Entusiasmo por la realidad (5)
Entusiasmo en la belleza
Manuel Ballester
Platón sienta una tesis de gran alcance cuando hace decir a
Timeo que el hacedor y padre del cosmos es bueno y, añade, “en quien es bueno
no anida mezquindad ni envidia alguna” (Timeo,
29e). Se trata de una tesis de largo alcance ya que, al decir de Platón,
“haríamos muy bien en aceptar de hombres inteligentes este principio
importantísimo” (Timeo, 30a).
Este principio importantísimo que es afirmado por personas sabias, repitámoslo para fijarlo bien, es el siguiente: “quien es bueno no es mezquino ni envidioso”.
Porque la bondad se opone frontalmente a la envidia y la
mezquindad. Es todo lo contrario: la generosidad, la capacidad de gozar del
bien y la predisposición a generarlo. El que es bueno se ve llevado a gozar de
lo que es bueno y a incrementar el orden de las cosas buenas. Así es su vida.
La bondad es una cualidad moral. Pero no sólo. Porque ser
bueno y gozar del bien es también respetar la verdad de las cosas. Ver la
bondad de las cosas es captar su verdad. La bondad es, por eso, la verdad de
las cosas: la realidad es buena. De ahí que, quien es bueno siente afinidad con
el principio que guía esta sección, se siente entusiasmado por el mundo.
La bondad es, por tanto, verdad. Y gozo también.
La especulación cristiana señala a un antagonista digno de
ser tenido en consideración. El diablo. El término está tomado directamente del
griego. Diabolos, διάβολος, significa “calumniador”. El demonio
no es solo malo (como opuesto a bueno) sino, sobre todo, “el padre de la
mentira”. El mal, la maldad, es también falsedad y mentira. Oculta y deforma la
verdad de las cosas. Engendra una visión distorsionada de la realidad y nos
hace odiarla llenándonos así de odio. Por eso, además de diablo, también se le
domina Satán o Satanás. De raíz hebrea y con el significado directo de
“enemigo”. Porque sólo el enemigo del hombre es capaz de calumniar la realidad
(diciendo que es mala) engañando (haciéndonos creer lo que es falso) y, en
última instancia, destruyéndonos (haciéndonos vivir el infierno del odio).
No sólo “el hacedor y padre del universo”. También el hombre
bueno vive entusiasmado por una realidad a la que conoce profundamente y, por
eso, la ve en su verdad y bondad. Y la ama. El hombre bueno goza de las cosas y
de la vida. Y goza amándolas, uniéndose con ellas. No hay unión más perfecta
que la unidad del amor.
De ahí que, acabamos también con Platón, al que es bueno le
resulta connatural no sólo la bondad y verdad de la realidad sino que goza de
una visión de la hermosura del mundo. Y el amor, que es el acto esencialmente
divino, está a nuestro alcance constituyéndonos como auténticamente
humanos. El amor, dice Diotima, es el deseo de poseer siempre el bien, y la
acción que impulsa a los amantes de perseguir el bien es una “procreación en la
belleza, tanto según el cuerpo como según el alma” (Banquete, 206b).
Afirma Dostoievski que la belleza salvará al mundo.
Así nos recuerda una verdad antigua, verdadera, buena y
bella.
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