¿Nos convertimos en lo que hacemos? Kafka y la transformación
Si robas, te conviertes en ladrón. Si estudias cada día,
llegas a ser un experto en tu campo. Si mientes, te conviertes en un mentiroso.
Cambiar, transformarnos en algo, es una constante en el ser humano. Por eso, La metamorfosis de Kafka es una obra que tiene que ver con nosotros; porque habla de una transformación.
La novela de Franz Kafka nos cuenta la historia de Gregor
Samsa, un hombre que un día despierta convertido en un insecto. Pero, ¿y si
esta transformación no fuera un accidente? ¿Y si Kafka nos estuviera diciendo
algo sobre la vida, el trabajo y la identidad?
Gregor es una persona honesta y trabajadora; en su empresa
no tienen motivo de queja. Es cumplidor y competente en su labor y, gracias a
eso, mantiene a su familia.
Por eso, resulta llamativo que, a pesar de hacer todo
“bien”, su transformación lo convierta en un insecto, en algo despersonalizado
e infrahumano. A primera vista, parece injusto. Sin embargo, si lo pensamos
detenidamente, los insectos sociales como las hormigas o las abejas también son
trabajadores incansables, cumplidores y sostienen a sus respectivas sociedades
gracias a una dedicación absoluta: exactamente igual que Gregor.
Esta transformación deshumanizadora es un rasgo del hombre
moderno que Kafka señala con agudeza. Hay ideologías emancipadoras que han
interpretado este punto como una denuncia del trabajo en la modernidad,
argumentando que las estructuras capitalistas son alienantes. Ese estilo de
vida degrada al hombre y lo convierte en una pieza más de la maquinaria de
producción. Y, naturalmente, esta condición se siente como injusta, lo cual
alimenta el impulso hacia la revolución.
Todo este proceso está marcado por la idea de la necesidad:
es necesario que el individuo trabaje, es necesario que el trabajo sea
alienante, es necesario que todo funcione bajo esa lógica ineludible. ¿Pero es
realmente necesario? Para los insectos, sí. Para las sociedades cerradas,
también.
Las sociedades cerradas y la alienación
¿Qué es una sociedad cerrada? Un hormiguero, un rebaño,
algunas comunidades humanas. Una sociedad cerrada se mantiene viva gracias a
que cada individuo tiene asignada una función, que realiza perfectamente. En
este tipo de sociedad, el individuo sólo existe para la colectividad: lo
fundamental es el sistema, mientras que el individuo (hormiga, persona o robot,
tanto da) es reemplazable. De alguna manera, una sociedad cerrada se parece más
a un mecanismo que a un organismo, porque ahí todo es necesario… salvo el
individuo.
Por eso nos revelamos ante la injusta transformación de
Gregor. Esa transformación es real pero no debiera serlo. Es real, porque (ahí
tienen razón los análisis emancipatorios) hay mucha gente atrapada en la
rutina, convertida en un simple engranaje y nada más. Pero es injusto, porque
esa no es la vida que nos corresponde.
La sociedad abierta y la persona
Veamos un ejemplo para ilustrarlo. Recordemos el inicio de Pinocho,
donde encontramos a dos carpinteros frente al trozo de madera que se transformará
en muñeco. Uno de ellos, Maese Cereza, sólo ve en la madera dos posibilidades
reales: quemarla en una hoguera o convertirla en pata de mesa. Se niega a
considerar algo más y, con ello, construye su vida como la de una hormiga:
limitada a la necesidad. Pero esto no es inevitable. Geppetto, en cambio, ve
nuevas posibilidades y se adentra en el campo de juego de la libertad y la
creatividad, contribuyendo a crear una sociedad abierta, que se funda
sobre la apertura y la ilusión.
Una sociedad abierta no es un grupo de ilusos, sino de
personas ilusionadas, capaces de reconocer y aprovechar las mejores
posibilidades de la realidad. Es una comunidad donde el individuo importa,
donde trabaja, aporta y desempeña una tarea, pero, sobre todo, una sociedad que
existe para servir a la persona.
Sentimos íntimamente que esa es nuestra auténtica
naturaleza. Por eso, sentirnos como un insecto es sentir que nuestra vida ha
fracasado. Es injusto y frustrante. Y hay vidas así, como la de Maese Cereza o
Gregor Samsa, atrapadas en una existencia mecánica y sin sentido.
Pero también hay quienes, por la forma en que se integran en
sus relaciones familiares, profesionales y sociales, potencian su humanidad. No
es necesario resignarse a las posibilidades más pobres: sólo la hormiga vive
necesariamente bajo esos patrones. El hombre, en cambio, cuando elige guiarse
por ellos, decide degradarse y vivir en el desasosiego y en la alienación.
La advertencia de Kafka
Kafka deja una advertencia: no nos despertamos un día
convertidos en otra cosa de la nada. Nos transformamos gradualmente con cada
acción que realizamos.
La cuestión de en qué nos convertimos no depende tanto de lo
que hacemos (si fabricamos patas de mesa, como Maese Cereza, o vendemos
seguros, como Gregor Samsa), sino de cómo miramos el mundo y de si buscamos
realizar las mejores posibilidades. Porque sólo así nos transformaremos en
nuestra mejor versión, viviendo nuestra vida individual y única en plenitud. Y
se trataba de eso. La vida era eso.
Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:
https://youtu.be/ZjpALnWJLCI?si=4EhFl4l-LNd2ndxa
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