jueves, 16 de noviembre de 2017

¿Mantenerse joven?

Madurar en una profesión significa dominar las exigencias que ésta comporta, saber qué se puede y qué no se puede hacer. Lo contrario es no saber (ser ignorante) en qué consiste esa tarea.
El joven, por serlo, vive en la ignorancia de lo que será; vive en la búsqueda de sí mismo. Por eso aún no está en condiciones de asumir deberes (dice Aristóteles que, por serlo, el joven es incapaz de amistad: al no poseerse, no puede entregarse). El joven está vertido al futuro: al no ser nada, vive como si tuviera que experimentarlo todo, probarlo todo; es todo posibilidad, poca realidad. Tiene que determinarse, concretar la meta de su existencia, elegir la tarea en la que empeñará sus esfuerzos. Tiene, en una palabra, que aprender a vivir y aprender que realizarse es, estrictamente, “hacerse real” o, más precisamente, “hacer real la mejor posibilidad”.

De ahí, si lo entiendo bien, la perplejidad de Ortega ante los ancianos con chandal y peluquín. Y ahí lo dejo. Por si interesa:

«Esta esquividad para toda obligación explica, en parte, el fenómeno, entre ridículo y escandaloso, de que se haya hecho en nuestros días una plataforma de la «juventud» como tal. Quizá no ofrezca nuestro tiempo rasgo más grotesco. Las gentes, cómicamente, se declaran «jóvenes» porque han oído que el joven tiene más derechos que obligaciones, ya que puede demorar el cumplimiento de éstas hasta las calendas griegas de la madurez. Siempre el joven, como tal, se ha considerado eximido de hacer o haber hecho ya hazañas. Siempre ha vivido de crédito. Esto se halla en la naturaleza de lo humano. Era como un falso derecho, entre irónico y tierno, que los no jóvenes concedían a los motes. Pero es estupefaciente que ahora lo tomen éstos como un derecho efectivo, precisamente para atribuirse todos los demás que pertenecen sólo a quien haya hecho ya algo»,
Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.

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