En el capítulo anterior Pinocho pide ayuda. No la merece y
él lo sabe. Cabalmente, no le auxilian ya que está en condiciones de cubrir sus
necesidades trabajando. Así se lo espetan, con distintos tonos, diversos personajes.
Aparece entonces una misteriosa mujercita. Tampoco le da
limosna, también le recuerda su deber. Pero introduce un matiz significativo
que supone un progreso: consigue que Pinocho quiera trabajar y, efectivamente,
gane su pan cumpliendo con su deber.
El hombre no es sólo razón, no basta con entender cuál es el
deber. Eso es relativamente fácil. Para ser operativa, la razón en el hombre ha
de estar conectada con el deseo. La mujer consigue que Pinocho avance en la
dirección correcta al ir descubriendo que, si obra bien, podrá disfrutar de la
comida ganada con su trabajo, de la satisfacción por haber logrado… Y será
bueno. Y eso es la ética. Y eso es la vida. Lo que cada uno hace con su vida
es, en primer término, a sí mismo. Lo que uno gana con su acción es, en primer
lugar, ser buena o mala persona.
Pinocho come, disfruta de lo que ha conseguido trabajando.
Porque ahora la comida no es un regalo. Actuar correctamente, no caer en la
holgazanería, es condición de posibilidad de lo maravilloso. Ahora repara
en el Hada.
Está muy cambiada. Ya es una mujer. Las transformaciones del
Hada son interesantes en cuanto que corren paralelas con la evolución de
nuestro personaje. Conocimos al Hada muerta e, inmediatamente, Pinocho es ahorcado;
realmente el Hada no estaba muerta y movilizó a un Halcón para comprobar que el
muñeco tampoco lo estaba; ante la lápida del Hada, Pinocho parece quedarse
también sin futuro, sin horizonte, pero buscó a su padre, llegando al extremo
de poner en peligro su vida o, dicho de otro modo, aunque parecía no tener
posibilidades, gracias a su esfuerzo, madura y entonces encuentra al Hada hecha
una mujer, adulta, madura. Y la reconoce.
A Pinocho le encanta (l'ho
caro dimolto) el aspecto del Hada. Le parece envidiable. Le gustaría ser también
así. Quiere saber cómo lo ha conseguido. Según su habitual proceder, el Hada no
responde directamente.
El lector ya sabe que para crecer, para madurar, hay que
cumplir con el propio deber. Pero la reacción que experimentamos cuando nos
ponen frente a nuestras obligaciones es exactamente la contraria que cuando se
nos sitúa ante algo fascinante. De hecho, los hombres que no ayudaron a Pinocho
lo situaron frente a su deber y no consiguieron gran cosa. El Hada no insiste
en la responsabilidad de Pinocho, ni siquiera le habla de lo que él tiene que
hacer. Atrae la atención sobre ella, dice algo tremendamente seductor:
«-Es un secreto; È un
segreto».
El secreto es, todo el mundo lo sabe, uno de los nombres que
usa lo maravilloso. Interesa. Aviva el deseo de Pinocho, que dice:
«Enséñamelo: también yo quisiera crecer un poco».
Una vez que Pinocho quiere crecer, mejorar, madurar, es
tiempo de ponerle ante las dificultades. Para que afiance esos deseos y los
convierta en determinaciones:
«- Pero tú no puedes crecer, replicó el Hada».
Nuevamente hay que pensar en Pinocho, que somos todos, y
darse cuenta de que cuando intentan impedirnos la realización de un deseo, se
hace más firme. Pinocho no puede crecer «porque los muñecos no crecen nunca.
Nacen como muñecos, viven como muñecos y mueren como muñecos».
No será el Hada quien diga a Pinocho lo que debe hacer. Pero
lo ha ido conduciendo hacia la gran verdad de que mientras siga siendo lo que
es, mientras siga siendo como es, mientras siga siendo y portándose como un
muñeco, no puede crecer. Ya ha azuzado suficientemente su deseo, ahora puede
insistir en que si quiere crecer, tiene que dejar de ser un muñeco. El Hada lo
ha conducido a esa conclusión, pero la idea y la determinación corresponden a
Pinocho.
El muñeco ha visto el esplendor del Hada adulta, madura; ha
visto lo que él podría ser si no se comportara tontamente. Pinocho ha visto su
mejor posibilidad y ya no le satisface ser lo que es: eso no es suficiente
porque puede ser mejor. Puede ser un niño. Y no lo es. Su comportamiento, su
vida, es la de un muñeco pero tras lo que le ha mostrado el Hada, «la vida de
muñeco se le ha vuelto aburrida, mi è
venuta a noia, y quiere convertirse en niño a toda costa». La contemplación
de la mejor de nuestras posibilidades vuelve enojosa la mediocridad. Pinocho
quiere, por eso, convertirse en niño cueste lo que cueste: «Va siendo hora de
que yo también me haga un hombre; Sarebbe
ora che diventassi anch’io un uomo», ya toca tomar determinaciones serias
sobre la propia vida.
Pinocho progresa desde la admiración de algo bueno a la
determinación de configurar la propia existencia según la mejor de sus posibilidades.
El Hada continúa animándole al decirle que lo logrará, que llegará a ser hombre
si sabe merecérselo: «lo diventerai, se
saprai meritartelo».
Está en la condición humana que lo mejor de nuestras vidas
nos sea dado como un don, para que sepamos también ser agradecidos. Por eso, ya
nos referimos en capítulos anteriores a Kant, lo que está en nuestras manos es
merecerlo. A eso, a lo que está en sus manos, es a lo que Pinocho se dirige a
continuación:
«- ¿Qué puedo hacer para merecérmelo?
- Una cosa facilísima: acostumbrarte a ser un niño bueno, un ragazzino perbene».
El Hada ha ido llevando a Pinocho para que vea que conseguir
la mejor posibilidad es asequible y es agradable. Ahora da un paso más: es factible,
es facilísimo. Sólo hay que adquirir los hábitos, las costumbres adecuadas.
Se entabla entonces un diálogo. El Hada indica lo que
Pinocho debiera hacer (obedecer, amar el estudio y el trabajo, decir la verdad,
ir a la escuela) y Pinocho lo que hace. El Hada ha trabajado a Pinocho desde
dentro y él mismo va reconociendo punto por punto su deficiente comportamiento.
Pinocho recibe una reprensión mucho más dura que lo que le dijeron
desabridamente los hombres a los que pidió limosna. La reprimenda es más
profunda. Pero el estilo es otro. Ahora es el propio Pinocho quien reconoce su
yerro porque el Hada está consiguiendo que pase a la perspectiva correcta, está
consiguiendo que se dé cuenta de que su vida es asunto suyo. Y asunto serio.
Comienza aquí el proceso de elevación, de conversión en
hombre de verdad. Paralelamente a como ocurre en el proceso de embrutecimiento,
de degradación, también aquí el camino comienza con los actos.
Pinocho está bien dispuesto, pretende obedecer al Hada
inmediatamente, encantado (volontieri). Si el Hada es símbolo de la fuerza
interior, esa actitud consiste en respetar lo mejor que hay en nosotros.
Las dificultades comienzan cuando Pinocho se enfrenta a los
“contenidos” concretos (ir a la escuela, escoger oficio…). La fatiga ante el
trabajo vuelve al primer plano.
Nadie ignora esos obstáculos, todos sabemos de la necesidad
de superarlos. El Hada, como hiciera el Grillo, le recuerda las consecuencias
de dejarse vencer por ellas: le habla de la cárcel y del hospital como destino
seguro de quienes se fijan en la fatiga como impedimento para el trabajo.
Sobre esa base, Pinocho afirma la determinación de transitar
el camino correcto: «de ahora en adelante quiero cambiar de vida». Y es el Hada
quien muestra sus reticencias recordando la debilidad:
«- ¿Me lo prometes?
- Lo prometo. Quiero convertirme en un niño bueno y quiero
ser el consuelo de mi padre… ¿Dónde estará…?».
El camino correcto no se da sin referencia al origen. Por
eso vuelve ahora la mirada hacia Geppetto y hace más firmes sus
determinaciones:
«- Estudiaré, trabajaré, haré todo lo que digas, porque ya
estoy aburrido de la vida de muñeco y quiero a toda costa convertirme en un
niño. Me lo has prometido, ¿verdad?».
La cuestión es llegar a ser un hombre, realizar la mejor de las
posibilidades. Queda prometido por el Hada, depende de sus actos:
«- Te lo he prometido, y ahora depende de ti; Te l’ho promesso, e ora dipende da te».
Quizá la próxima entrada desvele si es capaz de mantenerse
firme en su resolución.
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