viernes, 14 de febrero de 2025

¿Nos convertimos en lo que hacemos? Kafka y la transformación

 






¿Nos convertimos en lo que hacemos? Kafka y la transformación



Si robas, te conviertes en ladrón. Si estudias cada día, llegas a ser un experto en tu campo. Si mientes, te conviertes en un mentiroso.

Cambiar, transformarnos en algo, es una constante en el ser humano. Por eso, La metamorfosis de Kafka es una obra que tiene que ver con nosotros; porque habla de una transformación.

La novela de Franz Kafka nos cuenta la historia de Gregor Samsa, un hombre que un día despierta convertido en un insecto. Pero, ¿y si esta transformación no fuera un accidente? ¿Y si Kafka nos estuviera diciendo algo sobre la vida, el trabajo y la identidad?

Gregor es una persona honesta y trabajadora; en su empresa no tienen motivo de queja. Es cumplidor y competente en su labor y, gracias a eso, mantiene a su familia.

Por eso, resulta llamativo que, a pesar de hacer todo “bien”, su transformación lo convierta en un insecto, en algo despersonalizado e infrahumano. A primera vista, parece injusto. Sin embargo, si lo pensamos detenidamente, los insectos sociales como las hormigas o las abejas también son trabajadores incansables, cumplidores y sostienen a sus respectivas sociedades gracias a una dedicación absoluta: exactamente igual que Gregor.

Esta transformación deshumanizadora es un rasgo del hombre moderno que Kafka señala con agudeza. Hay ideologías emancipadoras que han interpretado este punto como una denuncia del trabajo en la modernidad, argumentando que las estructuras capitalistas son alienantes. Ese estilo de vida degrada al hombre y lo convierte en una pieza más de la maquinaria de producción. Y, naturalmente, esta condición se siente como injusta, lo cual alimenta el impulso hacia la revolución.

Todo este proceso está marcado por la idea de la necesidad: es necesario que el individuo trabaje, es necesario que el trabajo sea alienante, es necesario que todo funcione bajo esa lógica ineludible. ¿Pero es realmente necesario? Para los insectos, sí. Para las sociedades cerradas, también.

Las sociedades cerradas y la alienación

¿Qué es una sociedad cerrada? Un hormiguero, un rebaño, algunas comunidades humanas. Una sociedad cerrada se mantiene viva gracias a que cada individuo tiene asignada una función, que realiza perfectamente. En este tipo de sociedad, el individuo sólo existe para la colectividad: lo fundamental es el sistema, mientras que el individuo (hormiga, persona o robot, tanto da) es reemplazable. De alguna manera, una sociedad cerrada se parece más a un mecanismo que a un organismo, porque ahí todo es necesario… salvo el individuo.

Por eso nos revelamos ante la injusta transformación de Gregor. Esa transformación es real pero no debiera serlo. Es real, porque (ahí tienen razón los análisis emancipatorios) hay mucha gente atrapada en la rutina, convertida en un simple engranaje y nada más. Pero es injusto, porque esa no es la vida que nos corresponde.

La sociedad abierta y la persona

Veamos un ejemplo para ilustrarlo. Recordemos el inicio de Pinocho, donde encontramos a dos carpinteros frente al trozo de madera que se transformará en muñeco. Uno de ellos, Maese Cereza, sólo ve en la madera dos posibilidades reales: quemarla en una hoguera o convertirla en pata de mesa. Se niega a considerar algo más y, con ello, construye su vida como la de una hormiga: limitada a la necesidad. Pero esto no es inevitable. Geppetto, en cambio, ve nuevas posibilidades y se adentra en el campo de juego de la libertad y la creatividad, contribuyendo a crear una sociedad abierta, que se funda sobre la apertura y la ilusión.

Una sociedad abierta no es un grupo de ilusos, sino de personas ilusionadas, capaces de reconocer y aprovechar las mejores posibilidades de la realidad. Es una comunidad donde el individuo importa, donde trabaja, aporta y desempeña una tarea, pero, sobre todo, una sociedad que existe para servir a la persona.

Sentimos íntimamente que esa es nuestra auténtica naturaleza. Por eso, sentirnos como un insecto es sentir que nuestra vida ha fracasado. Es injusto y frustrante. Y hay vidas así, como la de Maese Cereza o Gregor Samsa, atrapadas en una existencia mecánica y sin sentido.

Pero también hay quienes, por la forma en que se integran en sus relaciones familiares, profesionales y sociales, potencian su humanidad. No es necesario resignarse a las posibilidades más pobres: sólo la hormiga vive necesariamente bajo esos patrones. El hombre, en cambio, cuando elige guiarse por ellos, decide degradarse y vivir en el desasosiego y en la alienación.

La advertencia de Kafka

Kafka deja una advertencia: no nos despertamos un día convertidos en otra cosa de la nada. Nos transformamos gradualmente con cada acción que realizamos.

La cuestión de en qué nos convertimos no depende tanto de lo que hacemos (si fabricamos patas de mesa, como Maese Cereza, o vendemos seguros, como Gregor Samsa), sino de cómo miramos el mundo y de si buscamos realizar las mejores posibilidades. Porque sólo así nos transformaremos en nuestra mejor versión, viviendo nuestra vida individual y única en plenitud. Y se trataba de eso. La vida era eso.



Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:

https://youtu.be/ZjpALnWJLCI?si=4EhFl4l-LNd2ndxa







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