martes, 6 de mayo de 2014

27.1. La fuerza del reconocimiento



Cuando llega a la playa, descubre que no hay ningún tiburón. Nunca lo hubo. Le han engañado para conseguir que no vaya al colegio. Y lo han conseguido.

Pinocho se enfada. No le ve sentido. Por el contrario, ellos piensan que il sugo c'è sicuro, que el asunto tiene mucha gracia. La miga reside precisamente en «haberte hecho perder la escuela y venir con nosotros ¿No te avergüenzas de ser todos los días tan puntual y diligente en las lecciones? ¿No te da vergüenza estudiar tanto?».


El muñeco sigue siendo un ingenuo. Sigue pensando que los demás no le influyen y que, a su vez, él no influye en los demás. Piensa, por eso, que a los demás ni les va ni les viene lo que él haga. Se equivoca porque «la virtud auténtica y silenciosa es una provocación que es difícil de tolerar» (Biffi, Contro Maestro Ciliegia, 172).

Siempre habrá gente que se sienta avergonzada, ofendida, desprestigiada por el simple hecho de que otros actúen mejor. Esta idea es básica para moverse en sociedad. Sus compañeros lo dicen de otro modo:

«los alumnos que estudian, siempre desprestigian, fanno sempre scomparire, a los que, como nosotros, no quieren estudiar. E noi non vogliamo scomparire¸¡Y nosotros no queremos desmerecer! ¡También tenemos nuestro amor propio!…».

Es de notar que el amor propio lleva a querer quedar bien, a no querer hacer la brutta figura, incluso delante del maestro, incluso delante de la gente por la que no se tiene ningún respeto o se la considera enemigo. El amor propio, la idea que tenemos de nuestra propia valía, también se nutre de lo que los demás piensan de nosotros. Incluso eso nos es dado por los otros. Señala Hegel que sólo alcanzamos conciencia de nosotros mismos, autoconciencia, en la medida en que otro nos reconoce, es ist nur als ein Anerkanntes (Fenomenología del espíritu).

Pinocho intenta averiguar qué podría hacer para evitar el enfado de los otros chicos. La respuesta es clara:

«- Debes aburrirte, prendere a noia, tú también de la escuela, de las lecciones y del maestro, que son nuestros tres grandes enemigos».

Cuando Hegel señala que para que se constituya una autoconciencia se requiere otra autoconciencia que reconozca a la primera, está iniciando el estudio de lo que se denomina "dialéctica del amo y el esclavo" y que, estrictamente corresponde a la "independencia y dependencia de la autoconciencia: Señorío y servidumbre; Selbständigkeit und Unselbständigkeit des Selbstbewusstsein; Herrschaft und Knechtschaft". Y tanto quien domina como quien se somete depende, para ser dominador o siervo, de que el otro le reconozca como tal.

El reconocimiento es clave. Por eso, aburrirse ante la escuela, el maestro y sus lecciones supone un intento de aniquilar a esos enemigos negándoles el reconocimiento. Porque exhibir aburrimiento ante algo es el modo de mostrar que la acción y la misma existencia de ese algo es irrelevante para mí, que es otro modo de decir que no son nada. Los chicos no pueden eludir la escuela, no pueden negarla en la realidad, pero reclaman su aniquilación en el plano del sentido de la vida.

Si Pinocho, por el contrario, reconoce a la escuela su valor, le concede su pertinencia, su eficacia respecto a los fines que le son propios, es decir, si Pinocho se beneficia de la actividad formativa, entonces el maestro es reconocido en su altísimo valor. En terminología hegeliana cuando el alumno reconoce al profesor y viceversa, entonces hay maestro y hay discípulo y se hace verdad una vez más que cuando el discípulo está dispuesto, aparece el maestro.

Por eso mismo, los golfos, los que no reconocen el valor que efectivamente tiene, no son valorados por el maestro y son reducidos entonces a nada. Dice en italiano que los alumnos que estudian, a los que no estudian, fanno sempre scomparire que, literalmente, significa que siempre los hacen "desaparecer", los empequeñecen, hacen que no se les vea, no se les reconoce (en su calidad de alumnos, que es la única pertinente en la relación maestro-discípulo).

Si el maestro está legitimado en su ser y su acción formativa, entonces son los chicos que no estudian quienes quedan descalificados. El único modo de evitar eso es conseguir que el maestro carezca absolutamente de legitimidad, de valoración, de reconocimiento, es decir, sólo si nadie, absolutamente nadie, se beneficia de su acción, entonces su valor es nulo y, por eso mismo, no puede nada, tampoco deslegitimar, fare scomparire, a los golfillos.

De ahí su interés de conseguir que quien se mantiene en pie caiga también al suelo con ellos, de ahí su necesidad de que Pinocho se aburra, sea como ellos: un pillo que descuida sus obligaciones. Ahí está la gracia, il sugo. Pinocho debe integrarse en la pandilla, siendo un golfo más.


De ahí la fuerza de la advertencia de que «no te miraremos más a la cara y nos las pagarás a la primera ocasión». La coacción consiste en la amenaza de negarle el reconocimiento: nadie en el grupo le valorará, no será ya más uno de ellos. Y eso es serio. ¿Accederá Pinocho al chantaje? Lo veremos en la próxima entrada.

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