Ollanta: El poder, la muerte y el
perdón
Manuel Ballester
Las aspiraciones humanas (nobles o infames, tanto da) chocan
muchas veces con la realidad. Y ese combate entre deseos y posibilidades es la
vida, marcada tantas veces con el signo de la tragedia.
Ollanta, Olllantay o Apu Ollantay es un drama, una pasión amorosa entre la princesa CCusi Ccoyllu y el general Ollanta, amor que choca con la razón de Estado.
Discuten los estudiosos si Ollantay fue escrito originalmente en quechua o en español recogiendo
tradiciones precolombinas; por otra parte, es de señalar que la bella sonoridad
del Quechua se ha trasladado de varios modos; así, donde algunos escriben
Ccoyllu, otros optan por Quyllur; y así con todo.
Sea como fuere, es de destacar que Ollantay narra algo que trasciende a la cultura incaica porque
pertenece a la esencia de lo humano, hable la lengua que hable e independientemente
de los tiempos y los espacios en que habite.
Ollanta y Ccoyllu se aman. Esa es la realidad central de sus
vidas. Pero Ccoyllu, además de amante, es hija del inka Pachacútec; y Ollanta,
además de amante, es general de origen plebeyo al servicio de su señor, el inka
Pachacútec. Que la realidad se acomode al deseo de los amantes no depende de
ellos.
La pretensión de Ollanta, desposar a Ccoyllu sin tener
sangre real, es un riesgo.
Se lo advierte su servidor, Piki
Chaki: «El día que el monarca sepa tus atrevidos pensamientos, la cabeza
te cortará». Se lo advierte también el sabio Willka Uma, aconsejándole que
olvide su intento. Pero Ollanta, guerrero enamorado, sólo aspira a conseguir a
quien puede apagar su sed de infinita felicidad, no concibe una vida sin su
amor:
«- Ollanta: Hallándote enfermo y sediento, ¿lo que debes beber arrojarías?
- Willka Uma: Cuántas veces bebemos la muerte en vasos de oro».
Es un gran peligro. Para el general y para la princesa. Ollanta debiera saberlo, debiera ser consciente de la realidad. Pero quizá piensa que un hombre corriente puede aspirar a una princesa si la ama lo suficiente, si tiene, en suma, alma de príncipe.
La historia, por el contrario, se hace drama y tragedia para
los amantes porque el señor y padre se opone con toda la fuerza de su poder
regio y paterno. Prohíbe y castiga el atrevimiento de los amantes que serán marido
y mujer para siempre… pero sólo un día, sólo una noche.
Pachacútec hace valer su poder para encerrar a la hija… para
siempre e ignorada de todos quedará para siempre. Ollanta hará valer su oficio
y levantará un ejército y un pueblo contra Pachacútec.
El padre e inka muere, pero los actos de los hombres y los
decretos de los reyes sobreviven a los mortales. La rebelión de Ollanta contra
el inka continúa contra Túpac Yupanki, el heredero, quien finalmente vence a
Ollanta.
El vencido es colocado ante lo que exige la ley para un
rebelde: la muerte.
El hombre se constituye, se perfila y se define por sus
relaciones. La relación de Pachacútec se basaba en su poder, era una relación
de dominio respecto a sus súbditos (Ollanta) y su hija (Ccoyllu); la relación de
Ollanta y Ccoyllu era una relación de amor. De ahí la tragedia: nos gustaría
que triunfase el amor; nos duele ver que en la realidad se impone el poder que
separa al señor de los súbditos, al amo de sus sometidos. Duele porque intuimos
que, aunque en muchas ocasiones sea así, podría ser de otro modo… incluso
debería ser de otro modo.
Pachacútec impone la ley, afirma su poder y dominio. Y lleva
al desastre las vidas de su hija y su general. Y atrae la guerra a sus
dominios. Así afirma su poder y pierde todo.
El sucesor, Túpac Yupanki, tras vencer a Ollanta y mostrarle
la muerte hace algo insólito para Pachacútec: «Viste ya tu condena [a muerte]
[…] Voy a rehabilitarte cien veces, diez mil veces». El inka confirma y perdona
al rebelde, y Willka Uma, el sumo sacerdote subraya la enseñanza para que el
lector aprenda y Ollanta no lo olvide: «Ollanta, aprende a conocer el poderío
de Túpac Yupanki, tu adhesión no le falte en adelante y nunca olvides su
perdón; Payta qhátiy kunanmanta, khuyasqantari
unánchay».
Túpac Yupanki muestra su fuerza, su poderío, venciendo al
rebelde. Según la ley, tiene derecho a darle muerte. Pero Túpac muestra su poder
de un modo superior: le devuelve la vida a quien ya se sabía muerto: le vuelve
a otorgar la confianza, es decir, le perdona. Perdonar es poner la relación de
amor por encima de la relación de dominio.
Así afirma su poder y salva todo: el poder, la autoridad y
el amor. Se salva y enaltece a sí mismo. Salva al reino. Salva y reúne,
finalmente, a los amantes.
La tragedia forma parte de la existencia pero la vida incorpora también la esperanza de que el amor nos salve. Y ocurre, quizá siempre, aunque no siempre lo veamos porque no nos sea dado contemplar la vida en su plenitud.
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