Pinocho está dando los primeros pasos por la vida. Por eso,
no sabe todavía que el hombre es un nudo de relaciones, un ser que se
constituye en el encuentro con otros.
Ha pretendido aislarse, ganar una libertad sin pre-supuestos
ni relaciones. Pero como eso es imposible, dentro de la habitación oye una
vocecilla que le inquieta.
«- Cri-cri-cri
- ¿Quién es el que me
llama?».
En ese sonido, en el cri-cri, ha escuchado su nombre. Se ha
sentido llamado. Entiende que esa voz no es casual y se dirige a él.
¿Qué hay en esa estancia?, ¿Qué surge y descubrimos cuando nos
quedamos a solas con nosotros mismos?
Adentrarse en la intimidad requiere apartarse del ruido,
interno y externo, que ensordece y no deja oír los latidos de nuestro corazón.
Significa prestar atención a sí mismo. A las propias sensaciones y
sentimientos, necesidades y deseos, ideas y aspiraciones.
Cabe una aproximación psicológica a la intimidad, cabe una mirada
sensiblera, cabe un enfoque edificante (eso que, al decir de Hegel, nunca debe
hacer la filosofía), cabe un acercamiento piadoso con una piedad empapada de
religiosidad. Cabe todo eso. Y quien se acerque a la propia interioridad en
busca de traumas y complejidades, los hallará; quien busque a Dios, lo encontrará;
quien paz y armonía, también lo obtendrá. La intimidad lo resiste todo. Como la
habitación de Pinocho resiste una mirada estética, una valoración utilitaria y
tantas más. Pero esos acercamientos hablan más de nuestros modos de enfocar la
cuestión que de la cuestión misma.
Cabe también un acercamiento sincero, de frente, que será
valiente porque dice el poeta que «ser sincero es ser potente» (Rubén Darío, El canto errante) y que nacerá de saber que todo eso que hay en la
intimidad es, puede ser, verdad pero no es lo que buscamos. Todos esos
sentimientos, anhelos e ideas que van apareciendo cuando fijamos la atención
son algo que tenemos, algo que nos pasa, algo que se da en nosotros mismos. Tenemos
la certeza, por otra parte, de que en lo más hondo de esa intimidad por la que
es tan difícil transitar, reside nuestro ser más profundo. Conocerlo es
conocernos, comprender el misterio de nuestra vida.
Indagar sobre nosotros mismos no es un juego, no es una
diversión de personas ociosas. En un sentido importante, descubrir cómo somos,
averiguar quiénes somos, es la tarea de nuestra vida. No es el camino más
transitado, es más, «en el esfuerzo por no conocerse a sí mismos, los
hombres corrientes son muy finos y astutos» (Nietzsche,
La hora del gran desprecio). Quizá porque requiere seriedad para consigo
mismo, quizá porque supone afrontar con rigor las tareas que nuestro propio ser
nos impone para construir nuestra propia grandeza. Quizá.
En la habitación, Pinocho oye un sonido que le incumbe, como
en toda intimidad no sorda ni adormecida resuena una voz que llama.
«- ¿Quién es el que me llama?
- Soy yo.
- Soy yo.
Pinocho se volvió y vio un gran grillo que subía lentamente
por la pared.
- Dime, grillo, tú ¿quién eres?
- Soy el grillo-parlante».
Conviene no pasar por alto que el grillo, en su respuesta,
emplea el artículo determinado y, por otro lado, usa un nombre compuesto
(grillo-parlante).
A lo largo de esta historia oiremos hablar a muchos
animales, pero sólo uno es denominado parlante. Se trata de la única voz a la que realmente hay que atender.
Porque dice la verdad que nos atañe. Por eso no es un grillo entre otros; el artículo determinado indica que se trata
de un grillo absolutamente único. Es una voz totalmente singular que no se
confunde con las demás. Nunca es ruido y siempre estuvo ahí:
«- Soy el grillo-parlante y vivo en esta habitación desde
hace más de cien años».
En cuanto el hombre se queda solo, aparece la voz del Grillo.
Ocurre, además, que esa casa era suya antes de que llegase Pinocho o, lo que es
lo mismo, ese interior nuestro parece ser suyo desde antes de que nosotros
sospechásemos que teníamos interioridad.
Siempre nos acompaña la evidencia de conflictos internos. Se
trata de una especie de desdoblamiento que Collodi muestra con el Grillo
parlante y Pinocho y que nuestra tradición cultural denomina conciencia.
Es claro que ante la conciencia caben distintas actitudes. Pinocho
no quiere oír al grillo. No comprende que esa voz señala hacia lo mejor de él
mismo, le muestra cuál es la mejor versión de sí mismo. Sólo parece intuir que esa
voz será molesta. Por eso quiere que desaparezca, que se vaya pronto, quiere
apagarla:
«- Hoy esta habitación es mía y, si quieres hacerme un
favor, vete rápido, sin ni siquiera darte la vuelta».
Pinocho no quiere oír lo que el Grillo-parlante tenga que
decirle. No le interesa: hoy se siente dueño de sí mismo, de su interioridad, «hoy
esta habitación es mía» y sólo mía y el grillo estorba. Pero el Grillo es
parlante, debe hablar; decir la verdad es su razón de ser:
«- No me iré de aquí, dice el grillo, sin antes haberte
dicho una gran verdad
-
Dímela y termina de una vez».
La interioridad de cada uno es el ámbito en el que se libra
la batalla del hombre consigo mismo. Si el hombre es un ser hecho para la
relación con los demás, en su intimidad ha de encontrarse consigo mismo y
centrar su vida. Sólo si uno se encuentra consigo mismo podrá encontrarse con
los demás. Sólo si uno se escucha a sí mismo, podrá atender a los demás.
Pinocho aún no entiende esto. Aspira a una interioridad
vacía, sin molestos grillos. Despide al grillo. Y éste dice su verdad antes de
partir.
Esta verdad es de gran trascendencia y, por eso, parece
oportuno detenerse en ella. Será, eso sí, en la próxima entrada.
Acabo de leer con absoluto deleite este maravilloso escrito sobre el Cuento de Pinocho. Es para reflexionar con calma.
ResponderEliminarGracias, amigo, por hacer que me pare a pensar en cosas, que a veces no hago, por este "ajetreo" continuo en el que vivo.
Me está gustando tanto como tus "reflexiones sobre el Principito" .
Gracias y un abzo.
Gracias a ti, Carmen.
EliminarAh, y estoy deseando oir esa verdad...
ResponderEliminarEs muy sencilla. Tiene que serlo porque todo lo profundo es sencillo y lo entiende todo el mundo. O, como dice Platón, en realidad lo recordamos.
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