Charles Copeland (1904) |
La frenética carrera de Pinocho muestra su alegría por
haberse librado de Geppetto, la gente y la autoridad, que son instancias que
podrían haberle exigido responsabilidad. Al darles esquinazo, Pinocho se siente
dueño de sí, libre, lleno de contento.
No obstante, no está totalmente desligado de Geppetto. Una
vez que «se libró de las garras de los
guardias, salió corriendo atravesando los campos para llegar pronto a casa».
Si quiere alejarse de Geppetto y todo lo que éste
representa, no parece razonable que Pinocho vuelva a casa. Pero nadie ha dicho
que Pinocho sea razonable. Para ser coherente, tendría que alejarse de la casa.
Pero vuelve a ella.
De hecho, aquí está aludida una definición profunda de casa:
el lugar al que se vuelve. Porque uno sabe que ahí es aceptado
incondicionalmente, no por lo bien o mal hecho, dicho o pensado; no por haber
triunfado, sino porque, por ser quiénes somos, pertenecemos a ese lugar, a ese
origen, tanto como él nos pertenece. La vuelta al hogar es, así, el reencuentro
con nuestro origen, el reposo de nuestro cansancio y reparación de nuestras
fatigas. Volvemos a casa triunfantes y optimistas o derrotados y dolidos y se
nos acoge con alegría y se nos atiende incondicionalmente según nuestras
necesidades.
Volver a casa es regresar a donde empezó todo, al origen, al principio, al punto de partida que es, indudablemente, el lugar al que hay que volver cuando uno se pierde en la vida. Poder volver a casa, es vivir con el optimismo de saberse siempre acogido; no tener casa a la que volver, es vivir en el desarraigo que es, al decir de Simone Weil, una de las características del hombre contemporáneo.
Volver a casa es regresar a donde empezó todo, al origen, al principio, al punto de partida que es, indudablemente, el lugar al que hay que volver cuando uno se pierde en la vida. Poder volver a casa, es vivir con el optimismo de saberse siempre acogido; no tener casa a la que volver, es vivir en el desarraigo que es, al decir de Simone Weil, una de las características del hombre contemporáneo.
Pinocho vuelve a casa, pero él no sabe por qué lo hace. Ignora
tanto de sí mismo que no conoce ni sus auténticas necesidades. Tiene, lo
veremos, cierta noción respecto a sus deseos más elementales e inmediatos. Pero
tendrá que aprender, necesita madurar, necesita lo que la casa proporciona.
Por eso, cuando llega a casa, lo primero que hace es echar
el pestillo. La puerta de maese Cereza estaba abierta, también la de Geppetto. Es,
de hecho, la primera vez que encontramos una puerta cerrada. Y la cierra
Pinocho. Quiere dejar fuera al mundo, aislarse y vivir sólo para sí mismo. Quiere
ser a self made man, un hombre que se
hace a sí mismo deshaciéndose de los demás. Pero esto no es posible, no es
humano. Y esta es la primera lección que va a recibir Pinocho, ¿aprenderá?
¿quién será el maestro si ha echado el pestillo, dejando fuera todo lo que no
es él?
Pinocho se ha aislado. De los griegos nos llega el mito de
Narciso, un paradigma de persona que sólo es capaz de verse a sí mismo, incapaz
de darse cuenta ni siquiera del amor que otros le profesan: su destino es labrarse
una trágica destrucción. Hay personas así. Los modernos, menos dados al mito,
llaman solipsismo a esta actitud. El narcisista, el solipsista, no es un
egoísta sin más. Como el aislamiento tampoco es sinónimo de soledad.
Frente al aislamiento, la soledad alude al sosiego necesario para adentrarse en la riqueza de la propia vida. Dicho de otro modo, aislarse consiste en encerrarse mirando hacia fuera y sin querer tener nada que ver con nadie, mientras que el gozo de la soledad consiste en mirar hacia dentro y es así como, al decir de Rubén Darío,
«Viendo nuestro ser mismo
Miramos el abismo»,
descubrimos en la gran profundidad de nuestro propio ser una
aventura que nos reclama. La primera, apasionante e inexcusable tarea del ser
humano: “Conócete a ti mismo”.
Esa habitación en la que Pinocho quiere aislarse, representa
la interioridad. Para conocernos, es preciso entrar dentro de nosotros mismos.
Cuando transitamos ese camino comenzamos a descubrir nuestro auténtico ser, se
nos ofrece nuestra intimidad.
Cuando llegamos a nuestro interior, descubrimos una
dimensión que se rige por leyes distintas de las propias de la materia. A ese
ámbito se le denomina a veces interioridad en cuanto que se concibe como
opuesta a la exterioridad. Valdría el nombre aunque está claro que no se trata
de la interioridad entendida espacialmente (en ese caso hablaríamos de los
pulmones, el estómago y cosas de ese estilo). Por eso, parece más preciso usar
el término intimidad en cuanto que
esta concepción de nuestra subjetividad remite a la riqueza de nuestro ser sin
excluir la comunicación. La intimidad es subjetividad que admite e incluso
reclama la intersubjetividad: el cultivo de nuestra intimidad no excluye que
tengamos intimidad con otras personas.
¿Y qué descubrimos al asomarnos a nuestra intimidad? ¿Qué
descubre Pinocho? Así relata Collodi que, tras echar el pestillo, se sintió
contento, a salvo. «Pero aquella alegría duró poco, porque oyó a alguien en la
habitación que hacía:
-Cri-cri-cri
- ¿Quién me llama?, dijo Pinocho totalmente asustado».
¿Quién osará entrar en nuestra intimidad? O, lo que es lo
mismo, a pesar de que Pinocho ha puesto el pestillo, ¿quién estará dentro de la
casa?, ¿Llama a Pinocho o sólo son imaginaciones suyas? Y si lo llama, ¿qué
querrá?
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