Aplastad al infame, écrasez
l’infâme!, repetía Voltaire. Y ahí el infame era, claramente, la Iglesia.
Me gusta ese antiguo alumno de los jesuitas. Voltaire era
una figura de la conciencia liberal: innovador, rebelde, inconformista. Y
revoltoso. De hecho, parece que elaboró su pseudónimo recolocando las sílabas
de esta última palabra: re-vol-tai;
aunque hay otras interpretaciones que no son del caso. Si los jesuitas hubiesen
aplicado la pedagogía de la
Logse en vez de a Voltaire nos habríamos enfrentado a un
inadaptado hiperactivo. Pero, como dice sabiamente Pennac en Como una novela: “qué bien se educaba
cuando no sabíamos pedagogía”. Por eso, parafraseando a Alberti,
si Voltaire volviera,
yo sería su escudero;
¡qué buen caballero era!
Fundamentalmente por su saber estar plantado ante el
totalitarismo, ante el fanatismo. De manera que vaya calando que el poder del
tirano reside en el miedo de quien se le somete en silencio.
Otro rasgo del sabio es el sentido del humor. Cuando
Rousseau, inspirador de la pedagogía vigente en España, le envió una obra,
Voltaire respondió así:
“He recibido su nuevo libro contra la especie humana y le doy
las gracias por él. Nunca se ha empleado tanta inteligencia en el designio de
hacernos a todos estúpidos. Leyendo su libro se ve que deberíamos andar a
cuatro patas. Pero como he perdido el hábito hace más de sesenta años, me veo
desgraciadamente en la imposibilidad de reanudarlo. Tampoco puedo embarcarme en
busca de los salvajes del Canadá, porque las enfermedades a que estoy
condenado, me hacen necesario un médico europeo”.
La ironía es signo de sabiduría. Y, por tanto, se opone al
totalitarismo.
Cuando Voltaire tilda de infamia a la Iglesia está diciendo
que es una institución desalmada, que ha perdido su espíritu, que ha construido
su reino en este mundo y se ha convertido en un poder temporal. Ocurre en la
época de Voltaire que lo que San Agustín llamó la Ciudad de Dios vivía en
unos pocos corazones y, por el contrario, buena parte de las intenciones y
acciones de la Iglesia
se hacían fuertes en la Ciudad
terrestre.
Pero las instituciones que perduran experimentan ciertos
cambios con el paso del tiempo. La
Iglesia de la que hemos hablado, contra la que lucha Voltaire
es tan Iglesia como la que se curte en las catacumbas, la que persigue Nerón,
la que monta instituciones para asistir a los necesitados. Todo eso también es
Iglesia. Una institución milenaria que, por eso, ha visto ya de todo: santos y
canallas. Si Voltaire volviera no atacaría a Cáritas ni a las monjas de la
madre Teresa, ni… Y eso es también Iglesia.
Si Voltaire volviera seguiría animando: écrasez l’infame. Pero habría que señalar un nuevo objetivo. El
infame manipula el pensamiento, las conciencias, para engatusar a la gente de
modo que disminuya su capacidad crítica y repitan borreguilmente las consignas
que se les proporcionen. Se me ocurren varios candidatos pero como el artículo
se va alargando, sólo señalaré uno: lo políticamente correcto. Me parece que
cumple los requisitos: pretende imponer la verdad absoluta sin rastro de
sentido del humor. Y si no me cree, pruebe usted a hacer ciertos chistes que
rocen cualquiera de los dogmas de lo políticamente correcto: verá qué risas.
Se impone lo políticamente correcto mediante una modalidad
de lenguaje que en francés se denomina “langue
de bois”, lengua de madera: una forma de hablar que expresa un pensamiento
prefabricado. Eso de que el mero lenguaje evite (e impida) la molesta tarea de
pensar es todo un logro para las fatigadas mentes modernas. De ahí el éxito de
la “lengua de madera” que, más que un lenguaje auténtico, es un código
engañoso, una jerga llena de eufemismos que permite sostener todo y lo
contrario.
Uno se pregunta si una persona comprometida con las grandes
causas como manda lo políticamente correcto podrá consumir un alimento tan elitista
como el caviar. La ilustrativa respuesta se lee en el Manual de lo políticamente correcto de Vladimir Volkoff. Es sabido
que se trata de un alimento políticamente neutro que
“Consumido por los intelectuales pertenecientes a la “izquierda
caviar” es políticamente correcto.
Suponiendo que hubiese una “derecha caviar” políticamente
correcta, lo que no se excluye en modo alguno, el caviar seguiría siendo políticamente
correcto.
Consumido por individuos que viven por encima del umbral de
pobreza con el propósito de ofender la dignidad de quienes viven por debajo, se
vuelve políticamente incorrecto”.
Así con todo, y su contrario. Es claro que esta tesis necesita un desarrollo más amplio. Todo llegará.
Adelanto que, tal como lo veo, la mentalidad políticamente correcta es el caballo de Troya del totalitarismo en la democracia: écrasez l’infame, por tanto.
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