Una mirada a la sabiduría de los antiguos
Manuel Ballester
Al avanzar por la vida todos cometemos errores y tenemos
aciertos, caemos en trampas y salimos de enredos. Quien aprende a distinguir
los caminos que le llevan al desastre y los que le enriquecen, ese y no otro,
es sabio.
A veces la sabiduría llega con la edad madura, cuando ya no
podemos recoger los frutos. Los pueblos antiguos veneraban a los ancianos
precisamente por eso: por su sabiduría. Las familias sensatas veneran a los
abuelos precisamente porque en ellos reside la capacidad de guiar a las nuevas
generaciones.
A lo largo de la historia de la humanidad, cada pueblo ha
intentado transmitir lo mejor y más noble a las siguientes generaciones. Y lo
ha hecho mediante narraciones que bien podríamos llamar “sapienciales” porque
tienen la habilidad de ponernos ante las encrucijadas de nuestra vida y señalar
cuál es la mejor opción.
La Historia y enseñanzas de Ahikar (siglo VIII aC) recoge un relato de este tipo. Ahikar (al que también se denomina Ahiqar, Ajicar o Achiacharus) fue, al parecer, un célebre sabio asirio.
La obra, muy conocida en la antigüedad, es glosada en la
Biblia. En el libro de Tobías (siglo
III aC) se lee: «Recuerda,
hijo mío, lo que hizo Nabad a Ajicar, que lo había educado: lo enterró vivo en
un sepulcro. Pero Dios le devolvió la deshonra en su propia cara: Ajicar volvió
a la luz» (Tobías, 14, 10) y
el libro de Tobías continúa dando
detalles de la historia y obteniendo la enseñanza pertinente.
Ahikar es un hombre sabio, hombre de confianza de Senaquerib, rey de Nínive. Tiene todo lo
que le corresponde dada su elevada posición, pero es estéril. Siente deseos de
transmitir su patrimonio, su posición y su sabiduría. Adopta entonces a Nadab,
su sobrino, al que instruye y quiere como a un hijo.
El capítulo segundo es un compendio de sentencias, en la
línea de la literatura sapiencial. Dirigidas en primera instancia a la
formación de Nadab, son de utilidad para todos los lectores de todos los
tiempos porque ponen ante el lector las enseñanzas básicas de la vida. A veces
parecen contradecirse: «¡Hijo
mío, si oyes una palabra, déjala
morir en tu corazón, y no la reveles a otro! […] ¡Hijo mío, cuando hayas oído
algo, no lo escondas!»,
salvo si caemos en la cuenta de que la sabiduría consiste en distinguir cuándo
es tiempo de hablar y cuándo procede callar. Y la cuestión de hablar o callar
es importante porque «mejor es el
tropiezo del hombre con el pie que el tropiezo del hombre con la lengua».
Cuando
Ahikar considera llegado el momento, se retira y lega todo a su sobrino. Nabad
ha disfrutado una buena vida pero su estupidez le impide mostrarse agradecido y
gozar de los beneficios recibidos; por el contrario, se propone acabar con la
fama y la vida de su tío. Todo parece sonreír al ingrato hasta el punto de que
el rey condena a muerte a Ahikar.
La
desaparición de Ahikar permite que Nabad sea conocido por sus obras. Por otra
parte, la noticia de su ejecución se difunde. Entonces el rey de Egipto envía
una carta a Senaquerib en la que, entre otras cosas,
detalla: «He estado deseando
construir un castillo entre el cielo y la tierra, y quiero que me envíes un
hombre sabio e inteligente de tu parte para que me lo construya, y que me
responda todas mis preguntas, y que…».
¡Construir
un castillo entre el cielo y la tierra! ¿Qué pretende el faraón? ¿Es una excusa
para iniciar una guerra? ¿Es un acertijo al que parecen tan aficionados los
personajes de esta historia? ¿Cómo responder adecuadamente? Senaquerib necesita el consejo de un sabio. Nabad ha heredado el puesto de
su tío, pero no su sabiduría: él no sabe manejar esa situación. La sabiduría es
necesaria. Si Nabad hubiese puesto interés, habría aprendido, él sería sabio y
salvaría al reino. Porque el reino necesita la sabiduría: da igual que hable
por boca de Ahikar o por la de Nabad. Ahikar fue valioso por ser sabio; Nabad
aparece ahora como un necio presuntuoso que pone en peligro el reino y a sí
mismo.
Ahikar,
hombre sabio, había empleado una treta para eludir la muerte. Y reaparece
cuando su sabiduría es necesaria. Viaja a Egipto. Resuelve ingeniosamente el
reto de construir un castillo entre el cielo y la tierra; y responde a todas
las cuestiones que le plantea el faraón.
La
vuelta triunfante a su tierra y su casa pone a Nabad y Ahikar frente a frente.
Es el momento de considerar el error y horror son humanos, que hay un tiempo
para el perdón y las segundas oportunidades. Y también para reconocer que «para la enfermedad del hombre ignorante y
estúpido, no hay droga»,
no hay medicina que lo cure.
Porque
hay tiempo para enseñar y perdonar. Y tiempo para castigar.
Quien sabe distinguir los tiempos, ese es sabio.
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