sábado, 20 de abril de 2013

El hacha de oro









De mis lecturas infantiles surge el recuerdo de un cuento breve y entrañable. La ocasión ha sido la reciente campaña electoral. Concretamente, lo que se ha oído sobre Educación.

A un leñador se le cayó su hacha al fondo de un río. Un río profundo, un hacha irrecuperable y un leñador desolado. El lamento del leñador convoca a la buena ninfa de ese río. Compadecida, se sumerge para sacar un hacha ¡de oro! El leñador le dice que no, que esa no era la suya. La escena se repite varias veces. Hasta que, finalmente, obtiene el hacha verdadera y, en premio a la honradez, todas las demás. Todo un éxito: ¡oro, plata y bronce!, decía la chiquillería de entonces. El cuento continuaba con otro leñador que intentaba ser más listo que la ninfa y, además de la vergüenza, perdía el hacha.

El asunto era la Educación. Hemos visto a distintos candidatos oficiar de ninfa y ofrecernos su oro: se impulsará la excelencia, la calidad, etc. Y uno se pregunta ¿acaso no dicen todos lo mismo?

Tras los resultados de la evaluación internacional Pisa, el ministro socialista declaró que nuestro sistema educativo era magnífico, rezumaba excelencia: oro de ley, vamos. Nuestros alumnos son muy homogéneos, nuestro sistema es muy igualitario. El oro socialista es lo que otros denominamos mediocridad. Con los socialistas, por tanto, la educación más que sacar nota, da la nota. Mientras sólo cambien los lemas electorales pero no las políticas educativas, tendremos más homogeneidad dorada.

Visto lo visto, convendría ahora que el Partido Popular aclarara si se alinea con la mediocridad y dará también la nota o pretende darle la vuelta de verdad a ese modo de entender la excelencia y va a ir por nota. Coherente con este segundo modo de enfocar la cuestión se nos presenta otro de los aspectos que también se han oído. Pretendemos impulsar la “cultura de la evaluación”, dijo la ninfa.

Algunos se quejan del despilfarro que supone traducir en el Congreso del castellano al catalán y viceversa. Los docentes sabemos que eso es quejarse de vicio, porque lo que sí hay que traducir cotidianamente es la jerga en que ha caído últimamente la educación. Que es como si el manual de primeros auxilios no hubiese médico que lo entendiera. Preocupante, ¿verdad? Bueno, “cultura de la evaluación” recientemente ha venido usándose como sinónimo de burocratización de las tareas docentes y ha significado que cuando el alumno no sabe las tablas de multiplicar el profesor ha tenido que justificar el fracaso de su tarea docente con mil papelorios, implementar estrategias motivacionales y un largo, engorrosísimo e inútil etcétera. ¿Recuerdan aquellas calificaciones crípticas “NM: necesita mejorar” que lo mismo valen para Einstein que para Jaimito? Pues es que hay quien sostiene que la enseñanza es un proceso integrador en el que dar calificaciones supone disgregar, traumatizar a las tiernas criaturas con las diez plagas de Egipto a lomos de los jinetes del Apocalipsis. Por eso no quieren que se hagan exámenes y por eso enmascaran la “cultura de la evaluación” con burocracia contra el profesor. Este, no lo olvidemos, es el oro de ley que nos quería volver a vender la izquierda.

Pero “cultura de la evaluación” también podría significar lo que entiende casi todo el mundo: que se van a hacer exámenes a los alumnos. Y que, además, se va a dar publicidad a los resultados: para que los padres sepan a qué atenerse a la hora de elegir centro, por ejemplo. Y me gustaría saber cuando hablamos de “cultura de la evaluación” qué tienen en la cabeza unos y otros. Porque son estilos distintos. Que cada uno ponga sobre el tapete sus cartas y que los ciudadanos vean si prefieren la ocultación del nivel de conocimiento de los alumnos o no.

En ese sentido, no hay que olvidar que, frente a lo que algunos gurús de la progresía vaticinan, el dinero público no es “del viento”, sino que procede de exprimir los bolsillos del público, de los particulares. Bueno sería, pues, que fuesen públicos los frutos de la inversión que se hace en educación. Porque esa, al final, es el “hacha”. Esa es la realidad, la que hemos hecho con nuestro dinero, con nuestras leyes y nuestro trabajo. Y sólo a partir de ahí (de un buen diagnóstico) podremos ir mejorando para conseguir también el oro, la plata, y el bronce.

En caso contrario, mi historia infantil también aludía al listillo que iba directamente a por el oro. Y lo perdía todo. Y daba la nota.

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