martes, 4 de junio de 2013

13. El hostal del Cangrejo rojo

Jaime Ballester (2013)




«¡Voy con vosotros; Vado con voi!».

Así terminaba el último capítulo. Pinocho elige siempre el camino difícil, peligroso, que le aleja de la fidelidad a sí mismo.

Caminando sin parar, al anochecer llegaron agotados a la posada del Cangrejo Rojo.

El rojo es color de fuego que, para Pinocho, significa peligro. Y el cangrejo un animal que anda hacia atrás. La evolución de Pinocho es negativa: con mucho esfuerzo sólo está consiguiendo retroceder, ponerse en peligro.

¿A qué viene tanto viajar? Puede ser que quieran alejarlo de casa, cansarlo, desorientarlo, hacer de él un bobo, un bobalicón.

Entraron en la posada. Ninguno de los tres tenía apetito. No obstante, se pusieron a comer. Tanto la Zorra como el Gato cenaron opíparamente. No tienen por qué mentir en la cena. Pero la ocultación, el fingimiento y el engaño son en ellos conductas habituales que progresivamente han ido configurando lo que son. Al principio, quizá mentían como un procedimiento para obtener algo; ahora mienten porque son mentirosos.

Tras la cena piden dos habitaciones: una para il signor Pinocchio y otra para ellos, advirtiendo al posadero que los despierte a medianoche pues han de salir temprano. El posadero guiña el ojo para indicar que ha comprendido cuál es la situación. De este modo, el posadero se convierte en cómplice. El posadero ofrece unos servicios (comida y hospedaje) y cobra por ellos: tanto le da quien le pague. No es malo, no es un estafador. No provoca el mal, pero lo reconoce, lo ampara y se beneficia de él. Se hace así real lo que anunció el Grillo: quienes no guían sensatamente su vida, «el mundo no les depara nada bueno, non avranno mai bene in questo mondo» y así hasta quien, como el posadero, es indiferente, coopera en la desgracia de Pinocho.

Duerme Pinocho. Sueña que se hace realidad lo que le han prometido la Zorra y el Gato. Pero el sueño termina pronto, el posadero lo despierta y lo devuelve a la realidad en la que sus compañeros de viaje se han ido, dejando que sea él quien corra con los gastos de la cena y el hospedaje.

Empieza entonces el viaje nocturno de Pinocho hacia el campo de los milagros. Viaje que ha de emprender a tientas (a tastoni), a ciegas. Y en solitario, ya que quienes le han embarcado en esta nueva aventura lo han dejado solo. El paisaje nocturno es fuente continua de sobresaltos para Pinocho, como ocurriera en aquella lejana primera noche huyendo lejos del hogar.

En ese contexto, ve algo que no le produce temor, «un animalito que relucía con una luz pálida y opaca, como una mariposa dentro de una lámpara de porcelana». Con él entabla un diálogo, le pregunta quién es:
«— Soy la sombra del Grillo-parlante –respondió el animalito con una voz muy débil, que parecía venir del más allá».

Si el Grillo es la conciencia, no es distinto del propio Pinocho. Matarlo, silenciarlo —si fuese posible— no es malo para el grillo, sino para Pinocho. Pero no. No se puede eliminar la voz de la conciencia. Ya vimos que los grillos son frágiles y podemos deshacernos de ellos con un golpe bien asestado. Pero vuelven a surgir, como una sombra, con menos fuerza, como viniendo del más allá. La voz de la conciencia surge una y otra vez. A veces cuando menos se la espera. Cuando más se la necesita, siempre.

No le recrimina que lo haya matado. La cuestión no es esa y no serviría de nada. La cuestión es Pinocho o, más precisamente qué va a hacer Pinocho. Por eso, la sombra sólo quiere orientarlo, señalarle que, una vez más, está transitando por el camino equivocado. Está aún a tiempo de retroceder.

Cuando la conciencia era joven se enfrentó a Pinocho, era fuerte y fue sofocada de un martillazo. Ahora Pinocho ha mejorado, pero ha pasado demasiado tiempo fuera de la realidad, acariciando el sueño y esa fantasía le ha ganado la voluntad.

La conciencia-parlante, el Grillo, susurra:
«No te fíes, muchacho, de quienes prometen hacerte rico de la noche a la mañana. Normalmente, o son locos o embusteros. Créeme, retrocede».

Es el mismo consejo que le dio el Mirlo el día anterior. La zorra y el gato le animan a seguir un camino insensato, quienes van por él lo hacen voluntariamente (mintiendo y engañándose) o porque carecen de razón (los locos). Conviene recordar el simbolismo que empapa la historia. Es posible que se alcance la riqueza sin trabajar, yendo por atajos (estafando o por suerte), pero si hablamos del enriquecimiento personal, de la maduración humana, no caben esas opciones. La lotería o la suerte puede poner tan fácilmente como quitar la fortuna de algunas manos; engañando se pueden conseguir cosas, riquezas; engañándose se puede obtener la fantasía de una buena vida. Pero a una vida buena, una vida plena, no se llega por atajos. Y se trata de eso.

Los avisos del Grillo señalan por dónde discurre la vida sensata, instan a mirar la realidad y dejar de perseguir fantasmas. Pinocho considera que ya ha avanzado suficiente por ese camino y que, si sigue un poco más, pronto se obrará el milagro. De modo que en vez de rescatar lo que aún posee, decide aferrarse a la fantasía. Una y otra vez responde a la sombra del Grillo:
«Quiero continuar; Voglio andare avanti».

Se ha cerrado a los consejos y razones de la propia conciencia. Renuncia a su propio saber. Su empeño es ya empecinamiento. No ve el engaño ni en las toscas astucias de la Zorra y el Gato, ni en la muerte del Mirlo, ni en la actitud del posadero: está obsesionado por el dinero y no ve lo evidente. Ciego para los signos de maldad de los enemigos, sordo para los consejos de los amigos y avisos de la propia conciencia.

En su cerrazón no escucha la vocecilla del Grillo sino para descalificarla porque suena a repetido, es
«la historia de siempre».

Curioso que también la propaganda se base en la repetición de “la historia de siempre”. Pero la cuestión no es la repetición, la cuestión es la excitación del deseo (de la propaganda) o la llamada a la madurez (de la conciencia) y la distinta disposición con que se escucha la historia tantas veces repetida.

Es la última palabra de Pinocho. La decisión es firme. El Grillo no tiene más opción que desaparecer, no sin antes advertirle por última vez que se guarde del relente y de los asesinos. Dichas estas palabras, el Grillo se apagó de golpe y
«el camino quedó más oscuro que antes».

Cuando ha brillado (aunque débilmente) una luz y se apaga, la oscuridad se hace más intensa, el desamparo más radical, el desarraigo más hondo.

Y no presagia nada bueno para el próximo capítulo.

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