Lealtad al mundo
La dualidad del mundo
Que en el mundo hay cosas buenas y malas, es una obviedad.
Esto explica que haya dos tipos de personas en principio
irreconciliables: el pesimista y el optimista. Ambas opciones son básicamente
idénticas en cuanto que absolutizan uno de los aspectos del mundo y niegan el
otro. El optimista se aferra a las bondades del mundo, mientras que el
pesimista lo percibe únicamente en sus tonos más sombríos.
La ironía
Con uno de esos giros tan del gusto de Chesterton, ironiza y pone en perspectiva estos extremos: «Llegué a la conclusión de que el optimista pensaba que todo era bueno, excepto el pesimista, y que el pesimista pensaba que todo era malo, excepto él mismo». Este comentario suaviza los extremos en cuanto que, por una parte, el optimista no puede considerar bueno al pesimista (por tanto, no todo es bueno) y, por otro lado, el pesimista se considera a sí mismo bueno (por tanto, no todo es malo).
El desapego
Aparte
las contradicciones teóricas de este tipo de planteamientos enfrentados, cabe
señalar (y esto es de suma importancia) una coincidencia básica: juzgan el
mundo, las cosas, la vida… todo, como si no fuera con ellos, como si ellos no
formaran parte del mundo, como si su valoración fuese la de un experto externo
valorando una propiedad, una finca o un inmueble. Por decirlo con Chesterton:
«critican este mundo como si estuviesen buscando casa», como si la vida y el
cosmos que analizan no fuera con ellos y pudieran optar por rechazarla y buscar
otra casa, otro mundo, otra vida.
Eso
comparten y eso es un error gravísimo: esta es nuestra tierra, nuestro hogar,
nuestra vida y nuestro mundo… hombres, vida y mundo con aspectos buenos (en los
que se apoya la perspectiva optimista) y malos (en los que se hace fuerte el
pesimista).
El mundo de los elfos y las hadas
En el
capítulo anterior (Ética en la tierra de
los elfos) Chesterton mostró que el mundo se nos muestra simultáneamente
como extraño y atractivo, y por eso mismo ese mundo y esa vida se plasma
adecuadamente mediante el sentimiento de pertenencia al mundo
que leemos en los cuentos de hadas.
Sentimos
que hay reglas que regulan el mundo humano (hay que conducir por la derecha) o
el mundo físico (cargas iguales se repelen) como hay reglas que regulan el
mundo de las hadas (hay que abandonar el baile a las doce) porque tras ese
mundo y esa vida aletea la maravilla, la nostalgia, de una inteligencia y una
voluntad que ha decidido que las cargas iguales se repelan, que el baile cese a
las doce y que hay que conducir por la derecha.
Al
visitar el país de las hadas, sentimos que ahí está nuestro hogar, nuestro
maravilloso hogar. Y sentimos gratitud… y no es irracional buscar a quien
manifestar nuestra gratitud.
Compromiso con el mundo
Si en
el capítulo anterior sentimos todo eso, aquí se da un paso más. Se trata ahora
de tomar conciencia de que a este mundo pertenecemos: esta es nuestra realidad
y nuestra vida. No estamos en condiciones de elegir otra realidad porque esta
es nuestra tierra, a ella pertenecemos, es nuestra patria. Y aquí hay, es una
obviedad, cosas buenas y malas. Pero ni el optimismo ni el pesimismo son
razonables.
Si a
este mundo pertenecemos, nuestra razonable actitud básica es la lealtad. Antes
que el análisis que conduce al optimismo o al pesimismo, nuestra actitud ha de
ser considerarlo en su realidad, sin exagerar sus virtudes (que realmente los
tiene) ni cegarnos para sus defectos (también reales). Eso se llama
patriotismo. El patriotismo es la actitud realista que tiene su fuente en el
amor y se manifiesta en lealtad.
El amor realista
«El amor no es ciego; eso es lo último que es; Love is not blind». El amor es clarividente; ve lo
que los otros no ven: la necesidad de impulsar la reforma. Sólo el amor hace
eso.
El
pesimista considera el mundo, la vida, los hombres, irremediablemente perdidos…
no vale la pena pelear para mejorar nada. El optimista cierra los ojos a las carencias:
El optimista es un forofo, «está menos inclinado a la reforma de las
cosas; más inclinado a una especie de respuesta oficial de primera fila a todos
los ataques, calmando a todos con seguridades».
Sólo el amor tiene paciencia con lo deficiente del mundo y
de la vida. Sólo quien ama entiende que «la cuestión no es que este mundo sea demasiado triste para amarlo o
demasiado alegre para no amarlo; la cuestión es que cuando se ama una cosa, su
alegría es una razón para amarla, y su tristeza una razón para amarla más; when you do love a thing, its gladness is a
reason for loving it, and its sadness a reason for loving it more».
La vida y el mundo como hogar
Amar el
mundo se traduce en ver su bondad (como hace el optimista) sin considerarla
suficiente o ya acabada; significa también percibir sus carencias, sus
deficiencias (como hace el pesimista), pero sin desesperarse, sin considerarlo
causa perdida. Amar al mundo, por eso, se traduce en querer pelear lealmente
para mejorar la realidad y la vida, que son nuestra patria y nuestro hogar.
Amar al
mundo sabiéndose criatura creada, sabiéndolo creado. Por eso, el mundo y la
vida «no debe ser objeto directo de obediencia: debe ser disfrutada, no
adorada; must not be made the direct
object of obedience; it must be enjoyed, not worshipped».
Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), febrero 2025, nº 90, pp. 24-25:
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