Del individuo a la persona: el reto
A propósito de Barraca, J., Persona. Del yo al tú, Didaskalos, 2022.
Manuel Ballester
Los últimos siglos de Occidente registran un cierto malestar
(por decirlo con Freud) o un paulatino cansancio, como se dice hoy. Síntomas, en
suma, de que algo y algo importante no va bien.
Uno de los aspectos que destacan en la modernidad es la
creciente conciencia de individualidad que genera otro modo de ser típicamente
moderno: el hombre-masa (sic). A quien considere paradójico que individuo y
masa sean como dos caras de la misma moneda sólo cabe remitirlo a alguna de las
obras más destacadas donde se expone la íntima conexión entre ambos: Psicología de las masas (Gustave Lebon,
1895), Psicología de las masas y análisis
del yo (Freud, en respuesta a Lebon, 1921), La rebelión de las masas (Ortega y Gasset, 1927) o Masa y poder (Elías Canetti, 1960).
Hannah Arendt no es la única en mostrar, por otra parte, la conexión entre el fenómeno del hombre-masa y el creciente totalitarismo (Cfr. Los orígenes del totalitarismo, 1951).
Individuo-Masa-Totalitarismo. Los síntomas van dibujando un
diagnóstico nada halagüeño. Y, por seguir con referentes literarios, habría que
recalar en la obra de Orwell (Homenaje a
Cataluña, 1938; Rebelión en la
granja, 1945; y, por último, 1984, publicado en 1948) para ir perfilando el avance de la enfermedad que nos devora.
Javier Barraca (1964) escribe
en ese contexto, que es el nuestro.
Los capítulos iniciales son ágiles y breves (en ocasiones
menos de una página) para acompasar la acción hasta llegar al núcleo. Y el
núcleo es una ONG llamada “Persona” cuyo objetivo «consiste en la defensa de
los Derechos Humanos –entendidos desde nuestra peculiar forma de concebir la
Tolerancia- en todo el planeta», objetivo incontestable, progresista e
integrador a más no poder.
La trama nos sitúa en el ambiente del buenismo progresista,
de los grupos de interés (en cuyo entorno abundan personas interesadas), de las
organizaciones sin ánimo de lucro frecuentemente unidas a entidades muy
lucrativas.
Esos mundos, esos valores, atraen a gente buena, generosa,
sacrificada. Y esas organizaciones prosperan gracias a estos voluntariosos
trabajadores. También gracias a la red de relaciones que establecen y las
abundantes subvenciones que reciben.
En todas las organizaciones surgen críticos, descontentos.
Es normal. Un modo de distinguir a las instituciones es el modo en que acogen
la crítica y tratan a los rebeldes o herejes.
La novela puede verse, también, como la historia del
despertar de uno de esos críticos. Recuerda, en ese sentido, al despertar del
protagonista de la novela 1984 de
Orwell, a la que recurre explícitamente el personaje central de Persona. Y siguen trayectorias en cierto
modo paralelas. Ambos reparan en indicios, sospechas de que las cosas no son exactamente
como dice la propaganda del sistema. Y ambos inician un proceso de construcción
de la interioridad recurriendo a la lectura y la escritura porque «leer y
escribir son oxígeno de libertad y de verdad» (p. 56).
El personaje que Barraca pone ante nuestros ojos escribe un
informe. Ese informe es la novela. La inevitable subjetividad y perplejidad del
autor se entrelaza con el dato objetivo y nos pone en contacto con la realidad
del funcionamiento de esas multinacionales del progresismo que son las ONG.
Son, también, negocios muy lucrativos. Pero esa no es su
esencia (se puede hacer negocio y negocio legítimo con casi todo); lo que las
define es el intento de configurar la sociedad según cierta ideología o, dicho
de otro modo, son mecanismos de conseguir el poder mediante la manipulación. La
propaganda, esa poderosa arma empleada profusamente por el nacionalsocialismo y el
comunismo, está también en la base de la difusión de este tipo de
instituciones.
Barraca muestra el alcance de la manipulación y quiénes son
más vulnerables. Y, si lo entiendo bien, pretende mostrar también, según la
acertada sentencia de Hölderlin (donde está el peligro, también está la
salvación), como combatir ese estado de cosas.
Quienes han pensado nuestro tiempo han señalado que el
hombre actual está peligrosamente desarraigado (Simone Weil), aislado («La
característica principal del hombre-masa no es la brutalidad y el atraso, sino
su aislamiento y su falta de relaciones sociales normales», Hannah Arendt, Los orígenes del
totalitarismo). No parece
que haya escapatoria: es el precio que se paga al afirmar la individualidad.
La novela muestra la urgente necesidad de contrarrestar el
ambiente espiritual de nuestro mundo. Recurre en primera instancia a la
lectura, la escritura, la tradición cultural: «La lectura es el mejor escudo
contra la manipulación» (p. 54), «La cultura es la gran liberadora de los seres
humanos y supone el antídoto más eficaz frente a cualquier forma de
manipulación», (p. 55).
De ahí se sale, afirma Barraca, mediante una concepción del
hombre que se nutre de sus raíces (frente al desarraigo), que se fortalece en
las relaciones (frente a la soledad), que entiende con Buber (Yo y tú, 1923) que el hombre no es un
átomo aislado sino que constituye su modo de ser en función del tipo de
relaciones que establece con el mundo y los hombres. Si «el hombre es un nudo
de relaciones» (Saint-Exupéry), entonces ser hombre es ser comunitariamente y
el individuo es pura ficción.
«El uno constituye el número simbólico de nuestra asociación» (p.
87) pero es cada vez más claro que creerse individuo, independiente de todos y
de todo, autor único de nuestra vida y nuestro mundo, nos hace enfocar
erróneamente nuestra vida.
Cuando se afirma que «el ser humano constituye un individuo,
no una colmena; es un hijo del progreso, no de las rémoras
de su pasado» (p. 98) se está llevando a elegir entre ser
individuo o ser gregario, ser progresista o retrógrado. Así funciona la
manipulación porque la cuestión es que hay comunidades cerradas (colmenas,
hormigueros, rebaños) en las que el individuo existe exclusivamente por la
función que desempeña (eso significa que ahí lo importante es la comunidad) y
comunidades abiertas en las que el individuo se integra libre y creativamente,
y ahí la comunidad está en función de la potenciación de sus miembros, que son
lo importante. Quienes viven este modo de relación no se sienten desarraigados
ni solos ni se llaman individuos: son personas. La primera comunidad de este
tipo, que no la única, es la familia. De ahí que Barraca afirme que «la familia
es el último baluarte serio frente a la modernidad y sus derivas, la última
resistencia ante sus abusos» (p. 150).
No he querido desvelar la trama de la novela en estas líneas
para permitir al lector disfrutar la lectura descubriéndolo. Sí he querido
señalar el contexto cultural en el que se mueven los personajes y vivimos
nosotros.
Si lo entiendo bien, la novela plantea el dilema en el que se encuentra Occidente. Y muestra vías de salvación. Ir de la Tolerancia a la Esperanza, de “Persona” a “Enmanuel” (nombre propio personal que, como tal, abre y abre a Dios, al Dios-con-nosotros), pero esto queda sólo indicado para que lo descubran y disfruten los lectores de la novela.
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