Más allá de la seducción: Casanova o la fama (2)
Entusiasmo por la realidad (17)
Manuel Ballester
Casanova y Don Juan, como tipos humanos, comparten idéntica
fascinación por la feminidad. La mujer es atractiva y ellos quieren ser los
dueños de lo que les fascina.
Les mueve el deseo de poseer y gozar. Deseo infinito que,
por eso mismo, choca con la realidad, ya que todas y cada una de las mujeres
son finitas. Y nada finito puede saciar un afán infinito, ninguna mujer puede
satisfacer a quien espolea el impulso siempre renovado de poseer y gozar la
feminidad.
Ésta parece ser, en cualquier caso, la dinámica del deseo: codiciarlo todo, anhelar lo infinito, aspirar a lo absoluto o, como dice Nietzsche: «el placer quiere eternidad, profunda, profunda eternidad»[1]. Y ahí parecen permanecer atrapados los personajes y las personas cuyo estado anímico viene regido por el deseo.
Desear, poseer, gozar
Ocurre que lo que Kierkegaard denomina “lo estético”, la
tendencia a desear y gozar, no es gran cosa. Es una tendencia presente en los
animales y en las dimensiones sensitivas del ser humano. Por eso, desear no
tiene ningún mérito, «desear
no es ningún arte […] En cambio, desear correctamente es un gran arte o, mejor
dicho, un don».
Si
aceptamos la observación de Kierkegaard, procede plantearse ¿Qué será eso de
desear “correctamente”? Parece que desear poseer y gozar la feminidad (que es
la esencia del deseo del seductor, se llame Don Juan o Casanova) no es un deseo
correcto, por extendido que pueda estar. No es correcto porque yerra al desear
un universal. El joven que daría todo lo que posee por ser un Don Juan, no ha
encontrado aún a su “doña Inés” y, por eso, desea a todas las mujeres, a
cualquier mujer. Es un deseo que, por definición, no puede ser saciado y,
además, sólo remite al sujeto deseante y a “lo” deseado (la mujer) como mero
objeto, igual que el sediento ve el agua como objeto que sacia su sed, o como
la araña que únicamente ve alimento en cualquiera que caiga en sus redes.
El
deseo correcto es un gran arte. Más aún: un don. O eso dice Kierkegaard.
También podríamos verlo como una invitación. Una invitación a “salir de sí”, a
dejar de amarse a sí mismo e iniciar la aventura de amar a la mujer por sí
misma, no como objeto sino como una persona.
Casanova
es un seductor. Se quiere a sí mismo. Desea descubrir y conquistar muchas
mujeres. Casanova lleva una lista de sus conquistas (en Don Giovanni se habla de ese inventario: el seductor no quiere a
ninguna, las desea y conquista a todas: conquista a las viejas sólo por
el placer de ponerlas en la lista[2])
pero lo que le guía es su propio placer. Lo que quiere es a él mismo.
De hecho quiere su grandeza; por eso, Giacomo Casanova intentó
ganar fama en el campo de la literatura y el pensamiento (escribió cuarenta y
tres obras, alguna quizá influyó en el Micromegas
de Voltaire y el Gulliver de Swift) pero fracasó radicalmente: sólo es conocido por
la narración costumbrista, carente de pudor, de su propia vida; sólo triunfa
cuando convierte su vida en literatura. ¿Hasta qué punto ese deseo de gloria (literaria),
de honra y grandeza es una singularidad que pertenece sólo a Giacomo y no al
mito de Casanova? Más bien parece que se trata de dos manifestaciones del mismo
principio: el que pretende exhibir la propia grandeza; sea en el ámbito de la
gloria literaria, sea apropiándose y gozando de las mujeres.
En términos filosóficos podríamos decir que Casanova intenta
triunfar en el plano estético, intenta gozar de la sensualidad y la sexualidad,
de las mujeres, e intenta alcanzar esa sensualidad del alma que es la fama (la
inmortalidad de los antiguos). En el inicio de la Ética a Nicómaco leemos una advertencia que los casanovas ignoran,
para su perdición, que la fama es algo que nos conceden o retiran
caprichosamente los demás y, añade Aristóteles, no parece sensato fiar la
propia plenitud al antojo ajeno.
Hasta aquí, en cualquier caso, Casanova. Con el goce que se llevó
a la tumba y con la fama que sus lectores quieran tributarle.
Don Juan y Casanova son se-ductores: ambos intentan
apropiarse de lo que les atrae, ambos ven a la mujer como el objeto con el que saciar
su sed y ambos, seductores, entienden que lo importante es su sed, su gozo y su
deseo. Casanova y Don Juan quieren, en suma, alimentar su ego con los mejores
manjares; ambos aspiran a conseguir el objeto que los haga más grandes (en el
campo del goce sensual, de la gloria amatoria o de la fama literaria).
Y hasta aquí llega Casanova, si lo entiendo bien.
Don Juan es otra cosa. Porque Don Juan no acaba aquí. Don
Juan quiere más, sabe que ese deseo de eternidad, de feminidad, de grandeza… no
puede resolverse en el ámbito de la fama que dan los otros (porque puede ser
grande pero no es eterna) ni en terreno del ego que goza las mujeres una tras
otra (porque pueden ser femeninas y atractivas pero no son eternas).
[1] «Doch alle Lust will
Ewigkeit, […] will tiefe, tiefe Ewigkeit!», Nietzsche, F., Also spracht Zaratustra; Das andere Tanzlied, 3; Así habló Zaratustra; La otra canción del
baile, 3.
[2] delie vecchie fa
conquista pel piacer di porle in lista.
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