Consta de un mobiliario sencillo. En la pared se ve una
chimenea con el fuego encendido «pero el fuego estaba pintado y junto al fuego
había una olla, también pintada, que hervía alegremente y exhalaba una nube de
humo que parecía humo de verdad».
La casa es pobre, sobria, como la de maese Cereza. Pero la
chimenea pintada remite al ambiente de ilusión que lleva a adornar el hogar
para hacerlo acogedor, de modo que uno sienta alegría por habitar ahí. El
hombre que vive de ilusión o es un iluso o tiene que transformar, iluminando
todo, empezando por los aspectos más pedestres de su existencia.
«Tan pronto como entró en su casa, Geppetto tomó las
herramientas y se puso a tallar y fabricar el muñeco». Geppeto no es un
bobalicón, vive de ilusión pero sabe que lo maravilloso se hará realidad como
fruto de su trabajo, de su esfuerzo, por eso comienza inmediatamente a bregar
para hacer realidad su sueño. No lo deja para después.
Busca un nombre: «Lo quiero llamar Pinocho. Este nombre le
traerá suerte». Poner nombre a algo o a alguien es síntoma del poder que se
tiene sobre ese algo o alguien. Es también signo de proyecto o destino. El
nombre significa la esencia, lo que una cosa es o, más precisamente, lo que
está llamada a ser.
El término Pinocchio
significa piñón. Los términos más usuales para designar piñón en italiano son pignolo
y pinolo. Pero el Vocabolario
della lingua italiana di Nicola Zingarelli (12ª ed., 1994) ofrece pinòcchio
como sinónimo de pinolo. Puede tratarse de un término habitual en
la zona de Collodi en torno a la época en que se escribe la obra y que hoy se
halle en desuso, aunque el Zingarelli aún recoge esa acepción.
Decíamos que Pinocho significa piñón, esto es, el fruto, la
semilla, el germen de toda una vida preñada de posibilidades. El piñón ya es
pino, ya es lo que es, pero ahora tiene que “llegar a ser lo que es”, tiene que
realizarse; tiene que poner en marcha un proceso cuya meta es hacer real su
mejor posibilidad. Así, todo hombre ya es hombre al nacer, pero tiene que hacerse
hombre, eligiendo, realizando, las posibilidades que le perfeccionan.
El nombre manifiesta el destino, la esencia, de quien lo
lleva. Pinocho no es un simple muñeco (eso se dice en italiano fantoccio o pupazzo): es algo más, un burattino,
un títere que, con el concurso del artista, se mueve, un muñeco que da más de
sí gracias al artista.
Geppetto va haciendo poco a poco las partes del cuerpo.
Pinocho va recibiendo así un don tras otro y, lejos también de la versión
edulcorada, cada nueva capacidad va usándola contra su creador que, no
obstante, sigue dándole más y más dones. Geppetto sigue construyendo, aún con
dolor, porque ama a Pinocho, por eso le llama hijo y su mal
comportamiento, su garbo insolente, le ponen triste, haciéndole derramar
lágrimas. Pinocho, símbolo al fin de cada ser humano, es libre porque el hombre
es libre. Cada don recibido es una posibilidad, una capacidad, que remite a la
esencial libertad. Pero junto a la libertad hay también necesidad: no todo es
posible, no todo puede ser elegido. En ocasiones se ha concebido la libertad
como poder elegirlo todo, poder serlo todo. Así parece entenderlo Pinocho ya
que, en cuanto tiene autonomía suficiente, emplea sus fuerzas para alejarse de
quien le ha dado todo. Quiere ser libre, ignorando su origen, no quiere deberle
nada a nadie. Muestra su gran inmadurez al no querer mostrarse agradecido, como
si mostrar gratitud fuese un defecto.
Frente a esa actitud se alza la realidad, que se articula sobre el re-conocimiento de que es el origen (el don gratuito y generoso de nuestra misma existencia y sus posibilidades) lo que hace posible la apertura, la visión de nuestra vida como algo no cerrado sino esencialmente por hacer, abierto o, en una sola palabra: libre. De ahí que Nietzsche llame al realismo cuando hace decir a Zaratustra: "¿Libre te llamas a ti mismo? Me interesa tu pensamiento dominante, no que has sacudido un yugo".
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