Los elefantes temen a los ratones. Todo el mundo lo sabe.
Se da por hecho pero se esconde ahí un gran misterio.
Es sabido, mayormente, por todo tipo de roedores que son
muy, pero que muy listos. Desde los ratones “coloraos” hasta los de
laboratorio, pasando por el ratoncito Pérez, Mickey Mouse o los “marditoh
roedoreh” de Tom y Jerry. Ahí tienen, sin ir más lejos, al que empezó siendo
“el ratón Miguelito” y que hoy, cuando el sistema educativo intenta conseguir
que los chiquillos aprendan inglés, no es otro que el inimitable Mickey Mouse: ¿se imaginan hoy al ratón
Miguelito, así, con ese nombre, sin competencias en lengua extranjera y
pantalón cortito? Pura carne de diversidad, el pobre. Pero no: ahí tenemos un
chavalote jovial, con nombre yanquee
y más verbo que algunos profesores de inglés. Que no parece una rata, vaya.
Tienen eso los roedores, que son pillines. Por el contrario,
el elefante es torpón. Es fuerte, eso sí. Pero lento. No es consciente de su
fuerza, de sus posibilidades. Quizá piense que ese bichito que se mueve tan
rápido tiene idéntica fuerza que él. O más… ya puestos.
Tengo para mí que el misterio del pasmo que produce la rata
radica en la ignorancia del elefante. Y no será la ratita presumida la que lo
saque de su error. Es más, toda la estrategia ratuna consiste en esto: en
espantar al oponente. Así la rata se queda con todo el pastel. Porque hay
pastel.
Resulta que las oposiciones a la enseñanza (el pastel) están
al caer y las espadas están en alto. Durante años las reglas del reparto las
han puesto sólo algunos y, claro, ni las migas han dejado para los que no
estaban en la mesa de negociación.
Cuando alguien osaba denunciar la situación, la ratita
presumida esgrimía su estrategia mamporrera, a ver si había suerte y provocada
una estampida. Se inventó incluso la figura del elefante rosa. Que no existe y,
por eso, nada hay que repartir con él.
Pero esta vez la rata cometió más de una errata. A
diferencia, que ya tenía yo ganas de decirlo, del correo que he recibido. Ni un
sólo error ortográfico, ni una sola salida de tono, claridad, exposición de
argumentos y de objetivos. Resulta que lo que algunos habían pretendido ignorar,
el elefante rosa, se ha cansado de que lo ninguneen. Y aquí está, con su
flamante nombre: PLIMECA.
Me cuentan que el artículo “El interino, la cara bonita y la
isla de Laputa”, publicado por mí hace escasas fechas en La Opinión fue un detonante. Que se han dado cuenta de que el
elefante rosa existe tanto como la ratita presumida. O más… ya puestos. Y si
hasta ahora lograban que las oposiciones y los pactos que afectan al reparto
del pastel fueran favorables sólo a unos era porque no había elefantes rosas en
la negociación.
Problema resuelto: se constituye una plataforma que quiere
estar presente.
Porque se juegan su futuro, su trabajo en la enseñanza: ahí
coinciden con los interinos y, por tanto, tienen tanto derecho los unos como
los otros.
También se juegan, nos jugamos, la calidad de enseñanza.
Porque la calidad de enseñanza nunca supera la calidad de los profesores.
Y nos jugamos todos la legalidad. Porque si la Constitución plasma
el derecho fundamental de igualdad pero resulta que el ratón Miguelito tiene
todo a su favor, no acabamos de ver en qué para esa igualdad. Ni dónde queda el
principio de mérito si resulta que Tom y Jerry pueden trabajar durante años incluso
con insuficientes conocimientos en su materia, mientras que otros que
sobresalen tienen que ir a pintar el elefante de tots els colors del rosa sota un cel de plomb.
No digo yo que PLIMECA tenga toda la razón y los interinos
ninguna. No digo eso. Sí digo que hasta ahora las oposiciones se han organizado
con exclusión de una parte interesada y que eso no parece justo. Que lo sensato
parece ser que se sienten ratones y elefantes a tratar el asunto. Que, además,
eso tan sensato es lo que el liberalismo sostiene: que todos tenemos derecho a tener
nuestros intereses, a defenderlos mediante argumentos, a agruparnos con los que
piensan como nosotros para intentar mejorar las cosas, a buscar alianzas con
quienes nos favorecen e influir así en quienes gobiernan. Puro liberalismo,
pura sensatez, por tanto.
De entrada, por lo dicho, tienen mi simpatía. Yo soy así, en
cuanto que me ponen delante un texto sin errores ortográficos y bien
construido, me pirro. No hace falta un ensayo, basta una cuartilla por una
cara, que la cara es el espejo del alma. Y tienen mi apoyo, porque me parece
que tienen razón. Y también, en lo que depende de mí, puede PLIMECA contar con
el aliento de Ciudadanos para el progreso.
Bienvenidos, PLIMECA. Tendréis que pelear. Tendréis enemigos
zafios y broncos; las ratas, que no van a tolerar fácilmente vuestra presencia.
Tendréis también adversarios dignos que honestamente no ven las cosas como
vosotros. Estos son un tesoro: si sois honestos, os obligarán a revisar
vuestros presupuestos, a profundizar vuestros argumentos, a ser mejores. A esos
se les puede corresponder con una agradecida amistad.
No estáis solos. A raíz del mismo artículo que citáis, han
sido muchos los que se han dirigido a mí diciendo que ya estaba bien, que
habría que hacer… lo que habéis hecho. Y entre esos había algunos cuya única
conexión con la enseñanza es que tienen hijos escolarizados, había también
colegas míos, profesores, algún sindicalista, gente que trabaja en la
administración (alguno de cargo relevante), en fin, una granada y esperanzadora
representación de gente deseosa de que
la enseñanza tome de una vez el buen camino, empezando por seleccionar a los mejores.
Vuestra mera existencia hace más sana nuestra sociedad.
PLIMECA: bienvenidos. Gracias por estar aquí.
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