martes, 1 de octubre de 2024

Nefarious: El mal, la mentira y la Iglesia (3)

 

 



Entusiasmo por la realidad:

El mal, la mentira y la Iglesia (3)

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Esta sección intenta contagiar entusiasmo. Ante la realidad, no una fogosidad fruto de peculiares y envidiables disposiciones psicológicas. Entusiasmo al descubrir la maravilla de la realidad.

Aunque hay mal y hay gente mala. Las dos últimas entradas de esta sección se han ocupado precisamente de este asunto: ¿cómo entusiasmarse ante una realidad que incluye el mal? Tomamos pie de la película Nefarious, cuando habla el diablo.

Sentimos instintivamente que el mal no debería existir. Pero ahí está, a cada paso que damos. Requiere, por tanto, una explicación. Para entenderlo y, comprendiéndolo, atenuar su impacto en nuestras vidas.

¿Por qué actuamos mal a sabiendas (frente a Sócrates)? La explicación más extendida entre nosotros remite a que quien obra mal (o sea, todos) sufre algún tipo de trastorno. Un desarreglo, psíquico, cerebral. El hombre malo es un hombre enfermo. Y la cuestión sería hallar la cura que, finalmente, será farmacológica. Con los matices que vimos en las dos anteriores entregas, eso es básicamente lo que habíamos expuesto.

Porque, para los modernos, no hay otra opción. Hay mal pero no hay Maligno. No puede haberlo. Si hubiese diablo y hubiese un plan para arruinar el hombre… si hubiese batalla y el hombre (el psiquiatra, nosotros) no toma nota de ello, entonces, en términos de la propia película: “por eso estáría perdiendo”. Si en una batalla sólo pelea un bando, el otro (el psiquiatra, nosotros) está perdiendo, está perdido.

Considerando que el diablo es un delirio (un síntoma de desarreglo o enfermedad mental), el psiquiatra decide afrontarlo desde esa perspectiva. Llama al capellán de la cárcel donde se encuentra quien afirma estar poseído por el diablo.

El buen clérigo aparece vestido con una chaqueta de punto abierta por delante. Sobre ella luce una estola cuyos vivos colores remiten más a un ceremonial indigenista que al sobrio rito romano de la Iglesia Católica. Es todo afabilidad, bondad y cercanía al sufriente.

Pero no tiene nada que aportar. Nada en sus palabras hace suponer que tenga un conocimiento del hombre y del mal superior al del psiquiatra. Nada permite pensar que plantará cara al poder del mal.

De todo hay en la viña del Señor, claro. Hay personas “religiosas” y gentes de Iglesia así. En los términos en que se plantean las cosas en la película, la cuestión es que esa Iglesia está exactamente donde la quiere el diablo: está perdiendo porque no sabe nada del combate real, ni del poder del diablo ni del suyo propio.

Este modo de concebirse y presentarse sitúa a la Iglesia de rodillas ante el mundo. Si el mal sólo es un desajuste, una enfermedad, el que es competente es el técnico, el profesional, el psiquiatra; y la iglesia queda convertida en una ONG llena de buenas intenciones. Visto así, la Iglesia sería una comunidad de gentes bondadosas que no encajan en el trepidante mundo moderno.

Si la Iglesia fuese eso no habría cambiado el curso de la historia de la humanidad durante más de dos milenios a pesar de haber sido perseguida, prohibida, martirizada. Los cristianos tienen un Dios que sabe resucitar. Asunto interesante que nos desviaría de nuestro objetivo: el mal, el Maligno.

El tipo de mal al que estamos refiriéndonos es lo que la Iglesia denomina pecado, que por nombres no va a quedar. ¿Cómo entiende la Iglesia el mal, el pecado? ¿En qué consiste pecar? Propongo esta definición: pecar consiste en rechazar la realidad.

El mal, el pecado, no es cuestión de ignorancia (que también pecan los sabios) ni de enfermedad (que también pecan los sanos). La Iglesia entiende que el mal específicamente humano (el pecado) no radica en la inteligencia o el cerebro. Es una cuestión de la voluntad, de la libertad, del alma o las “entrañas”. Consiste en el libre rechazo de lo que somos.

La realidad, la entusiasmante realidad, es que hemos recibido la vida. Nuestra vida es un don. También se nos ha dado el sentido: hemos nacido para algo. Dicho de otro modo: nuestra existencia no es fruto del azar, sino que forma parte de un plan, nuestra vida tiene sentido, hemos sido creados con un objetivo, una meta, a eso hemos sido llamados o, en términos religiosos, esa es nuestra vocación.

Lo adecuado, lo bueno, es aceptar nuestra realidad, agradecerla y disfrutarla, vivir plenamente  lo que realmente somos. Por el contrario, rechazarla, pretender que no debemos nada a nadie, que somos creadores de nosotros mismos y criterio único del bien y del mal, eso es no vivir en la realidad o, en otros términos, eso es malo o pecado, que por palabras no va a quedar.

Hay mal, hay pecado. Y así lo entiende la Iglesia, si yo no me equivoco. Pero ¿hay Maligno?

Los seres dotados de inteligencia y voluntad son los únicos que pueden pecar, es decir, los únicos que pueden rechazar su realidad y vivir falsamente.

Los espíritus, que los hay, son también criaturas, reciben el don de su existencia, la dirección y sentido de su vida como una vocación y tarea. Y puede aceptar y gozar esa vida sin término o rechazarla y rebelarse. Hay diablo o, más estrictamente, demonios.

Creados los espíritus, realmente libres, algunos rechazaron su realidad, quisieron otra cosa, quisieron ser como Dios. Hubo, según cuenta el Apocalipsis, «una batalla en el cielo (πόλεμος ἐν τῷ οὐρανῷ)» (Ap, 12, 7) en la que se enfrentaron «Miguel y los ángeles» con el dragón y sus diablos. El dragón, o «la serpiente antigua (ὄφις ὁ ἀρχαῖος)» (Ap, 12, 9), llamado «diablo y Sátanás (Διάβολος καὶ ὁ Σατανᾶς)», que por nombres no va a quedar.

Por su parte, Cristo denomina al Maligno como mentiroso y, más aún, como padre de la mentira (πατηρ ψεύδους: Juan, 8, 44), lo cual encaja perfectamente con la caracterización de mal y pecado como mentira o rechazo de la realidad, con la que nos hemos ido manejando en este texto.

Lo que aún no está claro es qué tiene que ver esa rebelión “en los cielos” con nosotros, los hombres. Ni por dónde viene esa batalla entre el bien y el mal que parece ser la misma, con otros nombres, que la batalla entre la realidad y la mentira. O la existencia auténtica, que por nombres no va a quedar.

Asuntos interesantes, a qué dudar. Para evitar cansar al lector, quedan pendientes para la siguiente entrega de esta sección. En el próximo número de la revista.



Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), octubre 2024, nº 88, pp. 36-37


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