El hombre moderno siente su individualidad y autonomía como algo esencial e irrenunciable.
Por otra parte, es
agradable ser acogido, formar parte de una comunidad… tener un hogar, incluso.
Y ahí, en esas
contradicciones andamos. O algo de eso le entiendo a Houellebecq cuando dice de
su personaje que,
«Como a la mayoría de la gente, le parecía odiosa esa tendencia a la atomización social descrita por los sociólogos y los comentaristas. Como a la mayoría de la gente, le parecía deseable mantener algunas relaciones familiares, aunque fuese al precio de unas pocas molestias»,
Houellebecq, Las partículas elementales, 154.
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