28.2. Quieren freirlo como un pez
Huyendo de Alidoro, el perro que lo perseguía, acaba en el
mar. Tras salvar a Alidoro, se va nadando pero es capturado. Cae en la red de un
pescador con aspecto espantoso, que «parecía un enorme lagarto erguido sobre las
patas traseras».
El pescador verde lleva la pesca al interior de la cueva
donde destaca una sartén destinada a freír los peces.
Va sacando de la red los distintos tipos de peces:
salmonetes, merluzas, mújoles, boquerones… y con cada uno se le hace la boca
agua pensando en el banquete delicioso que se dará.
Por último le tocó el turno a Pinocho.
Cuando el pescador sacó a Pinocho, se extrañó, casi se
asustó:
«¿Qué clase de pescado es éste? ¡No recuerdo haber comido
nunca un pez así!».
El pescador verde se enfrenta a algo extraño, un pez al que
no reconoce a pesar de su gran experiencia. Por eso, su primera reacción es de
espanto, porque «nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido» (Canetti, Masa y poder).
Al principio de la historia vimos a maese Cereza negar lo
maravilloso, cerrarse a lo que excede a su pequeño mundo utilitario, pequeño y controlable.
El pescador verde realiza una operación similar: intenta negar lo desconocido,
conjurar su miedo, encasillando lo desconocido como algo conocido aunque sea a
costa de concederle una cierta peculiaridad. Trata de clasificar a Pinocho como
uno de los peces que ya conoce: «Será un cangrejo de mar».
Pinocho intenta sacarlo de su error:
«Para que se entere, soy un muñeco».
Pinocho reclama su identidad, su radical distinción respecto
a los peces. De nada le sirve. El pescador verde ha decido que es un pez y, al
oír que se trata de un muñeco exclama:
«¿Un muñeco? Debo confesar que el pez-muñeco es nuevo para
mí. Mejor así. Te comeré con más gusto; Meglio così! ti mangierò più volentieri».
Ahora el pescador ya no está asustado: ha logrado asimilar
lo desconocido a lo conocido. Este muñeco es extraño, ciertamente, pero su
novedad se da dentro del ámbito conocido: es un pez, algo conocido, comestible
y sabroso. De modo que el pez-muñeco ya no es temido sino que despierta el
deseo de un nuevo sabor: «te comeré con más gusto».
El pescador se ha tranquilizado, vuelve a dominar la
situación. Quien empieza a ponerse nervioso se Pinocho:
«¿Comerme? Pero ¿quiere entender que no soy un pez? ¿No ve
que hablo y razono como usted?».
Hablar y razonar son actos específicamente humanos, son
acciones que manifiestan una naturaleza racional, una naturaleza que no se
limita a los aspectos físicos. Pinocho es corpóreo pero en él, el cuerpo ni lo es
todo ni es lo mejor.
El pescador verde se niega a valorar adecuadamente las
obvias dimensiones racionales del muñeco: eso le obligaría a aceptar una
distinción inconmensurable entre los (otros) peces y el pez-muñeco que ya no
sería pez, que sería desconocido y, por eso mismo, temible.
No. El pez-muñeco ha de ser, como todo pez, comido. Si es
racional, será tratado con miramiento, con el debido respeto; i dovuti riguardi, es decir, le dejará
elegir «cómo quiere ser cocinado».
El pescador asume la actitud reductivista, el enfoque romo que
mide todo según categorías previas.
Es, en ese sentido, un símbolo de la
naturaleza que trata por igual a irracionales y a racionales: no repara en aspectos
como la racionalidad o la dignidad: «La crueldad inocente de aquel monstruo,
que parecía un gran lagarto erguido sobre las patas traseras, es la misma de
los fenómenos físicos, que frente al espíritu y sus ansias son totalmente
ignorantes e indiferentes. En manos de la naturaleza, que es sorda ante toda
voz del intelecto y ciega frente a toda sublimidad, el hombre no puede sino
experimentar angustia» (Biffi,
Contro Maestro Ciliegia, 177).
El pescador verde, como símbolo de la naturaleza que trata a todos por igual
genera, efectivamente, angustia.
Pinocho ve que su evidente diferencia con los peces no va a ser tenida en
cuenta. No le sirve de nada razonar y hablar y empieza a sentirse perdido, la
angustia le oprime, «empezó a llorar, a chillar y a pedir clemencia».
Desde la óptica del pescador, Pinocho tiene que ser un pez,
quizá un cangrejo. No puede ser otra
cosa. Si es un muñeco, será pez-muñeco y, como todo pez, será comido. Si
razona, tendrá la posibilidad de elegir el modo en que será frito.
La etiqueta dice sobre todo del modo de ver el mundo del
etiquetador, casi nada de lo etiquetado: nada sabremos del pez-muñeco o, más
estrictamente, acabaremos sabiendo a qué sabe ese nuevo pez cuando esté bien
frito.
Pinocho se lamenta, se resiste con todas sus fuerzas… pero
lo mismo hacen los (otros) peces. Ese comportamiento ya es familiar para el
pescador y por eso, sabe cómo tratarlo y Pinocho acaba en el mismo sitio que
los otros peces.
El proceso sigue su curso: enharina los peces y los va
friendo. Primero las merluzas, luego los mújoles, los lenguados, los boquerones
y, por fin, le tocó el turno a Pinocho que ya se veía al borde de la muerte. El
pescador lo trata con exquisita igualdad: lo enharinó, «lo agarró por la cabeza
y…».
Y todo parece indicar que esta vez, el haberse alejado de la
escuela, el haber abandonado su formación, va a acabar de modo irreparable.
Pinocho está, en cualquier caso, en una pésima situación. Veremos,
en la próxima entrada, en qué acaba esto.
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