jueves, 17 de junio de 2021

No es fácil ser madre






Historia de una gaviota... 16


11. No es fácil ser madre

 

«¡Mami! ¡Mami!, volvió a graznar el pollito ya fuera del huevo».

Cuando llega el hijo, lo llena todo de ternura. Y de exigencias, que una cosa no quita la otra: «¡Mami! ¡Tengo hambre!».

Los hijos presentan ante los padres diversas necesidades que han de ser atendidas. Las más básicas son las que se refieren al mantenimiento de la vida: comida, abrigo… Las necesidades son carencias que los hijos experimentan como deseos y en los padres toman la forma de deberes.

Los padres están ahí para gestionar las necesidades y deseos de sus hijos: esa es su misión. Me apresuro a aclarar que el deber de los padres no consiste en satisfacer los deseos, consiste en administrar esos deseos: unas veces satisfaciéndolos, otras ayudando a los hijos a fortalecerse dominándolos; siempre mirando por lo mejor para el hijo. Esto es así porque no todos los deseos remiten a necesidades cuya satisfacción mejore al individuo.

No todas las necesidades son iguales. En el texto aparecen básicamente dos tipos de necesidades. En primer término, la comida. En segundo lugar, la seguridad y sociabilidad. Hay más, como es sabido. Maslow, en su célebre la “pirámide de las necesidades”, coloca las más rigurosamente ligadas a nuestra condición biológica en la base de la pirámide: el resto vendría después, una vez satisfechas las básicas. En cierto sentido, la expresión primum vivere deinde philosophare expresaría esto mismo: primero hay que atender las necesidades propias de la vida biológica y luego otras de índole social o cultural.

Cuando Maslow sostiene que sólo cuando se satisfacen las necesidades de un nivel surgen las del nivel superior, su planteamiento parece razonable y, además, funciona cuando se trata de motivar al consumidor. No obstante, si reparamos en realidades tan cotidianas como las adicciones podemos intuir que algo se nos escapa.

Si este esquema de estímulo-respuesta funcionase, las adiciones no tendrían lugar. El estímulo sería el hambre, la respuesta sería la comida y, una vez cancelado el proceso o anulada la necesidad, «el pollito devoró» la comida y «satisfecho, hipó y se encogió, muy pegado al vientre de Zorbas», donde la gaviota se quedó dormida. Este esquema remite a un comportamiento que vemos en nuestras mascotas: necesidad-satisfacción de la necesidad-cese de la actividad, y el círculo vuelve a activarse la siguiente vez que surge la necesidad, porque vuelve el hambre ¿dónde podría entrar la adicción?

En el mundo antiguo, cuando uno tenía deudas que no podía saldar, era legal pasar a ser esclavo para que el acreedor se cobrara la deuda apropiándose del trabajo del deudor. El deudor era entonces addictus, “entregado a otro”, entraba a servir a otro en vez de emplear sus fuerzas en su propio interés y beneficio.

En ese sentido, la adicción no consiste en no hacer nada, sino en hacer (trabajar) eficazmente pero quebrando el dinamismo normal del trabajo, ya que ahora el beneficio lo obtiene otro y el trabajador queda así dominado, sometido, esclavizado. Lo que las adicciones tienen de “esclavitud”, de servidumbre, radica precisamente en que el adicto realiza ciertas acciones, pero no es él quien sale beneficiado, ni siquiera es él quien domina (es dueño o señor de) su comportamiento.

¿Cómo puede ocurrir esto? La estructura indicada parece un sistema de autorregulación suficientemente compensado frente a una adicción que es, claramente, una descompensación. Si el mecanismo de la acción se moviese desde la necesidad (vivida como deseo) hasta el objeto saciante (una cosa adecuada para saciar el deseo) con la consiguiente satisfacción y descanso (el pollito que se echa a dormir tras haber comido), no tendríamos explicación para algo tan frecuente. Tan frecuente en humanos, habría que añadir. Algo se nos escapa.

Subrayemos, para mayor claridad que la necesidad y el objeto que sacia esa necesidad se dan en un plano “objetivo”, digamos que cuando un organismo ha agotado sus reservas, objetivamente necesita reponer nutrientes, necesita comer; y cierto tipo de substancias son objetivamente alimento para ese organismo. Junto a eso está el plano “subjetivo, es decir, el modo en que el sujeto experimenta la necesidad y el objeto saciante objetivos: la necesidad se vive como deseo y el objeto saciante como placer. De modo que cuando el sujeto satisface un deseo encuentra placer.

En cierto sentido, sin entrar en más matices, podríamos decir que lo indicado responde a la estructura “natural” que explica el comportamiento.

Así ocurre que la naturaleza animal ajusta de un modo más preciso las necesidades y los objetos saciantes. La naturaleza es más certera pero también más rígida que en el ser humano.

La naturaleza del hombre es más plástica, moldeable, hasta el punto que hay quienes han llegado a afirmar que el hombre no tiene naturaleza, el hombre en vez de naturaleza tendría cultura. Por eso todas las gaviotas de todos los tiempos históricos comen lo mismo: no hay una historia (un registro) de las diferentes “culturas” culinarias de los animales; pero la historia de la gastronomía humana es inagotable. Y hablamos de una necesidad tan básica y primariamente natural como es la nutrición, en los demás campos la cuestión es mucho más clara. Quienes subrayan con entusiasmo la variedad, la diversidad, la riqueza desbordante de la cultura humana olvidando el sustrato natural olvidan en su apasionamiento que la cultura es sinónimo de “cultivo” y, en ese sentido, toda cultura es “agri-cultura”, cultivo, ordenación, optimización, exploración pero de algo, de algo previo que tiene un dinamismo propio.

La plasticidad de la naturaleza humana se debe a su racionalidad. El hombre es un ser racional y la razón (a diferencia de los sentidos) es capaz de captar diversos aspectos de un mismo objeto, y de captar el futuro (y al propio sujeto, pero eso es otra historia). Y eso se manifiesta en que, partiendo de la necesidad de comer, el hombre es capaz de ver un determinado producto y verlo como alimento pero también ve si es caro o barato, si se puede comer crudo o cocinado de varios modos y ve que no tiene por qué consumirlo aquí y ahora, que puede hacer dieta, o puede aprovechar la comida para hablar con la familia, amigos…

La razón pone al hombre ante diversos aspectos del objeto: nada es necesario, no es necesario comer esto o no comerlo, o crudo o aliñado, o ahora o esperar, o solo o acompañado. Y es así como esa capacidad racional nos fuerza a elegir o, por decirlo de otro modo, la razón nos abre el campo de juego para la libertad.

Si fuésemos sólo razón (sin cuerpo, ni sentidos) podríamos elegir continuamente, nuestra libertad sería siempre actual. Pero no es así: cada elección nos modifica, nos hace más propensos a repetir el acto elegido la primera vez, es decir, de alguna manera se “naturaliza” la libertad o, por darle el nombre que usó Aristóteles, generamos hábitos (que, por eso son considerados como “segunda naturaleza”).

Es desde esos hábitos desde donde se nos reconoce y desde donde actuamos: si elegí fumar, se me reconoce como fumador y experimento la necesidad de tabaco (necesidad que no está en la primera naturaleza, pero sí en la “segunda”) y fumar es la actividad placentera que satisface esa necesidad.

Por eso, los padres han de gestionar esa inicial indeterminación de los hijos. Para que adquieran hábitos correctos. Lo que en terminología aristotélica se llamaban “aretai”, formas de plenitud humana, que nos hacen ser más fuertes o, por decirlo en latín, nos dotan de virtudes.

Esa naturaleza plástica, esa apertura humana puede optar por una acción que se dirija al objeto porque es placentero (no porque satisface una necesidad: no porque es bueno sino porque es agradable), así es como se “tuerce” la dinámica natural de la acción y es así como, en vez de necesidades, tenemos caprichos y desde ahí se adquieren adicciones o vicios.

Desde una cierta perspectiva, los padres tienen como tarea ayudar al niño a desarrollarse. El planteamiento moderno construye “desde abajo”: Pirámide de Maslow; el antiguo piensa que la naturaleza indica lo superior, un máximo, una excelencia que está presente desde el principio (es lo que de verdad somos) pero que cuando es comprendida y aceptada actúa como motor y tarea: es el sentido de nuestras vidas; es tarea y misión porque es algo que hay que realizar, hacer real.


1 comentario:

  1. La necesidad es la razón primera del hábito y, sin embargo, jamás nos habituamos a ella, es siempre lo primero en nosotros y lo cambiante de nosotros, creo que somos su hábito. Excelente reflexión sobre la necesidad de ser necesarios en la tarea de educar a nuestros hijos sin caer en el vicio de ser su hábito. Un fraternal abrazo estimado Manuel.

    ResponderEliminar