Pinocho ha empezado a formarse. Da sus primeros pasos por la escuela. Ha entrado en contacto con otros niños y ha comenzado con buen pie porque ha sabido actuar correctamente. Al afrontar adecuadamente la primera dificultad se ha ganado el respeto y, por eso, sus compañeros «le querían mucho. Hasta el maestro estaba muy satisfecho».
Los encargados de ayudarle en su formación (el Hada, el
maestro) están contentos porque ven que da muestras de gran cordura. Se va
convirtiendo en una persona sensata. Va bien, parece situado ante un futuro
luminoso en el que, eso sí, aparece como una nubecilla ya que «el único defecto
que tenía era el de frecuentar a demasiados compañeros; entre los cuales había
muchos pilluelos conocidos por sus pocas ganas de estudiar y de portarse bien».
Parece que Pinocho tendrá que enfrentarse a un nuevo
problema. La sabiduría popular alude a ella cuando sentencia “dime con quién
andas y te diré quién eres”.
Los que lo conocen y lo quieren, el Hada y el maestro, le
avisan del riesgo en el que está. Pero Pinocho que, efectivamente, ha mejorado
mucho, ha madurado, pretende tener la situación controlada: «-¡No hay peligro!
-contestaba el muñeco, encogiéndose de hombros y tocándose la frente con el
índice, como diciendo: “hay mucha cordura aquí dentro”».
Pinocho supone que la sabiduría popular no va con él, que
los avisos de los padres y maestros son cosas de viejos, temerosos y pasados de
moda, que él sabe perfectamente lo que se hace o, lo que es lo mismo, que los
demás no le influyen. Ese es el error, de Pinocho y de los niños de todas las
edades.
Las compañías influyen, como afecta el frío. Quien es maduro
no dice que no le influye el frío: sabe que le afecta y, por eso, se abriga. El
niño piensa que no le influye, no se abriga, y coge un enfriamiento. Porque el
ambiente influye.
Ser maduro no significa estar absolutamente hecho, acabado,
independiente de los demás. No, ser maduro significa ir perfilando la
personalidad y encontrando el tipo de relaciones, de amistades, con las que uno
encaja y con las que sintoniza porque son como uno quiere ser.
Pinocho ha mejorado, se ha fortalecido y es consciente de
que su posición en la vida es más sólida. Le falta ahora hacerse consciente de
otro aspecto de la madurez, le falta asumir las propias debilidades. Por eso comete
un error importante: no se da cuenta de que los demás influyen, no acaba de
creerse que si va con “pilluelos con pocas ganas de portarse bien”, es muy
probable que acabe envuelto en alguna trastada. Su error está en pensar que él
solito se organiza la vida y que nadie le influye: a todos nos influye la gente
con la que nos relacionamos.
Madurar, por eso, significa también ir seleccionando las
relaciones, las amistades. Pinocho no ha escogido bien. Es un fallo que, como
señalan el Hada y el maestro, puede pasarle factura.
El trato lleva al conocimiento del otro, de sus fortalezas y
debilidades. De modo que un buen día los chicos le proponen a Pinocho que se
escape del colegio. No van de frente, eso lo habría rechazado inmediatamente.
Le informan de que hay un en la playa un «Tiburón, un Pesce-Cane, grosso come una montagna».
Quizá, piensa Pinocho, sea el mismo que había cuando se ahogó Geppetto.
Los chicos van despertando poco a poco su curiosidad,
alentando su deseo:
«Nosotros vamos a la playa a verlo. ¿Vienes tú también?».
Los procesos de maduración y degradación se parecen mucho. De
hecho, así fue, recordémoslo, como actúo el Hada.
Es tan fácil salir, ya lo mostró el Hada, como caer. Ya
vimos la salida, quizá en la próxima entrada asistamos a la caída.
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