martes, 25 de febrero de 2025

Asombro y ética: Redescubriendo la maravilla en "Ortodoxia" de Chesterton

 


A propósito de Ortodoxia, V

 

Manuel Ballester

 

La maravilla de la vida plena

En un mundo lleno de ruido y confusión, las palabras de Chesterton resuenan como un faro de claridad y asombro.

En nuestro análisis de Ortodoxia de Gilbert Keith Chesterton, hemos descubierto cómo su crítica incisiva a las creencias modernas revela un mundo maravilloso y lleno de posibilidades para alcanzar la felicidad.

Desafíos de la autosuficiencia

En el primer capítulo examinamos la idea de que la vida plena es un derecho que todos compartimos. En el segundo capítulo profundizamos en la insensatez de confiar ciegamente en uno mismo, destacando que la verdadera cordura radica en reconocer nuestras limitaciones. Luego, en el tercer capítulo, exploramos el peligro de un pensamiento fragmentado. Este tipo de pensamiento ignora la conexión intrínseca entre las ideas y la realidad.

Chesterton indica que, como en un rompecabezas, la verdad sólo emerge cuando las piezas se ensamblan para formar una imagen coherente. Esta fragmentación empobrece nuestra comprensión y nos distancia de la riqueza de la experiencia humana. Por lo tanto, es crucial reconocer que nuestras ideas y creencias no existen en el vacío. Están interconectadas, formando un entramado que refleja la complejidad del mundo que habitamos. Al integrar estas piezas, logramos una comprensión más rica y matizada de la realidad.

La importancia del pensamiento integral

Hasta aquí, Chesterton nos ha invitado a reflexionar sobre la importancia de integrar la razón y la voluntad para lograr una comprensión más profunda de la vida. Ha subrayado que la búsqueda de la plenitud requiere una visión holística y un sentido de proporción que nos permita vivir en armonía con el mundo que nos rodea.

Un viaje a Elfland: ética y asombro

Ahora, el capítulo cuatro nos lleva a adentrarnos en el fantástico país de los elfos (Elfland) y sus reglas, sus costumbres, su ética. De ahí el título que encabeza este capítulo: The Ethics of Elfland.

La paradoja de la ética en el mundo de los elfos

En principio, poner juntos los conceptos de ética y de mundo de los elfos puede sonar paradójico. Y este es un motivo más para que Chesterton nos lleve a este punto. Suena chocante porque, desde una cierta perspectiva, el mundo de los elfos es un lugar sorprendente y fantástico, donde puede ocurrir cualquier cosa. Dicho de otro modo, es un mundo sin reglas. Sin reglas ni normas de ningún tipo y, desde esa perspectiva: un mundo sin ética.

Reglas en un mundo mágico

Chesterton ataca esa idea yendo a sus fundamentos. El mundo de los elfos es, de hecho, un mundo con reglas: Cenicienta no puede volver después de las 12; la sirenita debe perder su voz para conseguir piernas humanas; Caperucita no debe hablar con extraños… No son reglas del mundo utilitario y mecánico en el que viven algunos. Pero el problema no está en las reglas: lo que está mal es ese mundo o, para ser más preciso, esa concepción del mundo y de la vida es profundamente insuficiente.

El hombre común y su sabiduría

Es insuficiente esa concepción del mundo. No se trata de que sea falsa: es insuficiente porque sólo capta una parte de la realidad, y esa parte ni siquiera es la mejor. Aunque la perspectiva utilitaria se define a sí misma como realista, no ve la parte más valiosa de la realidad.

Para mostrar esto, Chesterton se remite (acogiendo un debate en torno al liberalismo muy en boga en los ambientes culturales de su época y que nosotros sólo aludimos) al hombre común. Sostiene, en ese sentido, «que las cosas más terriblemente importantes deben dejarse en manos de los propios hombres comunes: el apareamiento de los sexos, la crianza de los jóvenes, las leyes del Estado». El hombre común, todos nosotros, cuando se enfrenta a los asuntos que le competen, sabe a qué atenerse.

El sentido de la tradición

Y lo sabemos porque no somos individuos aislados (frente a lo que afirma la modernidad), somos personas que contamos con la compleja red de relaciones afectivas que nos ha acompañado y constituido desde antes de nuestro nacimiento y contamos también con la sabiduría que nos ha transmitido nuestras familias, eso que se llama “tradición”. Nos encontramos, si nos miramos tal como realmente somos, perfectamente pertrechados; frente a la situación a la que el mundo moderno nos impulsa: desamparo, soledad y desarraigo (según la fórmula de Simone Weil).

Cuentos de hadas y sentido común

Desde esa perspectiva natural, común, los cuentos de hadas se ven como «enteramente razonables; They seem to me to be the entirely reasonable things» hasta el punto de que llega a afirmar que «el país de las hadas no es más que el país soleado del sentido común».

Y esto es así en el sentido de que si bien la perspectiva utilitaria descubre necesidad y razón en la dimensión de la realidad de la que se ocupa, el mundo de las hadas asume (no podría ser de otro modo) tales secuencias y procesos necesarios. Pero no deja que la parte rija al todo («no es la tierra la que juzga al cielo»).

Veamos cómo lo explica el texto: «El hombre de ciencia dice: “Corta el tallo y la manzana caerá” […] La bruja del cuento de hadas dice: “Toca el cuerno y el castillo del ogro caerá”», pero mientras el científico ve ahí una regularidad, una ley necesaria, el hombre ordinario se pasea por el país de las hadas y, aceptando que es necesario que caiga la manzana y el castillo, «no pierde el asombro ni la razón». Y este es el punto: Weber lo denomina el desencanto del mundo (Entzauberung) y lo considera un rasgo esencial de la modernidad.

Más allá de la ciencia: el asombro

Que el hombre de ciencia afirme que cargas iguales se repelen o que la gravitación actúa con determinada fuerza, está bien. Pero podría ser más profundo. Podría preguntarse por qué esto es así, o si podría ser de otro modo (¿cómo sería un mundo donde cargas iguales se atrajesen?), pero eso no sería ya el limitado mundo de la ciencia sino un mundo más profundo, ampliado… el mundo del hombre ordinario o el mundo de las hadas, que por nombres no va a quedar.

La búsqueda de la felicidad

El asombro supone aceptar que sabemos mucho del mundo, pero estaba ahí mucho antes de que nosotros adoptásemos la actitud científica. Las leyes que se descubren como reguladoras de la naturaleza llevan milenios constituyendo ese mundo de maravillas preparado para nuestro gozo, asombro, entusiasmo y fascinación. Y por ahí conecta el primer entusiasmo por la naturaleza que animó a los primeros hombres, a los primeros pensadores y a los hombres de todos los tiempos que creen en los cuentos de hadas. Ahí tenemos germinalmente constituida la relación entre conocimiento ordinario, saber científico, sabiduría filosófica y cuentos de hadas. Todos movidos por el muy humano y por eso «antiguo instinto de asombro».

La esencia de la gratitud

Esta actitud lleva al hombre a disfrutar. A gozar de lo que ha recibido. Y eso se llama alabanza y gratitud, que por nombres no va a quedar. Pero es que la gratitud es esencial; es más, «la prueba de toda felicidad es la gratitud; The test of all happiness is gratitude». Suena arrebatadoramente bello y verdadero, suena maravillosa una vida articulada sobre la gratitud. Agradecimiento por lo que se nos ha dado, por lo que somos, por lo que tenemos, por la vida, en suma.

La búsqueda del sentido

Pero surge ahí otra cuestión que tiene que ver con la felicidad. Gratitud por lo dicho pero llegados a ese punto del relato y de la vida, añade: «me sentí agradecido, pero apenas sabía ante quien; I felt grateful, though I hardly knew to whom». ¿A quién hay que mostrar gratitud? ¿hay alguien ante el que estar agradecido?

Ahí nos lleva la secuencia de la argumentación. El mundo es, para la mirada científica, un mecanismo de relojería: ¿y no habría que pensar en un relojero? Del mismo modo, si hay magia, gracia y maravilla, quizá no sea incoherente pensar que hay un mago.


Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), diciembre 2024, nº 89, pp. 28-29:


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