Claudel y la luz del misterio
Manuel Ballester
Paul
Claudel (1868-1955) fue diplomático y miembro de la Academia francesa, si bien
es célebre por haber sido uno de los grandes nombres de las letras francesas en
el siglo XX.
Perdió
la fe muy joven. El 25 de diciembre de 1886 asistió en Notre Dame de Paris a la misa de Navidad. Entró por mera curiosidad
pero al oír cantar el Magnificat,
según él mismo cuenta, “en un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí con
tal fuerza de adhesión que […] todos los libros, todos los razonamientos, todas
las vicisitudes de una vida agitada, no han podido perturbar mi fe ni, a decir
verdad, tocarla”.
Con el título La joven Violaine (La Jeune Fille Violaine, 1892) publica una obra de teatro sobre la que volverá en repetidas ocasiones hasta ofrecer la versión definitiva bajo el título L’Annoce faite à Marie (El anuncio hecho a María, 1912), un drama que consta de un prólogo y cuatro actos y que constituye (quizá junto a El zapato de raso, 1929) una de sus obras más relevantes.
La
acción se desarrolla en un ambiente tardomedieval. De hecho, una de las escenas
más emblemáticas ocurre mientras Juana de Arco conduce al rey a su coronación
en Reims.
La obra
posee un elevado simbolismo que se deja leer en distintos planos. Tiene, en
cualquier caso, una intención y un significado espiritual. Pero tal
significación no es algo postizo o artificial sino que brota como una necesidad
natural que permite entender el drama que viven los personajes.
Los
personajes centrales podrían ser las hermanas Violaine y Mara, destinatarias de
la herencia paterna. Hay, tiene que haberlo, unos amores y unos celos. Y unos
malentendidos. Tensiones y ambigüedades que dan lugar a injusticias.
De
Violaine, la mayor, dice su padre que es «sencilla y obediente, es
sensible y discreta». Y Mara dirá de
sí misma: «Sé que soy demasiado dura y lo lamento: quisiera ser de otro
modo».
Hay, lo hemos
dicho, amor. Y el amante dice lo que siente como una verdad definitiva: «¡Qué
hermoso es este mundo donde vos estáis!». El mundo es, en efecto, hermoso y agradable. Un personaje es arquitecto
y no es difícil entender la metáfora con el hacedor del universo: tiene la idea
general de la construcción, tiene el plan global y en función de ello va
eligiendo las piedras adecuadas. Y, obviamente, «no corresponde a cada
piedra elegir su lugar, sino al Maestro de la obra que la ha elegido».
Con un elegante juego de tensiones y ambigüedades nos
conduce a la idea de plenitud o, en lenguaje religioso, de santidad. Sin
estridencias porque, para Claudel, los santos son “como de la familia”, como
cualquier pues la «santidad no consiste en ir a hacerse lapidar por los turcos
o besar a un leproso en la boca, sino en cumplir el mandato de Dios tanto
si se trata de permanecer en nuestro sitio o de subir más arriba».
Violaine asumirá la vida según lo mejor y más bello. Sufrirá
en su cuerpo la lepra que, a veces, simboliza la torpeza del espíritu y, en
otras ocasiones, purga y purifica el pecado propio o ajeno. Sufre el
desprecio, la traición, el abandono. Vía purgativa, en cualquier caso. Se lo
indica Mara: «cuando ya no queda nada, hay que volverse a Dios: Es fácil ser
santa cuando la lepra nos sirve de apoyo».
Mara, la hermana amarga, reniega de Violane. Pero considera
que la leprosa ciega y desdichada es santa. Puede hablar con Dios y puede
arrancarle un milagro. Mara lo necesita desesperadamente. Y acude a su hermana.
Su argumento es simple: eres santa, hablas con Dios, consígueme esto.
Violaine, como todo santo, sabe su insuficiencia, se ve
incapaz. Mara no se da por vencida. Sabe lo que puede un santo:
«Mara: Puedes soplar sobre esta montaña y arrojarla al mar.
Violaine: Puedo, si soy una santa.
Mara: Hay que ser santa cuando una miserable te suplica».
Si un menesteroso te suplica, tiene el derecho de que tu voz le
transmita la respuesta de Dios. A un pobre del Antiguo Testamento podría
decírsele, quizá, que Dios está en el cielo y nosotros en la tierra; pero el
Verbo se ha hecho carne y ahora sabemos que Dios está exactamente donde estamos
nosotros. Mara lo sabe y lo exige en su hermana: ofendida, humillada, leprosa,
ciega pero, quizá por eso, santa.
En este drama, empapado de espiritualidad y liturgia, todo
conecta con todo. Asistimos a una continua y transparente correspondencia entre
los acontecimientos humanos y su dimensión sobrenatural. La obra de Claudel
plantea: «¿Es acaso el vivir el objeto de la vida?», ¿la vida humana se agota en lo temporal? Existe la posibilidad de pensar que «ya
hay bastantes ángeles ayudando a misa en el cielo» y que hay que dejar «a los celestes el cielo y
la tierra para los terrestres»: cada
uno lo suyo. Pero entonces el ruego de Mara no tendría sentido. No habría
santidad. Y no sería acogido. Y la historia tendría un amargo final.
«Hacer luz es más difícil que hacer oro». La obra de Claudel es grande y logra lo que es
más difícil: iluminar el misterio de la belleza.
Publicado en Aleteia 18 de mayo de 2021:
https://es.aleteia.org/2021/05/18/claudel-y-la-luz-del-misterio/
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