martes, 15 de enero de 2013

3.2. Geppetto encarcelado



La libertad brota de la captación de que nuestra vida y nuestro mundo no están gobernados por las leyes de la necesidad; por el contrario, hemos de entretejer creativamente los elementos de necesidad presentes en nuestra vida con las múltiples posibilidades que se nos abren. Junto a esa dimensión de la construcción de sí mismo que podíamos denominar ética, hay que tener en cuenta que el hacerse humanos se da en la relación con los demás. O, lo que es lo mismo, que ese proceso íntimo es la vida de un ser que vive en una sociedad que lo acoge y lo juzga.

En su huída, Pinocho choca con la autoridad, que se deja llevar por los dimes y diretes del entorno. Todos estos factores unidos ocasionan que el inocente sea castigado: la sociedad pronuncia su veredicto y Geppetto es enviado a la cárcel. El relato suscita pena por el pobre Geppetto. Nos entristece, lógicamente, ver cómo se castiga a un inocente; pero ¿es inocente? En cualquier caso, ¿de qué?

Paternidad: eso se le atribuye. Geppetto es responsable de haber originado a Pinocho. La creación del muñeco supone haber aceptado ser padre. ¿Qué tipo de fechoría es la paternidad?

Si el hombre es un ser abocado a la muerte (Sein zum Tode, al decir de Heidegger), entonces la paternidad es un acto odioso mediante el cual se trae estúpidamente a otro ser a este corredor de la muerte que es la vida. Si el mundo carece de sentido y sobre él sólo nos es dado captar deconstruidos fragmentos que el intelectual de nuestro tiempo balbucea en microrrelatos, entonces la paternidad es un acto cruel mediante el cual se arroja a un pobre ser a una existencia desgarrada. Si la vida es un absurdo, entonces la paternidad es un acto brutal mediante la cual se abandona al nacido a una existencia desarraigada, sin esperanza ni horizonte. Y su conciencia infeliz sólo puede aspirar a darse cuenta de que “el delito mayor del hombre es haber nacido” y por ese delito sufrirá condena perpetua.

¿Qué tipo de monstruo engendraría a un hombre, a un niño, obligándolo a una vida semejante? Por eso, la misma sociedad en que Camus (Le mythe de Sisyphe) veía esparcida la sensibilidad absurda por doquier porque no ha planteado a fondo la cuestión fundamental, es decir, el problema de si “la vida vale o no vale la pena ser vivida”; esa misma sociedad, digo, encuentra a Geppetto culpable de la acusación de paternidad. Ese mundo, esa sociedad, no puede juzgar de otro modo: la paternidad aparece ahí o como una maldad o, al menos, como una inconsciencia, algo que no ha sido pensado ni querido, una necesidad y astucia de la especie (Schopenhauer) a la que algunos individuos especialmente pícaros pueden escapar. En ese mundo, la paternidad es odiosa o estúpida: voluntario o involuntario, pero delito siempre.

¿Es ese el único mundo posible? No lo piensa así, entre otros, Wittgenstein cuando señala que “el mundo del que es feliz es diferente del mundo del que es infeliz (Tractatus, 6.43) die Welt des Glücklichen ist eine andere als die des Unglücklichen”.  Ese mundo ha condenado a Geppeto, considera la paternidad como un delito. Pero Geppeto, ya lo vimos, no vive en el mundo de maese Cereza.

La paternidad puede significar también que se ve al hombre como un ser que puede, sí, malograr su existencia pero también plenificarla: si no pudiera fracasar vitalmente, el hombre no sería realmente libre; si la posibilidad de hundimiento no fuese tan real como la posibilidad de triunfo, entonces la libertad no sería real. Desde esta perspectiva se ve el mundo como deficiencia y opresión, sí, pero también de otro modo porque hay «mucha más felicidad en el mundo de la que ven unos ojos sombríos» (Nietzsche, F., Humano, demasiado humano). Y en este otro mundo, la paternidad significa que se tiene ilusión, que se concibe la vida y el mundo como dotados de sentido; la vida como una aventura y el mundo como una realidad perfeccionable. Y se llama a la existencia a otros, a los hijos, para bregar, para disfrutar del éxito logrado con el propio esfuerzo enfrentándose al mundo, la vida y el futuro arraigado en la confianza en sí mismo, porque «el que no cree en sí mismo, miente siempre: Wer sich selber nicht glaubt, lügt immer» (Nietzsche, Así habló Zaratustra).

Paralelamente, el hijo volverá la mirada hacia su origen. Y, según su visión de su puesto en el mundo, mirará a su padre reconociendo la gratuidad con que le ofreció la vida y le brindó las mejores posibilidades y esa mirada agradecida es lo que los romanos denominaron pietas, veneración del origen. También cabe una mirada impía, un ajuste de cuentas, un sentir el peso del pasado como un lastre y pensar que sólo librándose del padre se alcanzará la libertad; Freud habla de la necesidad de “matar al padre”, pues en la modernidad sólo el huérfano, el que no carga con el lastre del pasado, es libre. Así, en cierto sentido, la modernidad ha transitado desde la veneración (la pietas) al parricidio emancipador en la idea de que sólo el individuo sin pre-supuestos, sin deudas, puede forjar su identidad. De la nada, ser un nuevo comienzo pero sin origen. Lo problemático será, entonces, que ese individuo sin origen no podrá ser padre, no podrá ser origen de otro ser y esperar que el hijo sí acepte lo que él rechazó respecto a su padre. Contradicción vital del sentir moderno que aquí sólo queda aludido, pero que a buen seguro es planteado en su radicalidad por quien quiera comprender el mundo en que vivimos.

Pinocho deja que su padre sea conducido a la cárcel cuando una sola palabra suya habría librado a Geppeto. Pero Pinocho sólo piensa en sí mismo, en seguir con su propia vida, de modo que en cuanto pudo “se libró de las garras de los guardias y salió corriendo a través de los campos” (capítulo 4). Sin los consejos del padre, sin la guía de la sabiduría madura, ¿hacia dónde se dirigirá?

No adelantemos el ritmo que marca el maestro Collodi. Así concluye este tercer capítulo: “Lo que sucedió después es una historia increíble, y os la contaré en los siguientes capítulos”.

2 comentarios:

  1. Manolo, falta una "d" en el siguiente párrafo:

    También cabe una mirada impía, un ajuste de cuentas, un sentir el peso del pasado como un lastre y pensar que sólo librándose "d"el padre se alcanzará la libertad.

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