sábado, 24 de mayo de 2014

28.1. Lo capturan en una red para peces


28.1. Lo capturan en una red para peces

Fruto de su buen corazón y de un malentendido, Pinocho es detenido como sospechoso de haber herido gravemente a un compañero. En un descuido se escapa pero Alidoro, el perro de la policía, lo persigue. En la entrada anterior dejamos a Pinocho muy apurado, a punto de ser atrapado por Alidoro.

La playa está cerca y Pinocho se dirige hacia el mar. Al ser de madera, el agua le favorece. Flota y nada con facilidad. Por el contrario, Alidoro va a ahogarse. La primera reacción de Pinocho es alegrarse: «Revienta; Crepa!».


Vuelve a encontrarse, de alguna manera, en una situación similar a la acaecida con Eugenio: tanto el chico como el perro querían dañar a Pinocho pero serán ellos quienes acaben llevando la peor parte.

El buen corazón de Pinocho hace que en ambos casos no se deje llevar por su primera inclinación y actúe con sensatez, responsablemente. Como es bueno, se apena ante alguien en una mala situación. Ayuda a ambos. Pero, puesto que ayudar a Eugenio casi le supone la cárcel, ahora ayuda pero con una reserva de prudencia: primero hace prometer a Alidoro que no le hará daño.

Este modo de actuar destila sabiduría antigua. De Sócrates recibimos la idea de que al obrar bien no sólo mostramos nuestro buen corazón: nos hacemos buenos, del mismo modo que quien obra mal se hace mala persona. El primer destinatario de nuestra acción somos siempre nosotros mismos. En un plano distinto, la misma idea había sido transmitida por Geppetto cuando decía «que uno no se arrepiente jamás de una buena acción». El perro, ya a salvo, contribuye introduciendo un nuevo matiz: «en este mundo, lo que se hace, permanece; in questo mondo quel che è fatto, è reso».

Pinocho ayudó a Eugenio y acabó en manos de la policía. Alidoro ha prometido que no le hará daño, no obstante Pinocho prefiere no tentar a la suerte más de lo necesario y se aleja prudentemente nadando.

Una vez que ha dejado atrás esta aventura, ya se siente seguro y puede empezar a pensar en su situación. Divisa entonces en la costa una especie de gruta de la que salía una columna de humo. El muñeco está empapado y piensa que un buen fuego le irá bien para secarse y calentarse. Toma la decisión de encaminarse hacia allí y luego ya veremos qué pasa, e poi sarà quel che sarà.

En la proximidad de la cueva, cae en las redes de un pescador junto a «un montón de peces de todas clases y tamaños». Una vez que la red está repleta y la captura está hecha aparece el pescador, con un aspecto horrible, parecía «un monstruo marino. Sobre su cabeza, en lugar de pelo, crecía una tupida mata de verde hierba; verde era la piel de su cuerpo, verdes los ojos, verde la larguísima barba que casi le llegaba a los pies. Parecía un enorme lagarto erguido sobre las patas traseras».

El pescador verde está satisfecho: la pesca ha sido muy abundante y grita de entusiasmo porque «podrá darse un buen atracón de peces». Al oír eso, Pinocho se anima un poco pensando: «Menos mal que yo no soy un pez».

Seguro que el pescador se da cuenta de que ha pescado un muñeco y no un pez, lo acoge amigablemente, lo coloca ante el fuego para que se caliente. Es bastante posible que su aspecto reptiliano, grotesco, sea una mera apariencia que esconde un noble corazón.


Aunque, tal como le van las cosas a Pinocho, también es posible que ocurra todo lo contrario. Y será en la próxima entrada donde averigüemos si las apariencias engañan o no.

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