Alicia y la maravilla de ser uno mismo
¿Quién soy? ¿Qué me define? Alicia se hace estas preguntas
mientras atraviesa el País de las Maravillas. Pero, ¿no son las mismas que
todos nos hacemos al crecer?
El País de las Maravillas y el viaje del crecimiento
A veces, los niños hacen preguntas que nos descolocan. Todos
hemos sido niños, pero al crecer, o las olvidamos o dejamos de pensar en ellas
porque pertenecían al mundo de la maravilla, mientras que los adultos habitan
el mundo de la utilidad. Madurar tiene la ventaja de ganar autonomía, pero hay
que pagar un precio.
¿Vale la pena responder a un niño? ¿Vale la pena responder una pregunta infantil? No es fácil. Hay que aparcar nuestro mundo de prisas y eficacia y arrodillarse ante el misterio.
Lewis Carroll, seudónimo de un profesor de matemáticas y
lógica, construyó meticulosamente el relato de Alicia. Nadie tan hábil para
torcer la lógica como quien la domina perfectamente. Alicia en el País de las Maravillas no es simplemente una colección
de incoherencias, sino un relato coherente donde incluso sus locuras tienen
propósito. Como dice el gato, “aquí todos estamos locos”, pero la lógica
esencial nunca se rompe.
Es precisamente esta narrativa sólida la que mantiene
nuestra atención y permite múltiples niveles de comprensión.
El Conejo Blanco y el tiempo de los adultos
Los niños disfrutan del cuento por sus personajes y
situaciones absurdas: un conejo parlante que siempre llega tarde, una fiesta de
té interminable, pociones mágicas, gatos que desaparecen, cartas que juegan al
croquet y una reina caprichosa. Todo esto conforma un juego fascinante para la
imaginación infantil.
Sin embargo, Alicia también es una historia sobre el
crecimiento y el cambio. El primer personaje significativo es el Conejo Blanco,
cuya prisa y obsesión con el tiempo introduce un rasgo típicamente adulto. A
diferencia del tiempo infantil, eterno y sin objetivos, los adultos viven
atrapados en un tiempo siempre escaso. Como señala Kierkegaard en Las obras del
amor, «todo comienzo humano está precedido de un tiempo perdido». Los adultos
trabajan y estudian hoy para obtener algo mañana; en cambio, los niños
simplemente viven en el presente jugando. La infancia, por esto mismo, se
recuerda con nostalgia.
La identidad y la pregunta del Gato de Cheshire
El viaje de Alicia, marcado por transformaciones físicas y
absurdos acertijos, aborda directamente el problema de la identidad personal:
«¡Vaya día que estoy pasando! Y pensar que ayer mismo todo
sucedía como de costumbre… ¿Será que he cambiado durante la noche? Vamos a ver
¿era yo la misma cuando me levanté esta mañana? […] Pero si ya no soy la misma,
entonces ¿quién demonios soy? ¡Ahí está el intríngulis!: the great puzzle».
Parménides y Zenón habrían disfrutado con este dilema
lógico: si cambiamos, ¿seguimos siendo nosotros mismos? Alicia se cuestiona su
identidad tras cada transformación física o mental, como cuando olvida poemas
que antes sabía o crece y mengua inesperadamente.
La cuestión culmina en el encuentro con la Oruga, quien pregunta
directamente:
«Puede saberse quién eres tú».
Alicia, vacilante, responde:
«La verdad, señora, es que en
estos momentos no estoy muy segura de quién soy. El caso es que sé muy bien
quién era esta mañana, cuando me levanté, pero desde entonces he debido sufrir
varias transformaciones».
Esto plantea dos perspectivas filosóficas modernas sobre la
identidad:
1. La identidad basada en lo material y corpóreo: Sin
embargo, aunque nuestros cuerpos cambien, seguimos siendo nosotros mismos. Esto
desafía la idea de que la identidad es únicamente física.
2. La identidad basada en la conciencia o el pensamiento:
Aquí se replantea el dualismo platónico-cartesiano, identificando la identidad
con la conciencia o el alma. Pero esto tampoco es suficiente, porque incluso
perdiendo conciencia (por ejemplo, en casos de Alzheimer), la persona sigue
siendo ella misma.
Ambas perspectivas revelan una verdad importante: la
identidad es algo que la persona es, no algo que simplemente tiene o hace.
Narrativa e identidad: la necesidad de un relato
Esta dimensión permanente de nuestra
identidad nos lleva al segundo problema que nos habíamos propuesto abordar: su
estructura narrativa. Saber quiénes somos no es un dato aislado, sino una
cuestión esencial, porque implica estar orientados en un espacio moral: saber
qué merece la pena, qué nos daña, qué tiene significado y qué importa.
Sin embargo, la identidad no es estática;
se trata de un proceso continuo, una trama en desarrollo donde importa lo que
hemos llegado a ser, lo que somos ahora y el horizonte hacia el que nos
dirigimos.
El Gato de Cheshire lo expresa con
claridad cuando Alicia le pregunta qué camino tomar:
«Eso depende en gran parte de a dónde quieras llegar».
Aquí se resume la cuestión central: la identidad no es sólo lo
que hemos sido, porque siempre estamos en transformación. Lo que somos incluye
también el horizonte hacia el que nos dirigimos. No basta con estar en este
mundo de maravillas, hay que saber también a dónde queremos ir.
Y esto significa que la vida humana tiene estructura narrativa, de relato. Por eso los niños perdidos están perdidos: no saben cuentos, carecen de estructuras de sentido, de un relato que les guie, de un espacio humano, moral, que le indica qué les lleva a su plenitud y qué les degrada. Y esa es, en definitiva, la maravilla de ser uno mismo: descubrir y narrar nuestra propia historia Y la vida era eso.
Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:
No hay comentarios:
Publicar un comentario