martes, 23 de abril de 2013

11.1. El títere ante su destino



Jaime Ballester (2013)



«— Papá, sálvame, no quiero morir».

Pinocho se resiste a acabar en el fuego. Aunque sea la conclusión lógica, el final natural, del camino que tomó. El recurso al padre es, quizá, el último recurso. Manifiesta impotencia, expresa espontáneamente que no tenemos el control total de nuestra vida y que, por eso, necesitamos ayuda para llevarla a buen puerto.

Todos son testigos de la rebelión de Pinocho contra su destino. Pero sólo uno de los espectadores es relevante. Ya dijimos que cuando hay títeres, aparece enseguida el titiritero y entonces la relación crucial es la vertical. Comefuego contempla la lucha de Pinocho y entonces

«empezó a conmoverse y a apiadarse de él y, tras haber resistido un poco, no pudo más y dejó escapar un sonoro estornudo».


Comefuego exterioriza sus emociones estornudando. Eso lo saben quienes lo conocen y pueden por eso darle a Pinocho la buena noticia de que está salvado. Se conmueve pero intenta ocultarlo, «haciéndose el arisco». De modo que tenemos un fenómeno curioso: la sensibilidad que se manifiesta espontáneamente y que es negada o mitigada en el plano consciente. Comefuego no es el único que se emociona en este capítulo. También Pinocho, y Arlequín, y el final del capítulo es, de hecho, un desbordarse de la emotividad de todos. Distinto es el modo de emocionarse de cada personaje, distintas son las emociones y su manifestación. Dejamos esta cuestión para más adelante, para cuando tengamos una visión de conjunto que nos permita comprender mejor este fenómeno. Sigamos ahora con el relato bordeando la sensibilidad.

El titiritero, decíamos, se emociona ante Pinocho aterrorizado, luchando contra lo inevitable, afirmando su deseo de vivir, llamando a su padre.

El inicio de la conversación es aparentemente arisco, como si le riñera. Pero en mitad de su intervención es interrumpido por dos estornudos. Y ya sabemos lo que significan esos estornudos. De modo que Pinocho puede responder, puede continuar el diálogo iniciado por el titiritero:

«— ¡Jesús!
 — ¡Gracias! ¿Viven tu padre y tu madre?, le preguntó Comefuego».

Pinocho le cuenta. Comefuego comprende el dolor que tendría el anciano Geppetto si Pinocho ardiese. Hay entre ellos algo esencial: diálogo. Comefuego no dialoga con los otros títeres: simplemente les ordena, los maneja, los usa. Se gana la vida con ellos, gracias a lo que hacen: ahí radica su utilidad. Son útiles para Comefuego, pero no son sus iguales. Pinocho sí. Porque Pinocho tiene padre.

Pinocho es de madera, pero no es un muñeco como los demás. Arlequín, Polichinela, Rosaura, son sólo títeres, sin esperanza de conseguir una auténtica y duradera libertad: su suerte no puede ser más que la de alimentar, al concluir su carrera teatral, el fuego para el asado de su patrón. Pinocho, de madera como ellos, marioneta como ellos, sin verdadero dominio de sí como ellos, tiene otro destino, el teatro no le aprisiona necesariamente (Cfr. Biffi, p. 87).

Tener padre es una diferencia esencial que le asemeja a Comefuego porque le hace humano al conferirle un destino abierto, una naturaleza de libertad. El ser humano no tiene un destino que se le imponga, que le anteceda y esté necesariamente escrito. El ser humano se planta ante la vida con una serie de dones y capacidades y a golpe de elección va forjando su vida, va descubriendo que él tiene una tarea, y que esa tarea tiene sentido. Y por eso, el hombre en vez de destino tiene vocación: está llamado a dotar de sentido a su vida y su mundo.

Pinocho ha sido amado. El amor paterno es una llamada que puede rechazarse o acogerse. Pero para ambas posibilidades hay que ser libre. Podemos optar por cualquiera de ellas, pero no son igualmente humanas: aceptar es humanizarse, rechazar es inhumano, es caer en manos de los hilos que manejan la vida: «un títere que tiene un padre está llamado a ser hombre; un hombre que ha rehusado al padre, antes o después se convierte en un títere» (Biffi, p. 88).

Comefuego ha descubierto que Pinocho no es un títere: la marioneta desempeña necesariamente una función, por eso su destino está escrito. Pinocho no es así, por eso se rebela, lucha y clama por su padre.

La necesidad del mundo hace que para comer caliente, un títere haya de arder. Pinocho se ha salvado, pero el fuego necesita madera:

«— Prended a ese Arlequín, atadlo bien y echadlo al fuego».

De la reacción de Arlequín hablaremos más adelante. Interesa ahora Pinocho. Intenta conseguir el perdón para Arlequín, pero Comefuego le explica cuál es el orden de las cosas:

«— Si te he perdonado a ti, es preciso que lo eche a él al fuego, porque quiero que mi cordero esté bien asado».

El orden de las cosas es ese. No es cuestión de crueldad o piedad. Es cuestión de que para comer un cordero, hay que matarlo; y para comerlo caliente, se necesita fuego. Pinocho entiende que para que él viva, Arlequín ha de morir. Y eso es algo necesario. Es necesario en el mundo de los títeres. Pero Pinocho no se deja empequeñecer, se niega a que la necesidad le aplaste:

«—En ese caso, ¡ya sé cuál es mi deber! ¡Adelante, señores gendarmes! Atadme y arrojadme a las llamas. ¡No, no es justo que el pobre Arlequín, mi buen amigo, tenga que morir por mí!…».

Al ofrecerse heroicamente a ocupar el puesto de Arlequín, reconoce que su naturaleza de madera puede alimentar el fuego y acepta morir así. Asume lo que él es y reconoce su destino como tarea, como deber. En ese acto se distancia infinitamente de los simples muñecos. Se encuentra a sí mismo. Se reconoce como ser libre, con un deber, por tanto; con una tarea que dota de sentido sus actos, en definitiva.

Pinocho asume su deber. Al hacerlo se salva a sí mismo porque se hace hombre. Puede morir, pero no como muñeco: ahora moriría como un ser humano. Al arder un títere queda ceniza y polvo. Nada más. Pinocho ha sido amado y eso es esencial. Si arde, será también polvo y ceniza. Y mucho más. Parafraseando a Quevedo:

«Será ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo será, mas polvo enamorado».

El espectáculo de alguien que hace real su más alta posibilidad (no la más astuta: la mejor) es admirable. Todos los muñecos lloran emocionados. Comefuego también; por eso abre afectuosamente los brazos y le dice:

«— ¡Eres un gran muchacho! Tu sei un gran bravo ragazzo!».

Al principio Comefuego lo vio como un títere más, como un muñeco alborotador, como buena leña para un buen fuego. Ahora le llama ragazzo, ahora reconoce que Pinocho se está haciendo a sí mismo un auténtico hombre. Por eso le concede la gracia. Y los muñecos bailaron toda la noche en el escenario para celebrarlo.

Lo que es digno de celebración es el acto de Pinocho que le devuelve al camino perdido cuando dejó la escuela “para mañana” y vendió el Abecedario. Sin embargo, todos celebran una consecuencia: el perdón de Arlequín.

El misterio admirable de una vida que va dando pasos hacia su propia plenitud permanece oculto. Quizá deba ser así. Quizá sólo quienes permanezcan atentos a los pasos del muñeco podrán ver desplegarse ese misterio, si llega a su plenitud.

Y por eso no extraña que hayamos asistido a un despliegue de una amplia galería de sentimientos desde la desesperación a la euforia festiva. Pero, ya lo advertimos antes, esto es otra historia y ha de contarse en la próxima entrada.

2 comentarios:

  1. Emocionante y magnífica reflexión sobre el cuento de Pinocho. Cada capítulo está más interesante; en cada uno descubro cosas nuevas, aunque hay una que se repite: el valor del amor.
    Me encanta la frase "El hombre en vez de sentido, tiene vocación: está llamado a dotar de sentido a su vida y su mundo".
    Gracias de nuevo.
    Un saludo, Carmen

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