Prologo
a André Lapied, La ley del más débil o Genealogía de lo políticamente correcto. Introduccción, traducción y notas Manuel Ballester, Eds. Tres Fronteras, Murcia, 2009.
Este libro no es complaciente. Es fruto del pensamiento y da
qué pensar.
El lenguaje, sugerente, no siempre acaba las frases. Empuja
así al lector a que complete el pensamiento, a que obtenga él mismo la
conclusión.
Su objetivo es dejar al descubierto el terrorismo
intelectual del pensamiento único, “casi sinónimo de ausencia de pensamiento”.
De Aristóteles viene la afirmación de que hay que hacer
primero la ciencia y después el método. André Lapied hace exactamente lo
contrario: expone en primer término con brevedad y claridad el procedimiento
que se sigue en este ensayo y que no es otro que el método genealógico.
Quienes conozcan la filosofía de Nietzsche recordarán su
tesis de que para comprender un fenómeno hay que centrar la atención en la
naturaleza de las fuerzas que lo fundamentan. Fijar la atención en las fuerzas
actuantes, en la causa productora y no en el efecto producido, eso es lo que se
postula. La estructura tripartita de la obra de Lapied es deudora de La genealogía de la moral de Nietzche. De modo que quien conozca los escritos
y el método nietzscheano podrá reconocer fácilmente las huellas de aquel
maestro del pensamiento.
No importa que quien se acerque a este ensayo carezca de
conocimientos previos sobre Nietzsche; sí importa que se guíe por la
determinación de no dejarse atrapar por los tópicos, los lugares transitados
por la corrección política. No se trata tampoco de oponerse a ellos. Se trata
de mostrar de dónde surgen.
Lo políticamente correcto es el ambiente espiritual que
respira nuestro mundo. Es evidente que no es, ni pretende ser, un sistema. Es
patente que está plagado de contradicciones aparentes que no le preocupan al
que no aspira más que a una muelle socialización y sólo teme alejarse del
cálido rebaño que lo alberga. Que la contradicción es sólo aparente se pone de
manifiesto cuando se ve la fuente, la fuerza, que sustenta las consignas que en
“la muy restringida, aunque fácilmente reconocible, lengua de lo políticamente
correcto” se denominan unilateralmente “ideas” o “valores”.
Este es el procedimiento por el que Lapied hace desfilar
ante el lector tópicos repetidos ad
nauseam: los “buenos” de nuestro mundo (humanitarios, médicos, enfermeras,
bomberos, enseñantes, científicos…); las mujeres como género; “la ecología
profunda, para la cual no faltan analogías con ciertas religiones”; el
liberalismo y el socialismo; la educación (“problemas cada vez más complejos
son manipulados por los queridos pequeños. ¿No estaremos pasando discretamente
de la cultura intensiva a la cultura extensiva, para que se nos prometa que, en
un futuro mejor, retornaremos a los fundamentos y que los alumnos acabarán por
saber leer y escribir?”); las religiones y el budismo; la televisión, “esta
piedra angular de la admirable cultura moderna”; los juegos televisados que “a
veces impulsan la ilusión incluso hasta hacer creer que recompensan las
cualidades intelectuales de estos candidatos”; la cultura popular y la de elite
y tantos otros elementos que configuran la peculiar idiosincrasia de nuestro
mundo.
Al menos desde Sócrates se hace difícil concebir un ensayo
serio, riguroso, crítico que pueda prescindir de la ironía, de la fina y cortés
apelación a la inteligencia del lector. La ironía de Lapied es seria, profunda,
inteligente y mordaz; de ahí que provoque no pocas carcajadas cuando encuentra
el destinatario que sabe apreciarla.
Desvelar las fuerzas actuantes, hacer pensar, son los
objetivos del presente ensayo. Queda a juicio del lector ponderar si logra
alcanzarlos. Si llegar a la meta propuesta es siempre de alabar, cuando ésta es
elevada, merece además dedicarle nuestro tiempo.
Que un libro merezca la pena que le dediquemos nuestro
tiempo es, quizá, lo mejor que puede decirse de él.
Manuel Ballester
Marzo, 2009
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