Un sistema corrupto no puede educar. Buen eslogan, leído en
la huelga de educación de este año, la del pasado jueves.
La primera huelga que recuerdo se remonta a 1975. Aquel año
los demócratas de toda la vida triunfaron por fin sobre el dictador (ayudados
por el deterioro físico que acompaña a la vejez, aunque eso es otra historia). Yo
era demasiado joven, despertaba entonces del sueño de los niños, no había
tenido tiempo para aprender más y aquel año simplemente empecé mis estudios en
el instituto Floridablanca.
La zona era entonces un ensanche, ganada a la huerta y aún
no totalmente urbanizada. Cuando llovía era un barrizal. Y esto es lo que mi
memoria selectiva retiene de aquella mi primera huelga de la enseñanza:
¡Reclamemos que nos asfalten las calles! No digo que no hubiese otros motivos,
otras intenciones, otros ideales, pero a mí y a mis colegas de entonces nos
movía la evidencia de que el barro y los estudios no casan bien. Quizá, no digo
que no, también contribuyese algún otro motivo. Pongo por caso que enfrente
estaba el instituto femenino (el Saavedra) y seguramente las chicas también se
unirían a la protesta, que a nadie le gusta embarrarse.
A los 15 años no se sabe más, que diría Serrat. Y, claro,
hay que montar la zapatiesta, la huelga, la juerga. Que la jarana sirve para
reivindicar lo que haga falta y lo contrario. Aprendí, ya de paso, que para el
estudiante huelga y juerga tienen muchas letras en común.
No excluyo que todos los manifestantes hayan leído los tres
borradores de la Lomce y, tras
sesuda reflexión, hayan concluido en la necesidad imperiosa de rechazarla.
Podría ser. Aunque cabrían otras interpretaciones. Ya digo que en mi primera
huelga había un par de razones que nos movían más que carretas de indudable
interés estructural, estratégico y geopolítico global.
Quizá en esta última huelga hayan confluido también motivaciones
varias. Y, sin duda, el eslogan que llamó mi atención es una razón de peso.
Independientemente de que tenga algo que ver con la Lomce o todo lo contrario. Además, estamos tan sensibles a
esta lacra como mis compañeros de 15 años a las chicas de enfrente, siempre, y
al barro cuando la pertinaz sequía aflojaba.
La corrupción es el asunto. Indignante, claro. Ahí hay
acuerdo. Y en cuál es una de las causas fundamentales también: la falta de
transparencia.
Si hablamos de transacciones con dinero privado, la falta de
claridad o la simple letra pequeña ya levanta suspicacias. Ahí está, sin ir más
lejos, lo que pasa si al suscribir una hipoteca no se aclaran las condiciones
sobre cláusulas suelo, techo o cualquier asuntejo de ese tipo. Mal huele eso. Y
ya estamos viendo que aquellos polvos traen estos barrizales.
El asunto es, qué duda cabe, mucho más grave cuando se trata
de dinero público. Sencillamente, porque "público" significa que ese
dinero es el que el Estado ha ido sacando de mi bolsillo para gestionar los
asuntos comunes. Está claro que es obligación de las autoridades rendir cuentas
a los ciudadanos de cómo se emplea hasta el último céntimo.
Quienes hicieron la ley educativa (Logse) que ha hundido la enseñanza en España y que sólo ha
sufrido un pequeño maquillaje en la también socialista Loe se negaron desde el principio a rendir cuentas. Marchesi,
principal ideólogo socialista de nuestro nefasto sistema educativo sostiene que
“hacer exámenes es de derechas”. Las cosas como son: un buen eslogan plasmado
en una camiseta de vivos colores o sobre una mente ideologizada, obra milagros.
No obstante, quienes no tenemos obediencia a ideología
alguna ni embotamiento crónico, sabemos que hacer exámenes es sinónimo de rendir
cuentas, de transparencia. Signo de que se intentan hacer bien las cosas y que
se está dispuesto a rectificar si la realidad va por otro lado. Buena
estrategia no sólo contra la corrupción, sino contra la manipulación ideológica.
Se trata de ver lo que los alumnos han aprendido. Y, puesto que el sistema
educativo se pone en marcha para que los chicos aprendan, el examen evalúa
también el sistema.
Cuando decido que mi hijo aprenda a tocar la guitarra, haga
karate, fútbol o pintura puedo averiguar todo: cuánto cuesta, horarios, si
participarán en competiciones o son más de echar un rato. En fin, que me pateo
los establecimientos del barrio en los que se imparte lo que quiero para mi
hijo, y decido. Es lo lógico: el dinero y el niño son míos y tengo derecho a
saber todo. ¿Pasa lo mismo con la escuela? Teniendo en cuenta que también pago
(recuerden que el dinero público primero estuvo en mi bolsillo) y que no se
trata de echar un rato quemando calorías o zarpeando la guitarra sino que
hablamos de bastantes horas diarias a lo largo de no menos de 10 años, lo
lógico ¿no sería que dispusiéramos de toda la información pertinente? ¿Por qué
no se publican los resultados de las evaluaciones de diagnóstico? Algunos
esgrimen razones de Estado donde otros intuyen más bien razones de establo, que
diría Gracián. Un sistema que pagamos con nuestro dinero para que eduque a
nuestros hijos condicionando seriamente su futuro, ¿no debiera darnos todos los
datos que le pidamos? Para que nosotros decidamos según nuestros criterios,
según lo que queremos para nuestros hijos. Si no lo hace así, que no lo hace,
¿en qué se diferencia del banquero que me pide que le firme una hipoteca sin
aclararme las condiciones?
Los informes educativos coinciden con el sentido común: lo
que no se mide, no se controla y no se mejora. Por tanto, publicar los
resultados de las evaluaciones de diagnóstico y los de selectividad no es sólo
una exigencia de justicia y un ejercicio de transparencia. Se trata también de
una cuestión de eficacia; hablamos, en definitiva, de acostumbrar a nuestros
hijos al éxito logrado porque se les habitúa a conseguir metas concretas,
precisas y claras (que, para no liarnos: a ciertas edades tienen que saber las
tablas de multiplicar) en vez de engañarlos en un ambiente de adormecida
igualdad, donde igual da estudiar que tocar la flauta e igual da saber que no.
Quizá haya quien prefiera esta aurea
mediocritas para sus hijos. Muy libres son. Tanto como los que queremos lo
contrario. Por eso, otra ventaja de la publicidad: que cada uno pueda saber
dónde lleva a sus hijos. Y que nadie se lleve a engaño.
Esperemos,
en fin, que pronto podamos consultar los datos del sistema educativo con la
facilidad que nos permiten las modernas tecnologías. Habrá así un foco más de
transparencia, que es como decir que tendremos un motivo más para recobrar la
confianza que necesitamos para salir del bache.
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