Cuando llega a la playa, descubre que no hay ningún tiburón.
Nunca lo hubo. Le han engañado para conseguir que no vaya al colegio. Y lo han
conseguido.
Pinocho se enfada. No le ve sentido. Por el contrario, ellos
piensan que il sugo c'è sicuro, que
el asunto tiene mucha gracia. La miga reside precisamente en «haberte hecho
perder la escuela y venir con nosotros ¿No te avergüenzas de ser todos los días
tan puntual y diligente en las lecciones? ¿No te da vergüenza estudiar tanto?».
El muñeco sigue siendo un ingenuo. Sigue pensando que los
demás no le influyen y que, a su vez, él no influye en los demás. Piensa, por
eso, que a los demás ni les va ni les viene lo que él haga. Se equivoca porque «la
virtud auténtica y silenciosa es una provocación que es difícil de tolerar» (Biffi, Contro Maestro Ciliegia,
172).
Siempre habrá gente que se sienta avergonzada, ofendida,
desprestigiada por el simple hecho de que otros actúen mejor. Esta idea es
básica para moverse en sociedad. Sus compañeros lo dicen de otro modo:
«los alumnos que estudian,
siempre desprestigian, fanno sempre
scomparire, a los que, como nosotros, no quieren estudiar. E noi non vogliamo scomparire¸¡Y
nosotros no queremos desmerecer! ¡También tenemos nuestro amor propio!…».
Es de notar que el amor propio lleva a querer quedar bien, a
no querer hacer la brutta figura,
incluso delante del maestro, incluso delante de la gente por la que no se tiene
ningún respeto o se la considera enemigo. El amor propio, la idea que tenemos
de nuestra propia valía, también se nutre de lo que los demás piensan de
nosotros. Incluso eso nos es dado por los otros. Señala Hegel que sólo
alcanzamos conciencia de nosotros mismos, autoconciencia, en la medida en que
otro nos reconoce, es ist nur als ein
Anerkanntes (Fenomenología del espíritu).
Pinocho intenta averiguar qué podría hacer para evitar el
enfado de los otros chicos. La respuesta es clara:
«- Debes aburrirte, prendere a noia, tú también de
la escuela, de las lecciones y del maestro, que son nuestros tres grandes
enemigos».
Cuando Hegel señala que para que se constituya una
autoconciencia se requiere otra autoconciencia que reconozca a la primera, está
iniciando el estudio de lo que se denomina "dialéctica del amo y el
esclavo" y que, estrictamente corresponde a la "independencia y
dependencia de la autoconciencia: Señorío y servidumbre; Selbständigkeit und Unselbständigkeit des Selbstbewusstsein; Herrschaft
und Knechtschaft". Y tanto quien domina como quien se somete depende,
para ser dominador o siervo, de que el otro le reconozca como tal.
El reconocimiento es clave. Por eso, aburrirse ante la
escuela, el maestro y sus lecciones supone un intento de aniquilar a esos
enemigos negándoles el reconocimiento. Porque exhibir aburrimiento ante algo es
el modo de mostrar que la acción y la misma existencia de ese algo es
irrelevante para mí, que es otro modo de decir que no son nada. Los chicos no
pueden eludir la escuela, no pueden negarla en la realidad, pero reclaman su
aniquilación en el plano del sentido de la vida.
Si Pinocho, por el contrario, reconoce a la escuela su
valor, le concede su pertinencia, su eficacia respecto a los fines que le son
propios, es decir, si Pinocho se beneficia de la actividad formativa, entonces
el maestro es reconocido en su altísimo valor. En terminología hegeliana cuando
el alumno reconoce al profesor y viceversa, entonces hay maestro y hay
discípulo y se hace verdad una vez más que cuando el discípulo está dispuesto,
aparece el maestro.
Por eso mismo, los golfos, los que no reconocen el valor que
efectivamente tiene, no son valorados por el maestro y son reducidos entonces a
nada. Dice en italiano que los alumnos que estudian, a los que no estudian, fanno sempre scomparire que,
literalmente, significa que siempre los hacen "desaparecer", los
empequeñecen, hacen que no se les vea, no se les reconoce (en su calidad de
alumnos, que es la única pertinente en la relación maestro-discípulo).
Si el maestro está legitimado en su ser y su acción
formativa, entonces son los chicos que no estudian quienes quedan
descalificados. El único modo de evitar eso es conseguir que el maestro carezca
absolutamente de legitimidad, de valoración, de reconocimiento, es decir, sólo
si nadie, absolutamente nadie, se beneficia de su acción, entonces su valor es
nulo y, por eso mismo, no puede nada, tampoco deslegitimar, fare scomparire, a los golfillos.
De ahí su interés de conseguir que quien se mantiene en pie
caiga también al suelo con ellos, de ahí su necesidad de que Pinocho se aburra,
sea como ellos: un pillo que descuida sus obligaciones. Ahí está la gracia, il sugo. Pinocho debe integrarse en la
pandilla, siendo un golfo más.
De ahí la fuerza de la advertencia de que «no te miraremos
más a la cara y nos las pagarás a la primera ocasión». La coacción consiste en la
amenaza de negarle el reconocimiento: nadie en el grupo le valorará, no será ya
más uno de ellos. Y eso es serio. ¿Accederá Pinocho al chantaje? Lo veremos en
la próxima entrada.
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