Calderón o el sueño de una vida
regia
Manuel Ballester
Pedro Calderón de
la Barca (Madrid, 17 de enero de 1600-25 de mayo de 1681) es uno de los más grandes dentro del gran Siglo de Oro
español.
Autor de más de doscientas
obras dramáticas, muchas de ellas célebres (Casa
con dos puertas, mala es de guardar, La
dama duende, El gran teatro del
mundo, El alcalde de Zalamea). El
mismo año que fallece Lope de Vega publica La
vida es sueño (1635), quizá su obra más relevante.
Segismundo, príncipe heredero que vive en una mazmorra desde su nacimiento, es el personaje que sirve de hilo conductor a Calderón para ilustrar su idea del mundo y de la vida.
Y conecta con el público y
con nosotros. ¿Acaso no nos sentimos príncipes a quienes los hados nos han
impedido, hasta ahora, tomar posesión de nuestro reino? Lo que en nuestra vida
va mal pudiera ser culpa del destino y pudiera ser que el siguiente giro de la
fortuna nos sea más favorable. Nos dé, en suma, lo que nos corresponde y es
justo. Asentimos a lo que dice y siente Segismundo:
«Nada me
parece justo
en siendo contra mi gusto».
El célebre
monólogo de Segismundo («¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!») supone la toma de conciencia de que de la vida
humana está llena de sufrimiento; es verdad que el ser humano es una maravilla
de inteligencia, alma, instinto, albedrío, vida; es, en tantos aspectos,
superior al resto de criaturas pero carece del privilegio de la libertad:
«¿Qué ley,
justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?».
Segismundo, y el
lector, se ve arrojado a la existencia, condenado a vivir una vida que consiste
en purgar una ignorada culpa ya que desconozco «qué delito cometí».
Quienes creen manejar los
hilos de la existencia de Segismundo lo liberan y lo colocan en su “real”
estado.
Liberado y libre se ve
poderoso y dueño de sí y de sus súbditos. Los griegos llamaban hybris a la desmesura que se apodera
entonces del antiguo prisionero. La hybris
tiene muchos nombres que oscilan desde la arrogancia a la insolencia pasando
por la soberbia y la locura. Quizá no importe tanto el nombre cuanto caer en la
cuenta de que se trata del estado al que alude el antiguo proverbio: “Cuando
los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco”. Segismundo
enloquece, en efecto. Impone con los demás una relación de dominio, despótica,
despiadada. Su excarcelación no le ha hecho mejor, no ha beneficiado a nadie.
Quienes creen manejar los
hilos de la existencia de Segismundo se sienten ahora justificados para
cargarlo nuevamente de cadenas. Ahora ya no puede clamar al cielo pretendiendo
que ignora qué delito cometió.
Los reveses del destino, la
dura condición de su existencia, le hacen dudar de todo. ¿Qué fue sueño, qué
realidad? ¿Volverá a despertar como soberano y señor? Quizá nunca lo sepa pero,
en ese viaje, ha ido ganando algunas verdades que el alto simbolismo del drama
deja caer en el oído atento del espectador.
Aprendemos que,
«en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende»
o, lo que es lo mismo, en el
gran teatro del mundo, quienes creen manejar los hilos de la existencia de
Segismundo quizá también sueñen y quizá sean personajes de un drama que los
lleva de un lugar a otro, según la intención del autor.
Aprendemos que, sea sueño o
realidad, en la lucha que es la vida la hybris,
la soberbia, es un enemigo constante y, si lo logro, «vencerme a mí» será la victoria más
grande.
Aprendemos que, cuando cae el
telón en el teatro, resulta que ni el rey era rey ni el preso prisionero: todos
eran actores. Cuando cae el telón en el gran teatro del mundo todos
despertaremos de nuestro sueño en el que
«Sueña el
rey que es rey […]
Sueña el rico en su riqueza […]
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en este mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende»
No sabemos si somos ricos, reyes, mendigos, humillados,
ofendidos o sólo es un papel que representamos en el teatro del mundo y, cuando
caiga el telón, el autor de la obra aplaudirá nuestra interpretación si ha sido
meritoria, si hemos dado vida al personaje; porque en la misma obra en que el
personaje del rey hace un mal papel pudiera ocurrir que el personaje del
mendigo desempeñe brillantemente su papel. Y se trataba de eso.
Porque, finalmente, habremos aprendido que
«sea verdad o sueño,
Obrar bien es lo que importa.
Si fuere verdad, por serlo;
Si no, por ganar amigos
Para cuando despertemos».
Publicado en Aleteia el 25 de mayo de 2021:
https://es.aleteia.org/2021/05/25/calderon-o-el-sueno-de-una-vida-regia/
No hay comentarios:
Publicar un comentario