miércoles, 19 de febrero de 2025

Lealtad al mundo

 




Lealtad al mundo

 A propósito de Ortodoxia, V

 

 

La dualidad del mundo

Que en el mundo hay cosas buenas y malas, es una obviedad.

Esto explica que haya dos tipos de personas en principio irreconciliables: el pesimista y el optimista. Ambas opciones son básicamente idénticas en cuanto que absolutizan uno de los aspectos del mundo y niegan el otro. El optimista se aferra a las bondades del mundo, mientras que el pesimista lo percibe únicamente en sus tonos más sombríos.

La ironía

Con uno de esos giros tan del gusto de Chesterton, ironiza y pone en perspectiva estos extremos: «Llegué a la conclusión de que el optimista pensaba que todo era bueno, excepto el pesimista, y que el pesimista pensaba que todo era malo, excepto él mismo». Este comentario suaviza los extremos en cuanto que, por una parte, el optimista no puede considerar bueno al pesimista (por tanto, no todo es bueno) y, por otro lado, el pesimista se considera a sí mismo bueno (por tanto, no todo es malo).

El desapego

Aparte las contradicciones teóricas de este tipo de planteamientos enfrentados, cabe señalar (y esto es de suma importancia) una coincidencia básica: juzgan el mundo, las cosas, la vida… todo, como si no fuera con ellos, como si ellos no formaran parte del mundo, como si su valoración fuese la de un experto externo valorando una propiedad, una finca o un inmueble. Por decirlo con Chesterton: «critican este mundo como si estuviesen buscando casa», como si la vida y el cosmos que analizan no fuera con ellos y pudieran optar por rechazarla y buscar otra casa, otro mundo, otra vida.

Eso comparten y eso es un error gravísimo: esta es nuestra tierra, nuestro hogar, nuestra vida y nuestro mundo… hombres, vida y mundo con aspectos buenos (en los que se apoya la perspectiva optimista) y malos (en los que se hace fuerte el pesimista).

El mundo de los elfos y las hadas

En el capítulo anterior (Ética en la tierra de los elfos) Chesterton mostró que el mundo se nos muestra simultáneamente como extraño y atractivo, y por eso mismo ese mundo y esa vida se plasma adecuadamente mediante el sentimiento de pertenencia al mundo que leemos en los cuentos de hadas.

Sentimos que hay reglas que regulan el mundo humano (hay que conducir por la derecha) o el mundo físico (cargas iguales se repelen) como hay reglas que regulan el mundo de las hadas (hay que abandonar el baile a las doce) porque tras ese mundo y esa vida aletea la maravilla, la nostalgia, de una inteligencia y una voluntad que ha decidido que las cargas iguales se repelan, que el baile cese a las doce y que hay que conducir por la derecha.

Al visitar el país de las hadas, sentimos que ahí está nuestro hogar, nuestro maravilloso hogar. Y sentimos gratitud… y no es irracional buscar a quien manifestar nuestra gratitud.

Compromiso con el mundo

Si en el capítulo anterior sentimos todo eso, aquí se da un paso más. Se trata ahora de tomar conciencia de que a este mundo pertenecemos: esta es nuestra realidad y nuestra vida. No estamos en condiciones de elegir otra realidad porque esta es nuestra tierra, a ella pertenecemos, es nuestra patria. Y aquí hay, es una obviedad, cosas buenas y malas. Pero ni el optimismo ni el pesimismo son razonables.

Si a este mundo pertenecemos, nuestra razonable actitud básica es la lealtad. Antes que el análisis que conduce al optimismo o al pesimismo, nuestra actitud ha de ser considerarlo en su realidad, sin exagerar sus virtudes (que realmente los tiene) ni cegarnos para sus defectos (también reales). Eso se llama patriotismo. El patriotismo es la actitud realista que tiene su fuente en el amor y se manifiesta en lealtad.

El amor realista

«El amor no es ciego; eso es lo último que es; Love is not blind». El amor es clarividente; ve lo que los otros no ven: la necesidad de impulsar la reforma. Sólo el amor hace eso.

El pesimista considera el mundo, la vida, los hombres, irremediablemente perdidos… no vale la pena pelear para mejorar nada. El optimista cierra los ojos a las carencias: El optimista es un forofo, «está menos inclinado a la reforma de las cosas; más inclinado a una especie de respuesta oficial de primera fila a todos los ataques, calmando a todos con seguridades».

Sólo el amor tiene paciencia con lo deficiente del mundo y de la vida. Sólo quien ama entiende que «la cuestión no es que este mundo sea demasiado triste para amarlo o demasiado alegre para no amarlo; la cuestión es que cuando se ama una cosa, su alegría es una razón para amarla, y su tristeza una razón para amarla más; when you do love a thing, its gladness is a reason for loving it, and its sadness a reason for loving it more».

La vida y el mundo como hogar

Amar el mundo se traduce en ver su bondad (como hace el optimista) sin considerarla suficiente o ya acabada; significa también percibir sus carencias, sus deficiencias (como hace el pesimista), pero sin desesperarse, sin considerarlo causa perdida. Amar al mundo, por eso, se traduce en querer pelear lealmente para mejorar la realidad y la vida, que son nuestra patria y nuestro hogar.

Amar al mundo sabiéndose criatura creada, sabiéndolo creado. Por eso, el mundo y la vida «no debe ser objeto directo de obediencia: debe ser disfrutada, no adorada; must not be made the direct object of obedience; it must be enjoyed, not worshipped».



Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), febrero 2025, nº 90, pp. 24-25:

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https://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion%2090%C2%A9.pdf

Enlace Revista (visualización en línea formato libro)

https://www.calameo.com/read/000552592eb3eada6002d

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