sábado, 22 de marzo de 2025

Aquiles, Héctor y Príamo: lágrimas al final de la batalla

 


Aquiles, Héctor y Príamo: lágrimas al final de la batalla

 

 

La ciudad sagrada: Ilión y el inicio de la guerra

En la región de Asia Menor, cerca del estrecho de los Dardanelos, se alza la ciudad fundada por el legendario rey Ílo. Por eso, Homero la llama en su poema la “sagrada Ilión”. También se conoce como Troya, en honor a Tros, otro rey mítico de su linaje.

Bajo el reinado de Príamo, sus hijos Héctor y París marcaron el destino de la ciudad. París “raptó” a Helena, la mujer más hermosa del mundo, desatando la ira de los griegos.

Aquiles, gloria y condena

Agamenón, líder de Micenas, reunió una coalición de reyes para destruir Troya. Entre ellos estaban Odiseo, el astuto rey de Ítaca, y Aquiles, el guerrero invencible que sabía que, si entraba en combate, alcanzaría la gloria, pero encontraría la muerte.

La Ilíada narra este enfrentamiento épico, donde hombres, héroes y dioses combaten en ambos bandos. La guerra, marcada por la gloria y la tragedia, se prolongó durante diez años.

Vamos a detenernos en algunos momentos clave y en ciertos personajes que nos revelan lo humano en los griegos, en los troyanos y, en última instancia, en nosotros mismos. Porque leemos para eso: para comprender y vivir.

La furia y la pérdida

Un desencuentro entre Agamenón y Aquiles desata la ira de este último, quien abandona el combate y jura no volver a pelear. Sin él, los troyanos, liderados por Héctor, comienzan a imponerse en la batalla. En un intento desesperado por cambiar el rumbo de la guerra, Patroclo, el amigo más cercano de Aquiles, se viste con su armadura y entra en combate, haciendo creer a los troyanos que el gran guerrero ha regresado.

Pero Héctor, lejos de retroceder, se enfrenta al supuesto Aquiles y lo vence. La muerte de Patroclo enciende la furia de Aquiles, quien regresa al campo de batalla en busca de venganza. Finalmente, el destino de Héctor queda sellado: Aquiles lo enfrenta, lo derrota y lo mata.

Héctor: honor, liderazgo y tragedia

Héctor estaba destinado a suceder a Príamo como rey de Troya. Respetado por su pueblo, valiente en el combate y líder tanto en la guerra como en la paz, su muerte resquebraja la moral troyana. Más aún cuando la ira de Aquiles lo lleva a un acto de brutalidad sin precedentes.

Espada y cinturón: símbolos de respeto

Tiempo atrás, Héctor había desafiado a los griegos a un duelo, y Ayax (el más fuerte después de Aquiles) aceptó. Lucharon ferozmente con piedras, lanzas y espadas, pero al caer la noche, ninguno logró imponerse sobre el otro. Al final, ambos guerreros se reconocieron mutuamente, se respetaron e intercambiaron regalos: Héctor entregó su espada y Ayax le obsequió su cinturón. Espada y cinturón, símbolos de honor, del reconocimiento del valor en el enemigo.

Humillación tras la muerte

Pero cuando Héctor cae a manos de Aquiles, ese mismo cinturón se convierte en instrumento de degradación. Aquiles perfora los tobillos de su enemigo, ata su cadáver al carro con el cinturón de Ayax y lo arrastra sin piedad alrededor de las murallas de Troya, ante la mirada impotente de su familia y su pueblo. No sólo busca humillar a Héctor, sino negarle el último reconocimiento como ser humano: un entierro digno.

Enterrar a los muertos es un acto exclusivamente humano. Sólo los humanos entierran y todos los humanos entierran a sus muertos. Pero aquí, en la cumbre de su furia, Aquiles rompe esa regla sagrada. Y el cinturón de Ayax, antes símbolo de respeto y honor, se convierte en instrumento de humillación y deshumanización.

Príamo y el poder de la compasión

Príamo, no sólo rey de una Troya asediada desde hace años, sino sobre todo padre toma una decisión que lo define: acude de noche, solo, desarmado, al campamento griego. Al lugar donde el bravucón es más fuerte y está rodeado de sus guerreros, acudirá un anciano sin más armas que su dolor.

Entra en la tienda de Aquiles y, en un gesto que congela el tiempo, se arrodilla ante el asesino de su hijo. Toma sus manos, esas mismas que destrozaron a Héctor, y las besa. El gesto es sobrecogedor: un padre que humilla su orgullo ante el enemigo para recuperar el cuerpo de su hijo.

 

Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses:

es como yo, ya al borde de la vejez.

Quizá lo acosan los vecinos, y no hay quien lo defienda,

pero él al menos sabe que tú estás vivo,

y día tras día se alegra con la esperanza de verte regresar.

En cambio, yo estoy totalmente desdichado,

pues engendré a los mejores hijos de Troya,

y ninguno me queda.

Aquél que era mi orgullo y la defensa de nuestra ciudad,

Héctor, tú lo mataste mientras luchaba por su patria.

Por él he venido ahora a las naves de los aqueos,

a suplicar por su cuerpo,

trayendo contigo rescate sin medida.

Respeta a los dioses, Aquiles,

y ten piedad de mí, acordándote de tu padre.

Yo soy más digno aún de compasión:

he osado lo que ningún hombre ha osado,

besar la mano del asesino de mi hijo.

Ilíada, Canto XXIV, vv. 486-506

 

Cuando lloraron juntos

Con esas palabras, Príamo traspasa la coraza de Aquiles más que cualquier lanza. Le recuerda que, aunque se crea invencible, su propio destino es morir lejos de casa, sin padre que lo llore ni madre que entierre su cuerpo. La furia de Aquiles se quiebra:

 

Así habló; y despertó en Aquiles el deseo de llorar.

Tomando al anciano de la mano,

lo apartó dulcemente y ambos lloraron:

Príamo, por su hijo Héctor,

tendido ante los pies de Aquiles, asesinado y despojado;

Aquiles, por su padre y, a veces, también por Patroclo.

Y sus lamentos llenaron la tienda

Ilíada, Canto XXIV, vv. 507-512

 

 

Aquiles ordena preparar el cuerpo de Héctor y lo devuelve a Príamo. Esa noche, el guerrero y el anciano, el asesino y el padre, comparten la misma mesa.

La Ilíada no es sólo guerra

Aquí Homero supera su tiempo. El poeta que canta la guerra nos lleva, sin embargo, hasta el punto en que la guerra se suspende por un instante. Cuando Príamo y Aquiles lloran juntos, no son griego y troyano, no son enemigo y enemigo. Son padre e hijo. Son hombres. Como nosotros, que lo leemos, que lo vivimos.

Es en este momento cuando comprendemos que la Ilíada no es sólo un canto de batalla, sino un testimonio de la vulnerabilidad humana. Aquiles, el invulnerable, es finalmente alcanzado, no por una espada, sino por el sufrimiento ajeno. Príamo, el anciano quebrado por la pérdida, no busca venganza, sino la última dignidad posible: dar sepultura a su hijo.

En ese encuentro entre Aquiles y Príamo, el poema alcanza su punto más alto: el reconocimiento del otro no como enemigo, sino como igual. El talón de Aquiles, lo que le hace vulnerable, es también lo que lo hace humano. Como a todos nosotros. Porque leemos para comprender, y comprendemos para vivir. Y así es como Príamo salva a Aquiles… y nos salva a nosotros también.

Hacia nuevas historias: Odisea y Eneida

La guerra sigue. Los griegos vencerán, pero Aquiles quedará tendido en el campo de batalla. Agamenón y Ulises regresarán a casa, y Homero narrará sus destinos en La Odisea.

La sagrada Ilión es derrotada y, entre los vencidos, Eneas pierde su patria, pero no su deber. Carga a su padre sobre los hombros, guía a su hijo de la mano y deja atrás las ruinas de Troya. La Eneida contará cómo su viaje lo llevará a una nueva tierra, donde pondrá los cimientos de una patria, una nación, un imperio destinado a perdurar.

 

 

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