Madurar, crecer, supone alejarse del hogar protector para conquistar el mundo exterior.
Eso
puede hacerse renegando del origen (“matar al padre” lo llama Freud) o
asumiendo la tradición para vivificarla y vivir de la riqueza que nos han
legado. En el primer caso, se siente el desarraigo (l’enracinement, que diría
Weil); en el segundo, las raíces profundizan y permiten que las ramas lleguen
más lejos.
Algo de
esto le entiendo a Hesse:
«Todo
el mundo tiene que dar el paso que le separa de su padre y de sus profesores;
todo el mundo tiene que sentir algo de la dureza de la soledad, aunque la
mayoría de la gente no puede soportarla mucho y pronto vuelve a esconderse;
Jeder muß einmal den Schritt tun, der ihn von seinem Vater, von seinen Lehrern trennt, jeder muß etwas von der Härte der Einsamkeit spüren, wenn auch die meisten Menschen wenig davon ertragen können und bald wieder unterkriechen»,
Hesse, Demian, 152
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