domingo, 26 de enero de 2014

El Papa, los liberales y el capitalismo que mata




Para Paco Giménez y Marcelo López, amigos recelosos



Con la Iglesia hemos topado. Se veía venir. Era cuestión de tiempo.

Tengo amigos liberales, algunos miran con recelo a los cristianos. Y alguno de mis amigos católicos desconfía de los liberales. De modo que la exhortación apostólica Evangelii gaudium remueve lo que hasta ahora era una situación de equilibrio.

Pensando en mis amigos escribo. Discrepo de alguno de ellos, pero ya tengo comprobado que la amistad aguanta la discrepancia. Lo que no aguanta es la mentira. Por eso voy a decir breve y claramente lo que de verdad pienso.



Tal como lo veo, lo más acorde con el cristianismo es ser liberal. El liberalismo y el cristianismo coinciden en promover la plenitud humana. El cristianismo es mucho más pero en el plano político, social y económico (que es el ámbito del liberalismo) coinciden perfectamente. Si el liberalismo excediera sus límites, sería una religión; si el cristianismo se limitara a ese ámbito, sería una ONG. Por eso, la exhortación apostólica se equivoca lamentablemente al juzgar el capitalismo y el liberalismo.

La descalificación del libre mercado por parte de la doctrina oficial de la Iglesia viene de lejos. Algunos la hacen remontarse al momento en que Cristo expulsa a los mercaderes a golpe de látigo.

La Evangelii gaudium no es un texto doctrinal (como las encíclicas), sino pastoral. Por eso, se puede discrepar con toda tranquilidad. No lo digo yo, que también. Lo dice la propia exhortación cuando indica que las enseñanzas de la Iglesia sobre cuestiones sociales y económicas «pueden ser objeto de discu­sión». Discutamos, pues. No sin antes señalar que este documento consta de 224 páginas. De ellas, cuatro están dedicadas a la economía, a esa «economía que mata». Y me parece importante, para entender y discrepar de esas cuatro páginas, aludir a las líneas maestras del resto del documento.

El tema es la alegría. El evangelio es el anuncio de una verdad que ilumina la vida pero resulta que algunos que se llaman cristianos se han vuelto rutinarios, se han cansado, se les ha puesto «permanentemente cara de funeral», como de «cuaresma sin pascua». Han olvidado que el cristianismo «no crece por proselitismo sino “por atracción”», que la vida cristiana es una llamada a un despliegue del «verdadero dinamismo de la rea­lización personal».

En definitiva, pretende animar, exhortar, a los cristianos para que afronten radicalmente su existencia y constituyan la alegría en su condición natural y habitual. Y dedica un espacio a indicar algunas dificultades. Porque el cristiano es, también, hijo de su tiempo e incurre en los mismos errores que sus contemporáneos (como el de pensar que el capitalismo genera pobreza), se halla sometido a las mismas presiones que los demás, incitado por el vértigo de la soledad, del vacío existencial, de la angustia y del sinsentido. Y ahí aparece el consumismo, y su malvado “facilitador”: el capitalismo.

Se ha atacado esta tesis aludiendo a argumentos tales como la función civilizadora del comercio, pues sustituye históricamente a la guerra y la rapiña como modo de adquisición de riqueza. Se han señalado también las mejoras que ha aportado el capitalismo allí donde se ha implantado; así, por ejemplo, es notable que en la Europa del siglo XVIII la esperanza de vida era de 40 años y más del 90% de la población mundial vivía en una economía de subsistencia.

Voy a seguir otra vía. Todo error genera contradicciones. Si mi interpretación es correcta y, en este punto, la Evangelii Gaudium yerra, encontraremos algunas contradicciones.  Señalaré dos.

El héroe del capitalismo liberal es, indudablemente, el empresario. Esta exhortación, generosa y acogedora, se muestra dispuesta a “perdonar” hasta a estos pecadores ya que «la vocación de empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sen­tido más amplio de la vida». El texto sugiere que la actividad empresarial (la del héroe liberal) es propia de villanos pero, si demuestran tener buen corazón, entonces miraremos para otro lado. En mi opinión, late ahí un error grave que queda de manifiesto si aplicamos el mismo razonamiento y las mismas insinuaciones a otro tipo de “vocaciones”. Si decimos que la vocación de maestro, padre o portero de discoteca es una noble tarea, decimos que ese es un modo de vida en el que algunos pueden encontrar su realización personal, su camino de santidad, laborarando ad maiorem Dei gloriam. Que luego algún tipejo realice innoblemente esa tarea no dice nada de la tarea sino de ese individuo. ¿Por qué habría de ser distinto para el empresario? ¿Sólo los pobres, las clases medias y trabajadores por cuenta ajena pueden aspirar a la plenitud humana y a la alegría existencial a la que invita la exhortación apostólica? Si hay una vocación sacerdotal o de maestro o de empresario, que haya buenos y malos sacerdotes, que los hay, y buenos y malos maestros, que los hay, y buenos y malos empresarios, que los hay, no dice nada de ese cauce de perfección humana, de la santidad, de esa vocación. Quizá este punto habría de ser revisado. Quizá la exhortación se haya dejado llevar por el error imperante y discrimine al que sigue el mandato evangélico de negociar para rentabilizar sus talentos.

Porque, en segundo lugar, no hay que olvidar que el término “talento” era originariamente el nombre de una moneda. De modo que la famosa parábola de los talentos, sin menospreciar la interpretación alegórica, habla directamente de dinero. Seguro que a mis amigos liberales les gustaría saber cómo encajar con la doctrina socia-listilla de la Iglesia aquella parábola en la que el Reino de los cielos se compara a un Señor que, antes de irse a lejanas tierras, llamó a sus siervos y les dio talentos, es decir, «una importante cantidad de dinero diciéndoles: Negociad con ello hasta que vuelva». Porque claro, esto de que el mismo Señor mande a sus muchachos que negocien, que comercien con dinerito, que acrecienten el capital, suena a música celestial en los oídos capitalistas de los liberales. Y si unos milenios después viene un jesuita con pinta de franciscano y se descuelga con que eso del mercadeo, el negocio, el capital, son inventos del maligno, pues aquí tiene que pasar algo.

A ver si lo que pasa es que, por ejemplo, Cristo expulsó a los mercaderes no por su actividad empresarial sino, tal como dice el propio Evangelio, por «convertir la casa de su Padre en un mercado». Porque el mercado no lo es todo, porque no todo está en venta. Quien piensa que la fuente profunda del sentido de la vida son los bienes que se compran en el mercado, ha profanado lo más sagrado. Y, como no es sensato, no puede ser cristiano ni será feliz. Y ahí, una vez más se dan la mano los liberales y los cristianos.

Publicado en La opinión, 19 de diciembre de 2013:
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/12/19/papa-liberales-capitalismo-mata/522291.html

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