En los últimos tiempos Occidente ha optado por un modelo de hombre calcado del buen salvaje roussoniano: rechaza los “esterotipos” sociales y “prejuicios” culturales y se deja llevar por la auténtica, sana y pura naturaleza.
Porque, al decir de Rousseau y sus herederos, el hombre es bueno por naturaleza, espontáneamente honesto y altruista, dispuesto a colaborar con el prójimo para construir un mundo mejor.
Y así ha ido la educación: paidocentrismo, centrada en los impulsos del niño (sólo, dice Rousseau, hay que enseñarle a leer cuando el niño experimente la necesidad de ello, por ejemplo).
Con estos
mimbres, ¿qué tal nos va? ¿cómo es ese niño cuando crece un poquito?
Sobre eso, cedo
la palabra a la lucidez de Houellebeq:
«Es difícil
imaginar algo más estúpido, agresivo, insoportable y rencoroso que un
preadolescente, sobre todo cuando está con otros chicos de su edad»,
Houellebecq, Las partículas elementales, 166
No hay comentarios:
Publicar un comentario