martes, 29 de enero de 2013

4.2. Aparece el Grillo-parlante



Pinocho está dando los primeros pasos por la vida. Por eso, no sabe todavía que el hombre es un nudo de relaciones, un ser que se constituye en el encuentro con otros.

Ha pretendido aislarse, ganar una libertad sin pre-supuestos ni relaciones. Pero como eso es imposible, dentro de la habitación oye una vocecilla que le inquieta.

«- Cri-cri-cri
- ¿Quién es el que me llama?».

En ese sonido, en el cri-cri, ha escuchado su nombre. Se ha sentido llamado. Entiende que esa voz no es casual y se dirige a él.


¿Qué hay en esa estancia?, ¿Qué surge y descubrimos cuando nos quedamos a solas con nosotros mismos?
Adentrarse en la intimidad requiere apartarse del ruido, interno y externo, que ensordece y no deja oír los latidos de nuestro corazón. Significa prestar atención a sí mismo. A las propias sensaciones y sentimientos, necesidades y deseos, ideas y aspiraciones.

Cabe una aproximación psicológica a la intimidad, cabe una mirada sensiblera, cabe un enfoque edificante (eso que, al decir de Hegel, nunca debe hacer la filosofía), cabe un acercamiento piadoso con una piedad empapada de religiosidad. Cabe todo eso. Y quien se acerque a la propia interioridad en busca de traumas y complejidades, los hallará; quien busque a Dios, lo encontrará; quien paz y armonía, también lo obtendrá. La intimidad lo resiste todo. Como la habitación de Pinocho resiste una mirada estética, una valoración utilitaria y tantas más. Pero esos acercamientos hablan más de nuestros modos de enfocar la cuestión que de la cuestión misma.

Cabe también un acercamiento sincero, de frente, que será valiente porque dice el poeta que «ser sincero es ser potente» (Rubén Darío, El canto errante) y que nacerá de saber que todo eso que hay en la intimidad es, puede ser, verdad pero no es lo que buscamos. Todos esos sentimientos, anhelos e ideas que van apareciendo cuando fijamos la atención son algo que tenemos, algo que nos pasa, algo que se da en nosotros mismos. Tenemos la certeza, por otra parte, de que en lo más hondo de esa intimidad por la que es tan difícil transitar, reside nuestro ser más profundo. Conocerlo es conocernos, comprender el misterio de nuestra vida.

Indagar sobre nosotros mismos no es un juego, no es una diversión de personas ociosas. En un sentido importante, descubrir cómo somos, averiguar quiénes somos, es la tarea de nuestra vida. No es el camino más transitado, es más, «en el esfuerzo por no conocerse a sí mismos, los hombres corrientes son muy finos y astutos» (Nietzsche, La hora del gran desprecio). Quizá porque requiere seriedad para consigo mismo, quizá porque supone afrontar con rigor las tareas que nuestro propio ser nos impone para construir nuestra propia grandeza. Quizá.

En la habitación, Pinocho oye un sonido que le incumbe, como en toda intimidad no sorda ni adormecida resuena una voz que llama.

«- ¿Quién es el que me llama?
- Soy yo.
Pinocho se volvió y vio un gran grillo que subía lentamente por la pared.
- Dime, grillo, tú ¿quién eres?
- Soy el grillo-parlante».

Conviene no pasar por alto que el grillo, en su respuesta, emplea el artículo determinado y, por otro lado, usa un nombre compuesto (grillo-parlante).

A lo largo de esta historia oiremos hablar a muchos animales, pero sólo uno es denominado parlante. Se trata de la única voz a la que realmente hay que atender. Porque dice la verdad que nos atañe. Por eso no es un grillo entre otros; el artículo determinado indica que se trata de un grillo absolutamente único. Es una voz totalmente singular que no se confunde con las demás. Nunca es ruido y siempre estuvo ahí:

«- Soy el grillo-parlante y vivo en esta habitación desde hace más de cien años».

En cuanto el hombre se queda solo, aparece la voz del Grillo. Ocurre, además, que esa casa era suya antes de que llegase Pinocho o, lo que es lo mismo, ese interior nuestro parece ser suyo desde antes de que nosotros sospechásemos que teníamos interioridad.

Siempre nos acompaña la evidencia de conflictos internos. Se trata de una especie de desdoblamiento que Collodi muestra con el Grillo parlante y Pinocho y que nuestra tradición cultural denomina conciencia.

Es claro que ante la conciencia caben distintas actitudes. Pinocho no quiere oír al grillo. No comprende que esa voz señala hacia lo mejor de él mismo, le muestra cuál es la mejor versión de sí mismo. Sólo parece intuir que esa voz será molesta. Por eso quiere que desaparezca, que se vaya pronto, quiere apagarla:

«- Hoy esta habitación es mía y, si quieres hacerme un favor, vete rápido, sin ni siquiera darte la vuelta».

Pinocho no quiere oír lo que el Grillo-parlante tenga que decirle. No le interesa: hoy se siente dueño de sí mismo, de su interioridad, «hoy esta habitación es mía» y sólo mía y el grillo estorba. Pero el Grillo es parlante, debe hablar; decir la verdad es su razón de ser:

«- No me iré de aquí, dice el grillo, sin antes haberte dicho una gran verdad
-          Dímela y termina de una vez».

La interioridad de cada uno es el ámbito en el que se libra la batalla del hombre consigo mismo. Si el hombre es un ser hecho para la relación con los demás, en su intimidad ha de encontrarse consigo mismo y centrar su vida. Sólo si uno se encuentra consigo mismo podrá encontrarse con los demás. Sólo si uno se escucha a sí mismo, podrá atender a los demás.

Pinocho aún no entiende esto. Aspira a una interioridad vacía, sin molestos grillos. Despide al grillo. Y éste dice su verdad antes de partir.

Esta verdad es de gran trascendencia y, por eso, parece oportuno detenerse en ella. Será, eso sí, en la próxima entrada.

4 comentarios:

  1. Acabo de leer con absoluto deleite este maravilloso escrito sobre el Cuento de Pinocho. Es para reflexionar con calma.
    Gracias, amigo, por hacer que me pare a pensar en cosas, que a veces no hago, por este "ajetreo" continuo en el que vivo.
    Me está gustando tanto como tus "reflexiones sobre el Principito" .
    Gracias y un abzo.

    ResponderEliminar
  2. Respuestas
    1. Es muy sencilla. Tiene que serlo porque todo lo profundo es sencillo y lo entiende todo el mundo. O, como dice Platón, en realidad lo recordamos.

      Eliminar