Dorian Gray: El precio de una
vida sin consecuencias
La ilusión de una vida sin consecuencias
Cuando nos ensuciamos, eliminamos la suciedad con un baño
meticuloso. ¡Cuánto desearíamos poder hacer lo mismo con la suciedad del alma!
Librarnos de la culpa, la responsabilidad por nuestras torpezas, cobardías,
maldades y pecados—que nombres no faltan para describirlas.
Desde cierta perspectiva, este es el núcleo de El retrato de Dorian Gray.
Ética vs. estética: el arte y la moral pueden separarse… ¿o no?
La novela viene precedida de un texto breve donde se
sostiene la tesis de la neutralidad ética de la estética, o lo que es lo mismo:
el artista crea belleza, y la belleza no tiene relación alguna con la bondad.
Un artista puede pintar o esculpir con belleza a una mujer sosteniendo en una
bandeja la cabeza de un hombre decapitado, y nada más. Que se trate de una
mujer malvada con la cabeza de un justo (Salomé y Juan Bautista) o de una mujer
virtuosa con la cabeza de un tirano (Judith y Holofernes) es irrelevante para
el arte.
Este prólogo apareció en la segunda edición (1891), pues la
primera (1890), más breve y con pasajes más explícitos sobre la degradación
moral del protagonista, generó polémica. En cualquier caso, aunque la coyuntura
histórica explica por qué Wilde lo escribió, el contenido de la obra lo hacía
quizá innecesario.
La obra cuenta con tres personajes fundamentales.
Dorian Gray: un alma pura en peligro
Dorian Gray, un joven encantador en todos los sentidos. Es
físicamente atractivo y es, también un alma bella, una bellísima persona: posee
una pureza e inocencia que recuerdan la idea rousseauniana del hombre no
corrompido por la sociedad.
Lord Henry: la seducción del cinismo
Lord Henry Wotton, un cínico declarado. Postula abiertamente
su hedonismo y su tesis de que el único fin digno es el placer, el disfrute de
la vida, sin complicaciones morales o religiosas. Al conocer a Dorian Gray
queda fascinado no sólo por su belleza, sino por su simpleza, su ingenuidad, porque
ve en él a alguien “manipulable”, influenciable. Y se propone ejercer su
influencia sobre él.
Basil Hallward: el arte como reflejo del alma
El tercer personaje es Basil Hallward, el artista que al
pintar el retrato de Dorian pone en ello toda su alma, su vida entera, cumpliendo
así con su idea del arte genuino. Basil es amigo de tanto de Dorian como de
Henry y los valora a ambos. Por eso, cuando le confiesa a Henry un acto que
considera cobarde al tomar conciencia de una amenaza, Henry dice:
«–Conciencia
y cobardía son en realidad lo mismo, Basil. […]. Eso es todo.
–No lo creo, Harry, y me parece que tampoco lo crees tú».
Basil aprecia a lord Henry y, por tanto, no lo percibe como
el cínico absoluto que pretende ser. Cree que su aparente indiferencia moral
es, en el fondo, una afectación, una pose más que una convicción profunda.
El retrato maldito: la carga de la culpa y el paso del tiempo
El trabajo de Basil, el retrato de Dorian, resulta
extraordinario y del agrado de todos. Una pena que la imagen del cuadro
permanezca para siempre joven y el verdadero Dorian haya de seguir el curso de
las vidas, que van a dar al mar que es el deteriorarse, envejecer y acabarse.
Esta reflexión apenas se menciona antes de que la narración retome el papel
corruptor de lord Henry, quien, de manera sistemática, va moldeando la mente y
el comportamiento de Dorian.
Sibyl Vane: el amor, el arte y la decepción
Diversos episodios marcan la transformación de Dorian,
alejándolo de la pureza que mostraba al inicio de la novela. Un ejemplo
significativo es su enamoramiento de Sibyl Vane, una actriz que representa
heroínas de Shakespeare. Dorian, cautivado por la calidad de su actuación la
idealiza y le propone matrimonio. Sin embargo, cuando lleva a sus amigos al
teatro para que la vean, la representación resulta un fracaso: Sybil, más
preocupada por el amor que por su arte, pierde toda su genialidad escénica.
Dorian, más preocupado por el arte que por la vida y el amor, se decepciona y
rompe el compromiso. Sin remordimientos, pues no estaba enamorado de la persona
sino de la artista, de la representación, de la estética.
Este episodio marca un punto de inflexión en su desarrollo
moral, reforzando su progresiva inclinación a dar primacía a lo estético sobre
cualquier otra consideración.
Redención imposible: la última oportunidad de Dorian
Cuando Dorian Gray, ya profundamente corrompido, se encuentra
con Basil Hallward, el pintor intenta hacerle ver que aún hay posibilidad de
redención. Basil le dice:
«¡Nunca es demasiado tarde, Dorian!».
Dorian, sin embargo, ya está sumido en la desesperación y
cree que el arrepentimiento y el perdón son inalcanzables para él: «–Esas palabras ya nada
significan para mí»,
concluye.
Dorian mantiene una superficie frívola, juvenil, pero ve
cómo las consecuencias de sus actos van transformando la imagen del cuadro.
Lady Macbeth y Dorian Gray: la culpa que no desaparece
Lady Macbeth comprendió que es imposible quitar la sangre de
unas manos culpables. No basta con lavarlas, la culpa persiste, arraigada en el
alma. Oscar Wilde, siguiendo esa misma idea, hace que la culpa de Dorian no
desaparezca, sino que se transfiera a su retrato. Dorian no ve reflejadas en su
piel las huellas de sus actos, pero su retrato sí las exhibe: se deforma,
envejece y, finalmente, se mancha de sangre, testimoniando sus crímenes. Es el
cuadro, y no su cuerpo, el que se convierte en el testigo implacable de su
corrupción, el receptáculo de una culpa que, como las manos de Lady Macbeth, jamás
podrá limpiarse.
Dorian ha logrado que su retrato cargue con la suciedad de
su vida. ¿Y si destruyese el cuadro? ¿Sería inocente, bueno, otra vez? La ilusión de una separación entre el ser y sus
actos lo lleva a esa conclusión, como si la imagen y la realidad pudieran
divorciarse sin consecuencias.
La identidad y la inseparabilidad de nuestros actos
Si uno de los temas que atraviesan toda la obra es la
separabilidad de la ética y la estética, el otro es la cuestión de la
identidad. Y quizá se trate de dos aspectos de la misma cuestión. No es posible separar nuestros actos de sus
consecuencias, porque nuestros actos nos constituyen: quien miente, se
convierte en mentiroso; quien traiciona, en traidor; quien perdona, en
compasivo. Dorian sólo podría recuperar su dignidad si aceptara esa verdad y se
acogiera al perdón, como le sugiere Basil. Pero el perdón exige reconocimiento,
algo que Dorian, atrapado en su narcisismo, no puede o no quiere concederse.
Resulta significativo que sea el artista, Basil Hallward,
quien defienda la inseparabilidad entre lo que somos y lo que hacemos, entre la
ética y la estética.
Pero la belleza
auténtica no es sólo forma, sino armonía, integración. Es la síntesis de actos
y consecuencias, la aceptación de lo que somos y la conciencia de que nadie se
salva solo.
Y la belleza era eso: armonía de bien y mal, de perdición y salvación, de superficie y profundidad. El artista supo ver la belleza. Dorian, cejado por su propio reflejo, no.
Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:
https://n9.cl/t0pg4
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