martes, 4 de marzo de 2014

25. Promete al hada que será bueno


En el capítulo anterior Pinocho pide ayuda. No la merece y él lo sabe. Cabalmente, no le auxilian ya que está en condiciones de cubrir sus necesidades trabajando. Así se lo espetan, con distintos tonos, diversos personajes.

Aparece entonces una misteriosa mujercita. Tampoco le da limosna, también le recuerda su deber. Pero introduce un matiz significativo que supone un progreso: consigue que Pinocho quiera trabajar y, efectivamente, gane su pan cumpliendo con su deber.


El hombre no es sólo razón, no basta con entender cuál es el deber. Eso es relativamente fácil. Para ser operativa, la razón en el hombre ha de estar conectada con el deseo. La mujer consigue que Pinocho avance en la dirección correcta al ir descubriendo que, si obra bien, podrá disfrutar de la comida ganada con su trabajo, de la satisfacción por haber logrado… Y será bueno. Y eso es la ética. Y eso es la vida. Lo que cada uno hace con su vida es, en primer término, a sí mismo. Lo que uno gana con su acción es, en primer lugar, ser buena o mala persona.

Pinocho come, disfruta de lo que ha conseguido trabajando. Porque ahora la comida no es un regalo. Actuar correctamente, no caer en la holgazanería, es condición de posibilidad de lo maravilloso. Ahora repara en el Hada.

Está muy cambiada. Ya es una mujer. Las transformaciones del Hada son interesantes en cuanto que corren paralelas con la evolución de nuestro personaje. Conocimos al Hada muerta e, inmediatamente, Pinocho es ahorcado; realmente el Hada no estaba muerta y movilizó a un Halcón para comprobar que el muñeco tampoco lo estaba; ante la lápida del Hada, Pinocho parece quedarse también sin futuro, sin horizonte, pero buscó a su padre, llegando al extremo de poner en peligro su vida o, dicho de otro modo, aunque parecía no tener posibilidades, gracias a su esfuerzo, madura y entonces encuentra al Hada hecha una mujer, adulta, madura. Y la reconoce.

A Pinocho le encanta (l'ho caro dimolto) el aspecto del Hada. Le parece envidiable. Le gustaría ser también así. Quiere saber cómo lo ha conseguido. Según su habitual proceder, el Hada no responde directamente.

El lector ya sabe que para crecer, para madurar, hay que cumplir con el propio deber. Pero la reacción que experimentamos cuando nos ponen frente a nuestras obligaciones es exactamente la contraria que cuando se nos sitúa ante algo fascinante. De hecho, los hombres que no ayudaron a Pinocho lo situaron frente a su deber y no consiguieron gran cosa. El Hada no insiste en la responsabilidad de Pinocho, ni siquiera le habla de lo que él tiene que hacer. Atrae la atención sobre ella, dice algo tremendamente seductor:

«-Es un secreto; È un segreto».

El secreto es, todo el mundo lo sabe, uno de los nombres que usa lo maravilloso. Interesa. Aviva el deseo de Pinocho, que dice:

«Enséñamelo: también yo quisiera crecer un poco».

Una vez que Pinocho quiere crecer, mejorar, madurar, es tiempo de ponerle ante las dificultades. Para que afiance esos deseos y los convierta en determinaciones:

«- Pero tú no puedes crecer, replicó el Hada».

Nuevamente hay que pensar en Pinocho, que somos todos, y darse cuenta de que cuando intentan impedirnos la realización de un deseo, se hace más firme. Pinocho no puede crecer «porque los muñecos no crecen nunca. Nacen como muñecos, viven como muñecos y mueren como muñecos».
No será el Hada quien diga a Pinocho lo que debe hacer. Pero lo ha ido conduciendo hacia la gran verdad de que mientras siga siendo lo que es, mientras siga siendo como es, mientras siga siendo y portándose como un muñeco, no puede crecer. Ya ha azuzado suficientemente su deseo, ahora puede insistir en que si quiere crecer, tiene que dejar de ser un muñeco. El Hada lo ha conducido a esa conclusión, pero la idea y la determinación corresponden a Pinocho.

El muñeco ha visto el esplendor del Hada adulta, madura; ha visto lo que él podría ser si no se comportara tontamente. Pinocho ha visto su mejor posibilidad y ya no le satisface ser lo que es: eso no es suficiente porque puede ser mejor. Puede ser un niño. Y no lo es. Su comportamiento, su vida, es la de un muñeco pero tras lo que le ha mostrado el Hada, «la vida de muñeco se le ha vuelto aburrida, mi è venuta a noia, y quiere convertirse en niño a toda costa». La contemplación de la mejor de nuestras posibilidades vuelve enojosa la mediocridad. Pinocho quiere, por eso, convertirse en niño cueste lo que cueste: «Va siendo hora de que yo también me haga un hombre; Sarebbe ora che diventassi anch’io un uomo», ya toca tomar determinaciones serias sobre la propia vida.

Pinocho progresa desde la admiración de algo bueno a la determinación de configurar la propia existencia según la mejor de sus posibilidades. El Hada continúa animándole al decirle que lo logrará, que llegará a ser hombre si sabe merecérselo: «lo diventerai, se saprai meritartelo».

Está en la condición humana que lo mejor de nuestras vidas nos sea dado como un don, para que sepamos también ser agradecidos. Por eso, ya nos referimos en capítulos anteriores a Kant, lo que está en nuestras manos es merecerlo. A eso, a lo que está en sus manos, es a lo que Pinocho se dirige a continuación:

«- ¿Qué puedo hacer para merecérmelo?
- Una cosa facilísima: acostumbrarte a ser un niño bueno, un ragazzino perbene».

El Hada ha ido llevando a Pinocho para que vea que conseguir la mejor posibilidad es asequible y es agradable. Ahora da un paso más: es factible, es facilísimo. Sólo hay que adquirir los hábitos, las costumbres adecuadas.

Se entabla entonces un diálogo. El Hada indica lo que Pinocho debiera hacer (obedecer, amar el estudio y el trabajo, decir la verdad, ir a la escuela) y Pinocho lo que hace. El Hada ha trabajado a Pinocho desde dentro y él mismo va reconociendo punto por punto su deficiente comportamiento. Pinocho recibe una reprensión mucho más dura que lo que le dijeron desabridamente los hombres a los que pidió limosna. La reprimenda es más profunda. Pero el estilo es otro. Ahora es el propio Pinocho quien reconoce su yerro porque el Hada está consiguiendo que pase a la perspectiva correcta, está consiguiendo que se dé cuenta de que su vida es asunto suyo. Y asunto serio.

Comienza aquí el proceso de elevación, de conversión en hombre de verdad. Paralelamente a como ocurre en el proceso de embrutecimiento, de degradación, también aquí el camino comienza con los actos.

Pinocho está bien dispuesto, pretende obedecer al Hada inmediatamente,  encantado (volontieri). Si el Hada es símbolo de la fuerza interior, esa actitud consiste en respetar lo mejor que hay en nosotros.
Las dificultades comienzan cuando Pinocho se enfrenta a los “contenidos” concretos (ir a la escuela, escoger oficio…). La fatiga ante el trabajo vuelve al primer plano.

Nadie ignora esos obstáculos, todos sabemos de la necesidad de superarlos. El Hada, como hiciera el Grillo, le recuerda las consecuencias de dejarse vencer por ellas: le habla de la cárcel y del hospital como destino seguro de quienes se fijan en la fatiga como impedimento para el trabajo.

Sobre esa base, Pinocho afirma la determinación de transitar el camino correcto: «de ahora en adelante quiero cambiar de vida». Y es el Hada quien muestra sus reticencias recordando la debilidad:

«- ¿Me lo prometes?
- Lo prometo. Quiero convertirme en un niño bueno y quiero ser el consuelo de mi padre… ¿Dónde estará…?».

El camino correcto no se da sin referencia al origen. Por eso vuelve ahora la mirada hacia Geppetto y hace más firmes sus determinaciones:

«- Estudiaré, trabajaré, haré todo lo que digas, porque ya estoy aburrido de la vida de muñeco y quiero a toda costa convertirme en un niño. Me lo has prometido, ¿verdad?».

La cuestión es llegar a ser un hombre, realizar la mejor de las posibilidades. Queda prometido por el Hada, depende de sus actos:

«- Te lo he prometido, y ahora depende de ti; Te l’ho promesso, e ora dipende da te».


Quizá la próxima entrada desvele si es capaz de mantenerse firme en su resolución.

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