¡Por Manitú!
Manuel Ballester
Cuando éramos niños y no estaba claro cuál era el material
de que estábamos hechos, nos planteábamos qué seríamos de mayores. Algunos chiquillos
parecían tener pasta de pirata o madera de futbolista. Y no es cosa de risa porque
esa madera se cotiza hoy tanto o más que el oro. Y de los piratas, para qué
hablar.
¿Y los políticos? ¿De qué pasta estarán hechos? Digo yo que
ahora que sabemos hasta la materia de que están hechos los sueños, esto tiene
que estar ya bien averiguado. No todo va a ser como la fórmula de la Coca-Cola.
Algunos pensarán que el
político de raza está hecho de noble material; otros que de puro cuajo, que
también podría ser.
Los tipos puros son escasos. La mayoría de la gente es una
mezcla en la que uno de los elementos destaca, da la cara, domina y constituye
el carácter de la persona. Por eso hay que fijarse en los comportamientos,
dichos y hechos. Parece fácil: observamos al político en acción y, a partir de
ahí, deducimos. No obstante, desde que Fukuyama sentenció el final de la
política como ideología, la cosa se ha complicado.
Antes de Fukuyama la cosa era sencilla. El político se
comprometía con unas ideas e intentaba concitar el apoyo de otros para
configurar la sociedad de acuerdo con su ideología.
Y ahí tenemos un criterio. El político en campaña hace
promesas, propone una línea a seguir y se le vota. Si lo cumple, bien; si no lo
hace, traiciona los valores y principios junto a sus ingenuos votantes. Cabe,
eso sí, el consuelo de increpar al traidor y no votarle más.
Así, por ejemplo, cuando con la añagaza de haberse mantenido
honrada durante cien años, la progresía de antaño nos coló en la Otan, tuvo que escuchar aquello de “Hombre
blanco hablar con lengua de serpiente. Cuervo ingenuo no fumar la pipa de la
paz con tú, ¡Por Manitú!”. Alguna estrofa podría haber añadido recientemente
sobre la cuestión de los impuestos, pero no todo va a ser cantar, que diría
Krahe. Recordarán cómo el Psoe, ahí
sí fiel a su ideología, se apresuró a censurar a semejante ultraderechista
recalcitrante, por cuervo y por ingenuo.
Sea como fuere, eso tiene la política como ideología: que te
pueden reclamar que cumplas con el programa. Y quizá partidos como UPyD o Vox
respondan precisamente a este tipo de concepción de la política, a la
percepción de que el partido matriz no está cumpliendo. Y estos políticos
disidentes intentan enderezar lo que se ha torcido o, lo que es lo mismo, de
volver a poner en valor la ideología que impulsaba a los partidos originales y
que, a su modo de ver, se ha perdido.
Pero ya digo que de la política como ideología se está pasando,
según Fukuyama, a la política como una actividad más cercana, menos viciada por
la ideología, menos contaminada por esos prejuicios que tensan el ambiente. No,
ahora la política es cuestión de confianza, no cuestión de ideas. Estos
políticos de ahora casi, casi, recuerdan a aquel gallego que decía
afectuosamente: “Haga como yo, no se meta en política” o, ahora que desde
educación patrocinan bilingüismo, parto sin dolor y felicidad sin esfuerzo y a
las claras, sin índices correctores: Don't
worry, be happy!
De la ideología a la confianza, el deslizamiento puede
parecer sutil. Porque, a fin de cuentas, uno puede confiar en que el candidato
intentará cumplir con la ideología que su partido dice sustentar. Pero no, no
es lo mismo. La diferencia es importante.
Para no herir susceptibilidades patrias, fijémonos en
Hollande diciendo que, por favor, guardemos las formas: los asuntos privados
deben permanecer privados. Porque bien está que trajinemos la actividad pública
del político pero, parafraseando a Krahe, les affaires privés son otro cantar.
En la política como confianza, esta es la cuestión: los affaires del político ¿son, de verdad,
otro cantar? Si la política es una cuestión ideológica, entonces sus affaires son suyos y de aquellos con quien
tenga a bien compartirlos.
Ahora bien, si lo que el político pretende es ganar nuestra
confianza, entonces (le) interesa mucho, como a la mismísima mujer del Cesar,
parecer de fiar. Y por eso Hollande quiere privar a sus votantes del
conocimiento de sus affaires porque
le interesa mucho gestionar su imagen, aparecer ante sus votantes como él
quiere ser visto y no como es. Y es que algún votante podría pensar que si Monsieur le président ha tenido a bien
engañar a su mujer (a la que alguna vez habrá querido), ¿qué le impide
engañarme a mí, al que ni siquiera conoce? Y entonces, ¿cómo pretende ganar mi
confianza, cómo pretende que le vote?
Y ahí andamos, al filo del cambio de paradigma. Si nos
aferramos a las viejas ideologías, habrá que pedir “programa, programa, programa”
y que quien ha llegado al gobierno con unas ideas, luego no se desdiga
alegremente. Porque en esa concepción de la política, el votante elige ideas,
no personas. Si no se trata ya de ideologías, entonces el político ha de
protegerse de la mauvaise réputation,
que dirían Brassens y la mujer del César. Porque en esta nueva concepción de la
política, se eligen personas, gentes en las que uno confía.
Si de generar confianza se trata no hay que olvidar que el
mejor modo de fracasar es intentar contentar a todo el mundo. Y eso es otro
modo de decir que conviene ser transparente, sin affaires privés, ni cadáveres en el armario porque, al decir de
Kierkegaard, “cuando un hombre teme la
transparencia, huye siempre de lo ético que, en realidad, no requiere otra cosa”.
Publicado en La opinión el 12/02/2014:
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/02/12/manitu-32427620.html
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