martes, 18 de marzo de 2014

26.1. Ganarse el respeto



Terminamos el capítulo anterior con la determinación de Pinocho:

«- Estudiaré, trabajaré, haré todo lo que digas, porque ya estoy aburrido de la vida de muñeco y quiero a toda costa convertirme en un niño».

Pinocho quiere ahora ser una persona cabal, un niño de verdad, dejar de ser una marioneta y tomarse en serio su propia vida o, lo que es lo mismo, Pinocho comienza a ir a la escuela. Porque eso es lo que, en el contexto de esta historia, significa la escuela.


Llega a la escuela. Esa era la dirección que tomó en la única salida normal desde su casa. Parecía que estaba a dos pasos, pero cuesta toda una vida llegar ahí. Han sido más de veinte capítulos. Ha superado más de la mitad de la historia porque Pinocho decide hacerse un hombre después de haber actuado mal en muchas ocasiones, después de haberse equivocado mucho. No es una ocurrencia casual de Collodi: así empieza su Divina Comedia el Dante: nel mezzo del cammin di nostra vita porque le pasa a Pinocho lo que nos pasa a todos, que es en mitad de nuestra vida cuando tomamos conciencia de ché la diritta via era smarrita, de que nos hemos equivocado y que ahora con el peso de la vida ya vivida, con el lastre de la experiencia y los años, a nuestra edad… hay que rectificar el rumbo. Hay, en una palabra, que ir a la escuela y empezar por el principio.

Le ha costado más de veinte capítulos, pero ya está en la escuela, ya ha adoptado el enfoque vital consistente en saberse responsable de la construcción de la propia vida de modo que valga la pena ser vivida.

Entra en un nuevo contexto, cambia el mundo en el que vive.

Antes de asistir al colegio, el niño está en casa. Rodeado de modelos, de referentes, que no son niños, que no son iguales a él. Son adultos que suelen tratarlo con cariño. Porque el adulto ve a los niños como más débiles, más necesitados de ayuda y ternura.

Cuando Pinocho llega a la escuela, entra en contacto con otros como él. Los otros niños están en su mismo plano y no lo van a tratar con la delicadeza con que lo hacen los adultos. Entre iguales no tiene sentido ese trato deferente.

Geppetto y el Hada han tratado cariñosamente a Pinocho. Pero nada más llegar a la escuela, los niños, traviesos, le recibieron con «una risotada que no acababa nunca. Uno le gastaba una broma y el de más allá otra; uno le quitaba el gorro de la mano, otro le tiraba de la chaqueta por detrás…».

Los primeros pasos de Pinocho no son nada alentadores. Frente a la versión edulcorada que supone que una vez se decide enderezar la vida, viene el Hada y todo se vuelve de color de rosa, ocurre que cuando nos decidimos emplear nuestra energía en enderezar nuestra vida, entonces surgen nuevas dificultades. La decisión es un acto humano fundamental, supone la capacidad de tomar la propia vida bajo nuestra responsabilidad. Pero la determinación no actúa mágicamente.

Pinocho descubre pronto que hay gente que no le va a ayudar. Por el contrario, hay gente interesada en tomarle el pelo. Me parece importante considerar que esto es así. Que el motivo por el uno es objeto de burlas varía: por ser alto o por ser bajo, por ser hombre o por ser mujer, por ser creyente o ateo, por ser o por no ser… da igual. Rousseau quizá diría que el hombre es bueno por naturaleza pero que el trato con los otros introduce el mal en las relaciones; Hobbes o Plauto quizá lo explicarían diciendo que homo homini lupus, que el hombre se comporta como una alimaña respecto a los demás. El motivo y su justificación, en definitiva, varía. El hecho es que con frecuencia nos encontramos en situaciones desagradables provocadas por las personas que nos rodean. Y la ética indica el deber, afirma con Séneca que homo homini res sacra, el hombre es algo sagrado y como tal debe ser tratado. La ética enseña cómo debemos tratar a los demás, con reverencia, con respeto, porque son algo sagrado; pero enseña también cómo hemos de actuar cuando somos tratados indebidamente, cuando somos objeto de burlas, por ejemplo, como le ocurre a Pinocho.

En primer lugar, Pinocho pone en juego la paciencia. Aguanta con tranquilidad, porque igual que ha ocurrido con él, con su propia vida, ocurre con todos. La experiencia más elemental nos dice que conseguir el bien es un proceso que requiere tiempo. No basta saber cómo han de ser las cosas para que ya estén hechas. Por eso, Pinocho avisa:

«¡Mirad, niños, no he venido aquí para ser vuestro bufón! Yo respeto a los demás y quiero ser respetado».

Es muy lógico pero la experiencia nos dice que no basta respetar para ser respetado. A veces ocurre, pero no siempre. Sencillamente porque entre las personas con las que nos tratamos algunos se comportan haciendo verdadera la máxima de que homo homini lupus y eso, que forma parte de la realidad, hay que tenerlo en cuenta a la hora de actuar correctamente. Hay que saberlo y gestionarlo adecuadamente o, dicho de otro modo, hay que aprender a ganarse el respeto; tratando bien al que se lo merece y parándole los pies a quien pretenda otra cosa. Así actúa Pinocho pasado el tiempo razonable de las advertencias y la espera:

Ante uno de ellos, «extendió la pierna por debajo de la mesa y le propinó una patada en la espinilla», otro que también le fastidiaba con sus bromas pesadas, se ganó «un codazo en el estómago.
El caso es que después de esa patada y aquel codazo, Pinocho se granjeó en seguida la estima y simpatía de todos los niños de la escuela; todos le hacían mil caricias y todos lo querían mucho».

Pinocho consigue hacerse respetar, logra construir en torno suyo un ámbito agradable en el que puede llevar a cabo el proyecto de formación en el que se ha empeñado. Y es que la ética muestra qué hemos de hacer para saber ser buenas personas y saber estar. Para eso es fundamental distinguir cuándo hemos de comportarnos con paciencia y cuándo hay que proceder de otro modo. Ser bueno, llevar una vida buena es distinto de ser débil o bondadoso. Se requiere una fuerte personalidad.

La violencia, dicho sea de paso, no siempre es rechazable. Puede ser fuerza que impide un abuso. Igual que ser bueno no es ser bondadoso, ser fuerte no es sinónimo de tiranizar al débil, dependerá de cómo se emplee la fuerza.

Pinocho ha comenzado con buen pie. Ha afrontado adecuadamente la primera dificultad y, por eso, sus compañeros «le querían mucho. Hasta el maestro estaba muy satisfecho». Quienes tienen la función de formarle (el maestro, el Hada) están contentos con él. También lo están sus colegas.

Las cosas van bien para Pinocho, aunque tenía un pequeño defecto.

Pero eso lo dejamos para la próxima entrada.

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