el que se conocen diversas obras sobre el
modo de adquirir conocimiento (ciencia). De hecho, el término griego όργανο, órgano, significa exactamente
“instrumento”.
Bacon pretende modificar el procedimiento (el método) científico.
Pero hace algo más. Y cuando Descartes escribe su Discurso del método (1637) ya asume como propio de la modernidad
esa idea de Bacon.
La historia de la ciencia muestra cómo en este momento se
cambia el objeto y el método del conocimiento científico. Cambia el objeto
porque la ciencia no investiga ya qué son las cosas sino que se centra en
algunos aspectos (el peso, la velocidad…). Y en cuanto al método, en vez de la
observación de lo que ocurre (la experiencia que registra el proceder de la
naturaleza “en el curso tranquilo de sus ordinarias operaciones”) se pasa ahora
al experimento (la experiencia pero programada, sometida a método, “torturando
la naturaleza […] bajo el hierro y el fuego”).
Estos cambios que propician la revolución científica son de
gran trascendencia, pero yo quería detenerme en otra gran modificación: la idea
de mundo, de realidad, de naturaleza, de universo; incluyendo, obviamente, al
hombre. Porque si el universo es importante, no lo es menos El puesto del hombre en el cosmos (Die
Stellung des Menschen im Kosmos, 1928), por decirlo con Max Scheller.
De todos es conocido que uno de los hombres más sabios fue
Sócrates. Suya es la paradójica afirmación de ignorancia. La afirmación es
chocante y paradójica, pero no es contradictoria. Cuanto mayor sabiduría,
cuanto más conoce, más consciente se hace de que la realidad (la naturaleza, el
cosmos, el hombre) es ubérrima, hay mucho más por conocer, esconde más y más
misterio. Y esa es la idea antigua de realidad: la realidad es misterio.
Si el cosmos y el hombre son un misterio, entonces homo homini res sacra, el hombre es
sagrado para el hombre, como apunta Séneca. Se pueden estudiar aspectos de su anatomía, de su
psicología, de su dimensión espiritual, pero sabiendo que siempre hay más. Y
que hay que proceder con sumo respeto, como corresponde a las realidades que
nos superan y contienen la huella de lo divino. Respecto a la naturaleza en la
que vive el hombre, puede decirse lo propio y puede sintetizarse como lo hace
Francisco de Asís en su Cántico del
hermano Sol o Alabanza de las criaturas, canto, alabanza, gratitud y
alegría ante el misterio: “Laudato sie, mi' Signore, cum tucte le tue creature,
spetialmente messor lo frate sole”.
Esta visión sapiencial del mundo y del hombre lleva al
respeto, cuidado, alabanza y gratitud que se desborda en alegría y canto.
Desde Bacon el asunto es otro. La modernidad ha tratado la
realidad como mero objeto, como mera cosa que oculta secretos de modo que,
sometida a tortura, es expoliada y ya no tiene nada más que ofrecer. Porque cuando
ya conocemos los secretos, las leyes que rigen la materia, esa cosa (el cosmos
o el hombre) ya no ocultan nada más, no tienen ninguna riqueza adicional. Y
como ese nuevo instrumento sólo accede a la dimensión material, incluso cuando
se abordan cuestiones anímicas o espirituales, se intentará “reducir” a los
secretos que pueden ser obtenidos mediante el método.
Y cuando, con el método establecido, se arranca el secreto a
la realidad (mundo u hombre, tanto da) se decreta que ya sabemos todo lo que
hay que saber sobre ese objeto. La expresión tan moderna como falsa: el hombre
es física y química (pongamos) “y nada más” manifiesta esta concepción de la
realidad. Una vez el método ha obtenido de la realidad aquello que buscaba, ya
no le sirve de nada más y, por supuesto, una vez despojado de su secreto, no
merece ningún respeto, alabanza o gratitud sino mero uso y disfrute.
La mirada moderna al mundo (cosmos y hombre) piensa que, una
vez descubierto el secreto, el mundo no tiene nada más que ofrecer. La mirada
sapiencial, cuando profundiza en la realidad, se asombra, se abisma y se
alegra; y entiende que “Hay más cosas en el
cielo y en la tierra que las que sueña tu filosofía”, que diría
Shakespeare.
Misterio o secreto. No es lo mismo. Quien lo probó, lo sabe.
Publicado en Letras de Parnaso, Año VIII (II Etapa), Octubre 2023, nº 82, pp. 20-21.
Formato pdf:
http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion%2082%C2%A9.pdf
Formato libro:
https://www.calameo.com/read/000552592390e1958a592
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