jueves, 3 de febrero de 2022

El instante, el todo y la belleza

 



El instante, el todo y la belleza

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

La instantánea capta un instante de la realidad. Y eso es paradójico porque la realidad es más bien el todo que la parte. La realidad, la vida, son los ríos. Igual a sí misma en el manso fluir que los lleva al mar, que es morirse y se acabar, si acierta Jorge Manrique.

El griego Zenón mostró agudamente que si el instante es real, entonces la vida es incomprensible. No pocos libros trasmiten las aporías de Zenón como si fuesen una rareza o un galimatías al que no hay que hacer mucho caso. Algunos recordarán la aporía de Aquiles y la tortuga: si le damos valor al instante, el veloz Aquiles jamás podrá ganar la carrera a la flemática tortuga.

El instante es una fracción de la realidad. Y habría que ser un pensador de la talla de von Balthasar para hallar al todo en el fragmento (Das Ganze im Fragment). La fórmula de von Balthasar postula, precisamente, que nuestro tiempo desnortado, inhumano, ha perdido de vista la verdad que alegra la inteligencia y el bien que anima la voluntad.

Nos golpea estos días la noticia de la muerte de un anciano caído en una acera de París. No recibió ayuda de los viandantes y así permaneció durante horas congelándose. Era el enorme fotógrafo René Robert. La noticia nos hiela la sangre, nos encoje el corazón, nos afecta porque nosotros vivimos en ese mundo desangelado, somos parte de él. Von Balthasar diría que es un mundo en el que el bien rotundo ha sido sustituido por la ligera utilidad.

Dostoievski dejó escrito que la belleza salvará al mundo. Y von Balthasar muestra que eso será posible si la belleza logra constituirse en fundamento del bien y la verdad. Quizá sea esa la tarea capital del presente.

Y en la tarea de llenar de ángel un mundo desangelado, de dotar de sentido a una vida que es un río que fluye a borbotones, ¿qué papel tiene la fotografía, si tiene alguno y no es un mero divertimento?

Mucho antes de que Zenón asombrase al mundo con sus aporías, otro griego había concebido la vida como una navegación, como un viaje de regreso al hogar. Y fue así como Homero narró para nosotros (nosotros los hombres, no sólo los griegos) las peripecias de Ulises. Y por eso decimos que la vida es una odisea, un penar y una aventura con días dichosos e instantes terribles. Una odisea, en suma, que va tomando el cariz de lo que nos sale al encuentro en cada momento (sirenas o espectros, tormenta o bonanza, Escila o Caribdis…). La vida moderna, la odisea urbana que contiene instantes y horas terribles como las que pasan desde que un anciano fotógrafo cae hasta que el tiempo inclemente lo arrastra río abajo, hacia el mar; la odisea moderna, en fin, quizá la haya escrito un irlandés hace ahora 100 años. Del Ulises de Joyce hablamos. Y ahí leemos: «Cierra tus ojos y ve; Shut your eyes and see».

La fotografía que hacemos en un abrir y cerrar de ojos requiere como parte esencial suya el momento de cerrar los ojos para poder ver. Zenón diría que es una aporía, una situación sin salida. Pero podría ser que Joyce indique la necesidad de sustraerse a la ligera utilidad, al apremio con que la corriente del río de la vida nos arrastra. Nietzsche advierte de la necesidad de ser rumiante para avanzar. Porque es así, con sosiego, saboreando lo que los instantes nos proporcionan, como podemos recordar quienes somos y a dónde nos lleva el río de la vida en el que estamos. Que ya lo dijo Homero: hay que ser hospitalario con el anciano caído, asegurarse bien ante los cantos de sirenas y cuando atravesemos el infierno hay que apresurarse, que no es bueno permanecer al alcance de Escila y Caribdis.

Y la belleza del instante que la instantánea nos retiene bien pudiera ser un estímulo que, con los ojos cerrados, nos permita entusiasmarnos con la belleza total que, quizá, sea visible rumiando, paladeando, disfrutando.


Publicado en el Suplemento de la revista Letras de Parnaso, ed. 72, nº 3, febrero 2022, p. 11:

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