El
último atentado de lo políticamente correcto contra la sensatez y, por tanto,
la libertad ha sido una guía no sexista editada en Murcia, según cuenta La
Opinión en su edición del viernes, 13 de enero de 2012.
Lo que
hay en juego con esta manía que tiene la progresía de corregirnos es que quieren
que vivamos en el mundo perfecto que esnifan con su ideología. Frente a este
planteamiento tan torpe como legítimo se alzan otras visiones, tan legítimas
como inteligentes, que sostienen que no se trata de si hablamos de miembros o
miembras o de qué tienen o dejen de tener en la entrepierna. Se trata de lo que
hacen las personas, de si sus acciones son loables o censurables.
Acabamos
el año pasado preocupados con Ana Mato. No con lo que era, que ya sabemos que
no es persona de cuota, sino con lo que decía. ¿Y qué dijo? ¿Por qué se turbó
la delicada epidermis de la progresía? Lo que hizo fue condenar un asesinato. Pero,
al condenar el hecho, va y suelta lo de la violencia en el entorno familiar.
Pero esta buena mujer, a estas alturas de la alianza de las civilizaciones,
¿cómo osa no someterse a lo políticamente correcto? Mire usted, doña Ana, considere
que la progresía le da mucha importancia a la palabra correcta, no vayamos a
pensar que la izquierda es siniestra y no da una a derechas, diga la Rae
lo que diga.
Luego
vinieron las protestas de la Pajín
y el opinar a favor o en contra, y hasta ha habido lugar para el ejercicio de
la creatividad: unos, en vez de “violencia de género”, proponen “machista” o
“sexista” o “de pareja” o alguna nueva, que de todo hay.
Y ahora nos quieren guiar, enseñarnos a hablar como si aún
estuviésemos aprendiendo el idioma. Y ocurre que, según los lingüistas, son los
propios autores y fautores, autoras y ayudantas de la Unidad para la
Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Universidad de Murcia
los que necesitan aprender algo de gramática. Ya supongo que la tal Unidad debe
ser legal, tanto como el desahucio por impago de hipoteca, pero puestos a
recortar…
Mis felicitaciones al departamento de lengua. No por saber
lo que sabíamos en primeros cursos de la escuela (y que otros y otras del
órgano citado ignoran) sino por el valor demostrado.
La situación es preocupante: que unos expertos en lingüística tengan que
armarse de valor para recordar las reglas de la lengua. Pero así es, y es que
el gen totalitario que anida en el ADN de la progresía hace tiempo que se
manifiesta en eso de la corrección política: es decir, en corregir a los que en
vez de repetir sus formulitas propagandísticas, simplemente decidimos pensar y
usar la lengua para entendernos. Porque a ver, ¿por qué no va a poder hablar
uno de los ordenadores o las computadoras según le dé la realísima gana? Y ya
el uso irá decantando el empleo mayoritario de uno u otra, o la convivencia de
ambos términos. Pero, claro, es que el uso de los términos es algo que choca de
frente con la progresía y ese gen que les nubla la vista; sin más, porque el
uso de la lengua es lo más democrático que existe: ahí intervienen todos los
hablantes, sin distinción de sexo, condición social o cultural; frente a eso, en
las directrices de lo políticamente correcto no interviene nadie que no esté
tocado por la gracia de la cansina progresía.
Y es
que cada vez es más claro que lo políticamente correcto (incluido el engendro
autoproclamado lenguaje no sexista), no es ni más ni menos que una imposición
totalitaria.
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