miércoles, 7 de junio de 2023

La vida no basta

 


La vida no basta

A propósito de Luis Melián, Joaquín Bernal demandó a su madre por haberle traído al mundo, Editores On Line Ediciones, Madrid, 2020.

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Se publican tantos libros que es imposible leer ni una ínfima parte de ellos. Hace falta un criterio de selección. Dice Nietzsche que los libros que vale la pena leer son los que se han escrito con la sangre de sus autores. Con ese criterio radical, porque es de Nietzsche y porque va a la raíz, podríamos aconsejar la lectura del libro de Luis Melián.

El enfoque es original; el título, radical, contundente, claro: Joaquín Bernal demandó a su madre por haberle traído al mundo. El asunto es radical pero ¿está escrito con la sangre del autor? ¿habla de él o es un ejercicio retórico? Sea como fuere, el enigma del que se ocupa esta obra podría haberse enfocado como un ensayo; pero el autor decidió discurrir por los cauces de una novela.

Algo diremos sobre Joaquín Bernal (y Luis Melián si es que, al final, no son lo mismo), su vida, su familia, su perplejidad y su tiempo. Asunto tremendo que anuncia el título de la obra. Pero no quisiera dejar pasar una mención al estilo del escritor. Porque es singular, merece ser destacado y es posible que en el fragor de la controversia pase desapercibido.

Luis es el alma del texto. Entiéndase alma tal como lo hace Aristóteles: el alma es «en cierto sentido, todas las cosas» (he psiqué ta onta pos esti onta, De Anima, 431b), se hace todo con todo para comprenderlo y sentirlo todo. Luis, el autor, emplea con fluidez vocablos campesinos para hablar de la tierra, y acompasa su texto a la actividad de la abuela Ana en la cocina, y recita la emisión de la radio que la mujer lleva en su bolsillo mientras limpia la casa, y reza con la oración en la que la mujer vuelca su miedo y su esperanza, y usa el lenguaje jurídico para redactar la demanda.

Aunque, todo hay que decirlo, Luis se funde con las realidades que pone ante los ojos y la inteligencia del lector. Se funde y las funde. Se hace campesino y mujer, abogado y locutor, entrevistador y cada uno de los entrevistados.

Se funde con esas realidades y esos mundos pero mantiene su carácter propio. Si no, diría Aristóteles, el alma sería un mero receptáculo vacío, un museo de objetos o un zoológico de vivientes. No. Luis acoge a su manera, ad modum recipientis, y lleva las cosas a su ámbito peculiar y las hace hablar como él quiere decirlas. Reduce así, por ejemplo, la poesía a prosa consiguiendo un efecto fascinante; no me resisto a señalar dos momentos en que ocurre eso: cuando María (la madre de Joaquín), recibe la notificación de que su hijo la ha demandado pronuncia unas palabras entrecomilladas (pp. 88-89) que ciertos lectores podrán reconocer como el Magnificat, lo mismo ocurre cuando el entrecomillado reproduce en prosa prosaica el poema y villancico De una Virgen hermosa de Lope de Vega (p. 46). Y yo, que no soy poeta ni hijo de poeta, amplío la reducción para rendir tributo a la belleza con el verso de Lope:

 

De una Virgen hermosa

celos tiene el sol,

porque vio en sus brazos

otro sol mayor.

 

Cuando del Oriente

salió el sol dorado,

y otro sol helado

miró tan ardiente,

quitó de la frente

la corona bella,

y a los pies de la estrella

su lumbre adoró,

porque vio en sus brazos

otro sol mayor.

 

«Hermosa María,

dice el sol vencido,

de vos ha nacido

el sol que podía

dar al mundo el día

que ha deseado».

Esto dijo humillado

a María el sol,

porque vio en sus brazos

otro sol mayor.

 

El efecto de la reducción de la poesía a prosa que logra Luis Melián es fascinante. Reduce también la ética al derecho (recoge ahí la tensión que recorre Antígona, donde Creonte pretende reducir todo al ámbito de la norma positiva mientras que Antígona le advierte que la sagrada Diké, la justicia superior del divino arcanum naturae, nos trasciende).

El estilo es minucioso, detallista, pero no barroco. Es prolijo sin aburrir. Transmite, además, una regularidad en la narración que es un ritmo vital; porque la vida es ritmo y hábito. Lo dice la sabiduría de la vida y lo dice por boca del zorro al Principito: los hábitos son los ritmos que preparan el corazón para la llegada del amigo. Y Melián pauta rítmicamente el corazón del lector. Hay ritmos diarios para el desayuno y la limpieza, hay ritmos por capítulos que alternan entrevistas de la radio, demandas judiciales y relatos sencillos y solemnes. Porque los ritmos, como el ritmo cardiaco, son los latidos de la vida.

Los latidos y la vida se fusionan (si es que, al final, no son lo mismo) como los ritmos vitales se fusionan con la vida, que es su sentido, su misterio, que es uno de los nombres que usa lo sagrado cuando se pasea entre los hombres. Por eso, si el autor de la demanda contra su madre no es un puro y simple necio, será algo radical, muy del agrado de Nietzsche, por tanto.

Hasta aquí hemos hecho hincapié en el estilo, la forma y el alma de la novela. Añadamos ahora unas líneas sobre el contenido.

Radical es lo que surge de la raíz, misteriosamente, como toda vida que brota a partir de algo. Por eso Joaquín es presentado con unos rasgos que, de un modo cada vez más patente, recuerdan “a alguien”. Porque Joaquín tiene madre (María) pero no un padre identificable, nace para cumplir con el destino de su estirpe (como si la genealogía fuese más importante y radical que el destino del individuo), viene al mundo en la fecha altamente significativa del 24 diciembre (p. 46), llama “Mujer” a su madre (p. 52), a los doce años se va de casa porque ha de ocuparse de las cosas de su madre (p. 54), sus vecinos intentan despeñarlo «pero Joaquín, pasando por medio de ellos, siguió su camino» (p. 79), se retira para prepararse de modo que pueda «hablarles con autoridad», (p. 79). Y en una serie de sábados sucesivos les cuenta un conjunto de relatos en los que los oyentes (entre ellos, de modo privilegiado, niños) «cada vez más, reconocían el mundo en el que vivían», (p. 86). Los relatos incorporan siempre una inundación que anega el mundo y de la que algunos son salvados, elegidos para que la humanidad siga adelante. Son: la historia del arca de Noé (pp. 82-87), el diluvio babilónico de Gilgamesh (p. 122ss), los maoríes de Nueva Zelanda sobre el diluvio (149ss), una historia de México (pp. 172ss) y, la última, de los masais (pp. 203ss). El diluvio podría ser un accidente natural, pero podría ser también ejecución de la sentencia del alto tribunal divino (Diké, diría Antígona) que condena y castiga salvando y restituyendo a quienes elige.

Joaquín es engendrado para ser heredero de un buen patrimonio, goza de buena salud y crianza, una buena vida. Siendo niño encuentra un pajarillo al que hace objeto de sus desvelos. Lo abriga, le busca alimento… en una palabra que no es nada baladí: lo cuida. El cuidado es, diría Heidegger, la estructura básica del Dasein, del hombre, del individuo, de la persona. El hombre está ahí (Da sein) para cuidar, para ser pastor del ser, para dejar ser al ser, para permitir que las cosas sean lo que son; por eso Joaquín busca gusanos para su pajarillo: para que llegue a ser un gorrión adulto. Por eso, también, cuando el ave muere, el mundo de Joaquín entra en crisis. Si el hombre es su acción, si somos lo que hacemos, y ya no hay nadie a quien cuidar, Joaquín queda como vacío de sentido. Podría caer, seguimos con Heidegger, en una existencia inauténtica, rutinaria, como todo el mundo (el sujeto que vive una vida que es la de cualquiera, que hace lo que cualquier otro haría en su lugar: Das Man).

Joaquín, por el contrario, cuestiona su estatuto de actor de una vida cuyo guion no ha escrito. Se encuentra en el gran teatro del mundo, se halla actor sin su consentimiento. Actúa, vive, pero no lo ha elegido. Ha sido su madre quien le ha forzado a ello.

La imagen, la idea, del teatro no es nueva. Lo que es nuevo es nuestro mundo y «el joven Joaquín Bernal es producto de su época, y el tiempo histórico en el que le ha tocado vivir ha hecho que un hijo llegue a pensar que demandar a su madre por haberle traído al mundo entra en las reglas de juego» (p. 212). Tras el nihilismo y postmodernidad; tras la crisis de metarrelatos y en tiempos de la postverdad, no sorprende la actitud de Joaquín; es más, es ese mundo que bebe de Nietzsche y vive la derrota del pensamiento el que hace posible esta nueva actitud.

Entre los personajes entrevistados en la radio, desfila el argumentario de un ilustre jesuita y biólogo. Empeñado en que quede clara la doctrina, siempre ad modum recipientis. Porque el buen sacerdote podría haber señalado lo que es creencia y es verdad: que la madre es procreadora, no autora en solitario o creadora. En la doctrina católica que este buen religioso debe conocer se acostumbra a señalar que Dios se complace en cooperar con los hombres para hacer grandes cosas: hacer llenar tinajas de agua para sacar vino, pide pan y peces para saciar multitudes. Podría hacerlo con su solo poder, obviamente. Pero así permite que los hombres cooperen en la mejora del mundo y de sí mismos. Podría sacar hijos de Adán de debajo de las piedras, pero acostumbra apoyarse en los padres y así los hace pro-creadores y hace llegar vida, amor y destino a través de los padres, arraigando la procreación en la creación para reproducir el misterio en el que nos movemos, existimos y somos. Podría Joaquín haber sido más radical y haber dirigido su demanda contra la fuente del ser y de la vida. Podría haber sido radicalmente más que moderno, postmoderno.

La novela plantea la situación que puso en escena Pirandello (Sei personaggi in cerca d'autore, 1921) los personajes emancipados del autor y, por tanto, del plan general de la obra o, lo que es lo mismo, los personajes ignorantes del sentido de su acción. Porque el autor es el creador o, lo que es lo mismo, el que dota de vida, sentido y destino a los personajes.

Quizá la postmodernidad aspira a la ruptura: o autor o nada. Quizá, por eso, Joaquín Bernal nace en el sureste español pero vive en cualquier parte.

Esa escisión, esa herida en la carne del alma, requiere sabiduría, aceptación de la realidad (que incluye que hemos recibido la vida con su destino y sentido), ilusión con la misión (el jesuita diría: vocación) que es lo que vivifica los días y que, al final, supone restaurar los ritmos vitales y los hábitos del corazón, permitir que un sol mayor ilumine el conjunto y los detalles de ese viaje que es nuestra vida. Así lo hace, si lo entiendo bien, la madre cuando «limpió de inquietudes su corazón haciéndolo latir al ritmo de Dios» (p. 208).

Publicado en Letras de Parnaso, Año VIII (II Etapa), Junio 2023, nº 80, pp. 49-51.
Formato pdf:

http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion%2080%C2%A9.pdf

Formato libro:
https://www.calameo.com/read/000552592fe0f54a07f2c

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