El instante, el todo y la belleza
Manuel Ballester
El griego Zenón mostró agudamente que si el instante es
real, entonces la vida es incomprensible. No pocos libros trasmiten las aporías
de Zenón como si fuesen una rareza o un galimatías al que no hay que hacer
mucho caso. Algunos recordarán la aporía de Aquiles y la tortuga: si le damos
valor al instante, el veloz Aquiles jamás podrá ganar la carrera a la flemática
tortuga.
El instante es una fracción de la realidad. Y habría que ser
un pensador de la talla de von Balthasar para hallar al todo en el fragmento (Das Ganze im Fragment). La fórmula de
von Balthasar postula, precisamente, que nuestro tiempo desnortado, inhumano,
ha perdido de vista la verdad que alegra la inteligencia y el bien que anima la
voluntad.
Nos golpea estos días la noticia de la muerte de un anciano
caído en una acera de París. No recibió ayuda de los viandantes y así
permaneció durante horas congelándose. Era el enorme fotógrafo René Robert. La
noticia nos hiela la sangre, nos encoje el corazón, nos afecta porque nosotros
vivimos en ese mundo desangelado, somos parte de él. Von Balthasar diría que es
un mundo en el que el bien rotundo ha sido sustituido por la ligera utilidad.
Dostoievski dejó escrito que la belleza salvará al mundo. Y
von Balthasar muestra que eso será posible si la belleza logra constituirse en
fundamento del bien y la verdad. Quizá sea esa la tarea capital del presente.
Y en la tarea de llenar de ángel un mundo desangelado, de
dotar de sentido a una vida que es un río que fluye a borbotones, ¿qué papel
tiene la fotografía, si tiene alguno y no es un mero divertimento?
Mucho antes de que Zenón asombrase al mundo con sus aporías,
otro griego había concebido la vida como una navegación, como un viaje de
regreso al hogar. Y fue así como Homero narró para nosotros (nosotros los
hombres, no sólo los griegos) las peripecias de Ulises. Y por eso decimos que
la vida es una odisea, un penar y una aventura con días dichosos e instantes
terribles. Una odisea, en suma, que va tomando el cariz de lo que nos sale al
encuentro en cada momento (sirenas o espectros, tormenta o bonanza, Escila o
Caribdis…). La vida moderna, la odisea urbana que contiene instantes y horas
terribles como las que pasan desde que un anciano fotógrafo cae hasta que el
tiempo inclemente lo arrastra río abajo, hacia el mar; la odisea moderna, en
fin, quizá la haya escrito un irlandés hace ahora 100 años. Del Ulises de Joyce hablamos. Y ahí leemos: «Cierra
tus ojos y ve; Shut your eyes and see».
La fotografía que hacemos en un abrir y cerrar de ojos
requiere como parte esencial suya el momento de cerrar los ojos para poder ver.
Zenón diría que es una aporía, una situación sin salida. Pero podría ser que
Joyce indique la necesidad de sustraerse a la ligera utilidad, al apremio con
que la corriente del río de la vida nos arrastra. Nietzsche advierte de la
necesidad de ser rumiante para avanzar. Porque es así, con sosiego, saboreando
lo que los instantes nos proporcionan, como podemos recordar quienes somos y a
dónde nos lleva el río de la vida en el que estamos. Que ya lo dijo Homero: hay
que ser hospitalario con el anciano caído, asegurarse bien ante los cantos de
sirenas y cuando atravesemos el infierno hay que apresurarse, que no es bueno
permanecer al alcance de Escila y Caribdis.
Y la belleza del instante que la instantánea nos retiene
bien pudiera ser un estímulo que, con los ojos cerrados, nos permita
entusiasmarnos con la belleza total que, quizá, sea visible rumiando,
paladeando, disfrutando.
Publicado en el Suplemento de la revista Letras de Parnaso, ed. 72, nº 3, febrero 2022, p. 11:
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