Algunos piensan que el amor es salir de sí; otros, por el contrario, que más bien consiste en acoger. Pudiera ser, puesto que incluye a ambos, que el amor consistiese más bien en la apertura que, según tiempos e idiosincrasias, se mostrará en el abrazo o en la mano tendida, la salida y la vuelta. Un continuo, como el flujo y reflujo del mar en su infinito ir y volver.
Pero
todos parecen coincidir en que, sea lo que sea, el amor nos hace bien. Cuando
somos amados, obviamente; pero también cuando tendemos la mano al otro.
Algo de
esto le entiendo a Houellebecq cuando dice que
«El
efecto beneficioso de la compañía de un perro proviene de que es posible
hacerlo feliz; pide cosas tan simples, su ego es tan limitado…»,
Houellebecq,
Posibilidad de una isla, 13.
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