Para
Paco Giménez y Marcelo López, amigos recelosos
Con la Iglesia hemos
topado. Se veía venir. Era cuestión de tiempo.
Tengo amigos liberales,
algunos miran con recelo a los cristianos. Y alguno de mis amigos católicos desconfía
de los liberales. De modo que la exhortación apostólica Evangelii gaudium remueve
lo que hasta ahora era una situación de equilibrio.
Tal como lo veo, lo más
acorde con el cristianismo es ser liberal. El liberalismo y el cristianismo coinciden
en promover la plenitud humana. El cristianismo es mucho más pero en el plano
político, social y económico (que es el ámbito del liberalismo) coinciden
perfectamente. Si el liberalismo excediera sus límites, sería una religión; si
el cristianismo se limitara a ese ámbito, sería una ONG. Por eso, la
exhortación apostólica se equivoca lamentablemente al juzgar el capitalismo y
el liberalismo.
La descalificación del
libre mercado por parte de la doctrina oficial de la Iglesia viene de lejos.
Algunos la hacen remontarse al momento en que Cristo expulsa a los
mercaderes a golpe de látigo.
La Evangelii gaudium no es un texto doctrinal (como las encíclicas),
sino pastoral. Por eso, se puede discrepar con toda tranquilidad. No lo digo
yo, que también. Lo dice la propia exhortación cuando indica que las enseñanzas
de la Iglesia sobre cuestiones sociales y económicas «pueden ser objeto de
discusión». Discutamos, pues. No sin antes señalar que este documento consta
de 224 páginas. De ellas, cuatro están dedicadas a la economía, a esa «economía que mata». Y me parece importante, para entender y discrepar de esas cuatro páginas,
aludir a las líneas maestras del resto del documento.
El tema es la alegría. El
evangelio es el anuncio de una verdad que ilumina la vida pero resulta que
algunos que se llaman cristianos se han vuelto rutinarios, se han cansado, se
les ha puesto «permanentemente cara de funeral», como de «cuaresma sin pascua».
Han olvidado que el cristianismo «no crece por proselitismo sino “por
atracción”», que la vida cristiana es una llamada a un despliegue del «verdadero
dinamismo de la realización personal».
En definitiva, pretende animar,
exhortar, a los cristianos para que afronten radicalmente su existencia y
constituyan la alegría en su condición natural y habitual. Y dedica un espacio a
indicar algunas dificultades. Porque el cristiano es, también, hijo de su
tiempo e incurre en los mismos errores que sus contemporáneos (como el de
pensar que el capitalismo genera pobreza), se halla sometido a las mismas
presiones que los demás, incitado por el vértigo de la soledad, del vacío
existencial, de la angustia y del sinsentido. Y ahí aparece el consumismo, y su
malvado “facilitador”: el capitalismo.
Se ha atacado esta tesis
aludiendo a argumentos tales como la función civilizadora del comercio, pues
sustituye históricamente a la guerra y la rapiña como modo de adquisición de
riqueza. Se han señalado también las mejoras que ha aportado el capitalismo
allí donde se ha implantado; así, por ejemplo, es notable que en la Europa del
siglo XVIII la esperanza de vida era de 40 años y más del 90% de la población
mundial vivía en una economía de subsistencia.
Voy a seguir otra vía. Todo
error genera contradicciones. Si mi interpretación es correcta y, en este
punto, la Evangelii Gaudium yerra,
encontraremos algunas contradicciones.
Señalaré dos.
El héroe del capitalismo
liberal es, indudablemente, el empresario. Esta exhortación, generosa y
acogedora, se muestra dispuesta a “perdonar” hasta a estos pecadores ya que «la vocación de
empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido
más amplio de la vida». El texto sugiere que la actividad empresarial (la del
héroe liberal) es propia de villanos pero, si demuestran tener buen corazón,
entonces miraremos para otro lado. En mi opinión, late ahí un error grave que
queda de manifiesto si aplicamos el mismo razonamiento y las mismas
insinuaciones a otro tipo de “vocaciones”. Si decimos que la vocación de maestro, padre o portero
de discoteca es una noble tarea, decimos que ese es un modo de vida en el que
algunos pueden encontrar su realización personal, su camino de santidad,
laborarando ad maiorem Dei gloriam. Que
luego algún tipejo realice innoblemente esa tarea no dice nada de la tarea sino
de ese individuo. ¿Por qué habría de ser distinto para el empresario? ¿Sólo los
pobres, las clases medias y trabajadores por cuenta ajena pueden aspirar a la
plenitud humana y a la alegría existencial a la que invita la exhortación
apostólica? Si hay una vocación sacerdotal o de maestro o de empresario, que
haya buenos y malos sacerdotes, que los hay, y buenos y malos maestros, que los
hay, y buenos y malos empresarios, que los hay, no dice nada de ese cauce de
perfección humana, de la santidad, de esa vocación. Quizá este punto habría de
ser revisado. Quizá la exhortación se haya dejado llevar por el error imperante
y discrimine al que sigue el mandato evangélico de negociar para rentabilizar
sus talentos.
Porque, en segundo lugar,
no hay que olvidar que el término “talento”
era originariamente el nombre de una moneda. De modo que la famosa parábola de
los talentos, sin menospreciar la interpretación alegórica, habla directamente
de dinero. Seguro que a mis amigos liberales les gustaría saber cómo encajar con la doctrina socia-listilla de la Iglesia aquella
parábola en la que el Reino de los cielos se compara a un Señor que, antes de
irse a lejanas tierras, llamó a sus siervos y les dio talentos, es decir, «una
importante cantidad de dinero diciéndoles: Negociad con ello hasta que vuelva».
Porque claro, esto de que el mismo Señor mande a sus muchachos que negocien,
que comercien con dinerito, que acrecienten el capital, suena a música
celestial en los oídos capitalistas de los liberales. Y si unos milenios
después viene un jesuita con pinta de franciscano y se descuelga con que eso
del mercadeo, el negocio, el capital, son inventos del maligno, pues aquí tiene
que pasar algo.
A ver si lo que pasa es
que, por ejemplo, Cristo expulsó a los mercaderes no por su actividad
empresarial sino, tal como dice el propio Evangelio, por «convertir la casa de
su Padre en un mercado». Porque el mercado no lo es todo, porque no todo está
en venta. Quien piensa que la fuente profunda del sentido de la vida son los
bienes que se compran en el mercado, ha profanado lo más sagrado. Y, como no es
sensato, no puede ser cristiano ni será feliz. Y ahí, una vez más se dan la
mano los liberales y los cristianos.
Publicado en La opinión, 19 de diciembre de 2013:
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/12/19/papa-liberales-capitalismo-mata/522291.html
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