Entusiasmo por la realidad
Nefarious, ¿y si el diablo no existiera? (1)
Manuel Ballester
En febrero de 2024 se estrena en España la película Nefarious, cuando habla el diablo.
Pocos la entenderán. Se trata de eso, precisamente.
Porque la película, desde una cierta perspectiva, pone al
espectador frente a sí mismo o, dicho de otro modo, se pone en cuestión la
imagen que el hombre actual tiene de sí y de cómo le va en la vida.
El telón de fondo es el problema del mal, el misterio del mal. Que no hace falta llegar al extremo de hablar del Maligno para darse cuenta de que convivimos con el mal.
Y el mal es paradójico.
Sócrates lo enfoca desde el conocimiento. Dice que el mal es
fruto de la ignorancia, que nadie obra mal a sabiendas. El enfoque socrático es
tranquilizador y está en la base de todos los intentos modernos de
“concienciación”, “visibilización”, “prevención”… de los males que afectan al
hombre. La simple constatación de que hay drogadictos, alcohólicos, etc refuta
este enfoque: ¿hay alguien que no sepa que la drogadicción, el alcoholismo… son
malos, es decir, destruyen al hombre? No podemos coincidir con Sócrates en este
punto, aunque la pedagogía moderna lo siga con entusiasmo.
Que el mal no es fruto de la ignorancia y, por tanto, el
conocimiento no lo resuelve, pertenece a la experiencia de cualquiera de
nosotros. Lo recoge también la célebre sentencia de Las metamorfosis de Ovidio: Video
meliora proboque, deteriora sequor, es decir, sabemos lo que es bueno y nos
parece bien, pero hacemos el mal.
El mal es paradójico, como decimos. Un sinsentido. No encaja
en nuestros esquemas. Pero ahí está. Nos acompaña como nuestra propia sombra en
un día soleado. Tan es así que no es posible entender al hombre sin dar una
explicación del mal.
En la película no se trata ya de Sócrates ni de Ovidio. Se trata
de nosotros, los modernos, que hemos “progresado” porque hemos superado las
visiones “antiguas” (éticas o religiosas) y el mal lo consideramos una
enfermedad. Hay enfermedades físicas (o males físicos) y enfermedades mentales,
de las que se ocupa el psiquiatra.
Los dos personajes son eso, precisamente: el malo y el
psiquiatra. El hombre moderno, el psiquiatra, va a juzgar desde los parámetros
de la ciencia, desde la óptica moderna, si el malo es un enfermo mental; y así
como Sócrates prescribe conocimiento, el moderno prescribe fármacos para acabar
con el mal. Si la conclusión es que, efectivamente, se trata de una enfermedad,
eso salvaría la vida y la responsabilidad del reo. Porque si finalmente el mal
se resuelve en locura, el delincuente es sólo un enfermo al que hay que medicar
y curar. En ningún caso sería admisible castigar a un enfermo. Y ahí está la
cuestión: el mal ¿es una carencia de salud, paralelamente a como Sócrates
consideraba que era una carencia de sabiduría?
El planteamiento es brillante. Tiene su origen en la novela A Nefarious
Plot (2016) de Steven Deace, que
podría traducirse literalmente como “Un plan nefasto”, “Un plan malvado” o, para darle más fuerza, “Un plan
diabólico”, aunque plot podría
traducirse también como “trama”, “estrategia”, “terreno”, “complot” o términos
similares.
Si el mal sólo es una
carencia del hombre (carencia de sabiduría o de salud) o hay un principio del
mal (maléfico, diabólico) es algo que siempre ha activado la fantasía. El
dualismo, el maniqueísmo, las religiones todas, presentan junto a una
explicación del hombre y del plan de Dios, una explicación del origen y función
del mal. La contraposición maniquea entre un principio del mal (el diablo) y
otro del bien (Dios) es una explicación que se mueve en este campo de problemas
y a la que, obviamente, aluden la novela y la película.
La cuestión, sin entrar en más matices, es que si hay un
“Nefarious”, un diablo, y hay una batalla entre el bien y el mal, entonces
obrar mal no es sólo un error o una enfermedad. Porque hay una batalla y
tenemos un enemigo con una estrategia (plot)
para que obremos mal, para que seamos malvados, para que nos envilezcamos y,
finalmente, seamos poseídos por el espíritu del mal… también en la otra vida.
Eso es sólo una posibilidad. Desde la altura de la
modernidad, el psiquiatra no está dispuesto a aceptar semejante estupidez. El
reo (símbolo, al fin, de todos nosotros, ya que todos hemos obrado mal) o bien
miente o bien es positivamente un enfermo. No hay más opción para un
psiquiatra, para un hombre moderno, como nosotros.
Como se ha dicho, se esconde ahí un misterio al que se ha
enfrentado el ser humano de todos los tiempos. ¿Cómo resolver la disyuntiva?
Un genio matemático y físico de la talla de Blaise Pascal
(1623-1662) también se admiró por las paradojas de la naturaleza humana.
Planteó la célebre “apuesta”, es decir, ante cuestiones cuya verdad no podemos
establecer rotundamente pero que nos importan mucho, podemos tantear las
“posibilidades”: ¿qué pasaría en este caso, y en el otro?
Vayamos con la apuesta.
¿Qué pasaría si la cuestión del mal, del hombre malo, fuese
un asunto de puro desarreglo cerebral? Habría que dejar actuar a la ciencia,
minimizar los impactos negativos que un enfermo (un loco) pueda causar sobre
los demás y sobre sí mismo. Y ya está. Porque, al final, todos (sanos y
enfermos, buenos y malos) moriremos. Esta opción no tiene mucho recorrido ya
que las vidas son los ríos que van a dar al mar del olvido.
La otra opción: ¿qué pasaría si hubiese diablo? ¿qué
ocurriría si la historia humana (la general y la de cada hombre) fuese el campo
de batalla en el que Satán-el enemigo intentase perdernos?
El hombre moderno, el psiquiatra, se niega a considerar esa última
posibilidad. He aquí un fragmento del diálogo:
«Reo:
Soy un demonio.
Psiquiatra: Los demonios no existen».
Magnífica manera de abordar la cuestión. Es el modo moderno:
hay mal, sí, pero no hay Maligno.
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