Miller: Muerte del viajante iluso
Manuel Ballester
Hay palabras dotadas de un magnífico poder evocador. Viaje
es una de ellas. Porque alude como pocas a la esencia de la vida. La vida es un
viaje y la metáfora se hace sola. En ese sentido, señala Marcel que el rasgo
definitorio más básico del hombre es su carácter de homo viator.
Viajero es el turista que colecciona impresiones; es el vagabundo que deambula sin rumbo; es el peregrino al que sólo le importa la meta. Porque se puede viajar y vivir como Ulises, que sorteó mil penalidades para volver a su casa, con su mujer, con su familia. Se puede también naufragar, como Robinson Crusoe. El modo, el fin, el contexto, las circunstancias modulan para cada uno la vida y el viaje (si es que, al final, no son lo mismo).
La historia de la vida de Willy Loman es, como toda vida
humana, la historia de un continuo bregar y viajar. Él es un viajante, un Salesman, un vendedor: viaja, como todos;
y su viaje tiene un objetivo muy definido: vender. Así nos pinta Arthur Miller
(1915-2005) a este hombre que, con su trabajo, saca adelante a su mujer (Linda)
y a sus dos hijos (Biff y Happy).
Si todo viaje y toda vida anuncian una odisea, una aventura,
porque toda vida es un proyecto, un río que antes de dar al mar alberga vida y
recorre terrenos a cuya fecundidad contribuye, Muerte de un viajante (Death
of a Salesman, 1949) pone el acento en el acabarse, en la condición mortal.
Hay que ganarse la vida o, como dicen los clásicos primum vivere, deinde philosophari. Por
eso, toda vida tiene un componente de sumisión a las fuerzas naturales: mientras
viaja, para seguir viviendo y viajando, Ulises tiene que reponer agua y
alimentos; Robinson tiene que cultivar y construir; y Willy Loman tiene que
vender. Todos tenemos que ganarnos la vida pero Ulises entiende, igual que
Robinson, que lograr el sustento es un puro medio para lo importante (philosophari). Willy, no; él entiende
que el éxito en la vida consiste en vender y vender mucho. El viajante entiende
que triunfar en la vida estriba en conseguir dinero, mucho dinero.
El dinero servirá para pagar la vivienda pero muy al
principio de la obra el propio Willy entiende que algo falla en su enfoque: «Trabajas durante toda la vida
para pagar una casa, y cuando por fin es tuya no queda nadie para vivir en ella».
Su
estilo de vida le lleva a sentirse agotado, extenuado. Su enfoque vital le ha
llevado a vivir en un ambiente familiar y profesional opresivo, angustioso.
Aparte de su gran deseo por triunfar y ver triunfar a sus hijos, sólo es capaz
de sentir ilusiones grandes por asuntos pequeños («Puso más cariño en ese
porche que en todas las ventas que hizo. […] Sí, era un hombre feliz cuando
preparaba el cemento»).
Siente
que su planteamiento vital hace aguas, que no es feliz y ni siquiera logra
triunfar en los negocios. Siente, por eso, que lo que está transmitiendo a sus
hijos quizá no es lo mejor. Hablando con su hermano, le dice: «A veces temo no
educar bien [a mis hijos]… Dime ¿cómo debería educarlos?».
La
triste consecuencia es que se siente cansado. Y solo, muy «solo, terriblemente
solo», sin «nadie con quien hablar». Hay momentos en los que se siente un
fracasado, piensa que todo lo hace mal. Sus hijos, su ilusión, tampoco logran
salir adelante. Es más, especialmente el mayor considera que la causa de su
fracaso es precisamente el influjo de su padre: «¡Soy un don nadie, papá, lo
mismo que tú».
El viajante no quiere viajar, quiere vender: ese es el fin y
el criterio. Si hay ventas, la cosa (el viaje, la vida) va bien; si no, el
esfuerzo agota y hunde al hombre que no ha alcanzado el éxito contante y
sonante. Se desorienta y es, por tanto, incapaz de orientar a su familia. Su
mujer lo expresa así: «no
es más que un barquito en busca de puerto».
Willy
fue un viajante. Se esforzó. Intentó alcanzar el éxito y poner a sus hijos en
el mismo camino. Tuvo expectativas, ilusiones, sueños, «pero sus sueños estaban
equivocados. Completamente equivocados».
Ulises,
Robinson y tantos otros son viajeros, viven una vida auténtica; superan
dificultades reales; su estructura es la ilusión, el proyecto. De Willy dice su
hijo que «Nunca supo quién era»;
por eso la vida del viajante y el viaje del negociante (si es que, al final no
son lo mismo) tiene la estructura de un proyecto pero no de una ilusión.
Vivir ilusionado y viajar para realizar el proyecto que nace de ahí es muy distinto de ser un iluso. Willy y los que son como él no viven de la ilusión, porque no saben quiénes son y, por tanto, son unos ilusos.
Publicado en Aleteia el 15/03/2023:
https://es.aleteia.org/2023/03/15/miller-muerte-del-viajante-iluso/
Excelente
ResponderEliminarMe alegra que te guste. Gracias por leer
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