En nuestro interior anida tanto lo mejor como lo peor, como posibilidades, como tendencias. Y nuestra vida es lo que dejamos crecer o lo que decidimos fomentar.
Y hay momentos y
etapas de la vida en las que se impone uno u otro aspecto. A algo de esto
podría referirse Houellebecq cuando dice que:
«El
preadolescente es un monstruo mezclado con un imbécil, de un conformismo casi
increíble; parece la cristalización súbita y maléfica (e imprevisible, si
pensamos en el niño) de lo peor del hombre»,
Houellebecq, Las partículas elementales, 166
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