jueves, 27 de junio de 2013

14.3. En manos de los asesinos

Jaime Ballester (2013)



El mal imaginario es fácilmente vencido en la imaginación, pero esas victorias no nos hacen más fuertes. Todo lo contrario.

Sólo enfrentarse a las dificultades de la vida real nos hace madurar y nos proporciona la alegre esperanza de sentirnos dueños de nuestro destino porque de verdad nos sabemos capaces de responder adecuadamente a lo que pueda ocurrir.

Al inmaduro le ocurre, por el contrario que, de pronto le sorprende y golpea la realidad. Así, aquellos asesinos que no existían, se hacen presentes:
«Están aquí de verdad; Eccoli davvero».

Y con muy malas intenciones. Ahora el mal es real y presente.

En primer lugar, Pinocho intenta salvar su dinero escondiéndolo en la boca; en segundo término, «trató de escapar».

Ya vimos que ante un mal, la reacción natural es el miedo, término que proviene del griego phóbos (de ahí “fobia”), que es un nombre de acción derivado del verbo phébomai que significa “huir”. Cuando el daño es inminente porque no se ha previsto antes, porque no se ha evitado llegar a esa situación, entonces lo más sensato es, precisamente, huir.

Eso intenta Pinocho. Pero ha esperado demasiado y es capturado. Tiene entonces que oír la invitación a elegir:
«¡La bolsa o la vida!».

Intenta resistirse, le amenazan con matarlo. Pero sólo se desespera cuando quien lleva la voz cantante agrava la amenaza:
«Y después de matarte a ti, ¡mataremos también a tu padre!».

Al repetir «también a tu padre» se revela claramente quienes son los dos asesinos. Y al mismo tiempo se revela también quién es Pinocho, pues dice:
«¡No, no, no! ¡A mi pobre padre, no!; No, no, no, il mio povero babbo no!»

Al gritar desesperadamente hace sonar las monedas e indica a los ladrones dónde las ha ocultado.

Pinocho muestra quién es porque ve amenazado lo que él más quiere. Y eso es lo que somos ya que «la alegría y el amor son las fuentes más hondas del ser y la acción morales» (Scheler, Ética). En ese sentido, recuerda Nietzsche al comienzo de La genealogía de la moral la vieja sentencia: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”.

La interioridad no es algo vacío. Por el contrario, ahí radica el núcleo esencial de nuestra personalidad: lo que amamos y tememos, lo que queremos y aborrecemos… nuestras fortalezas y debilidades. Por eso, cuando se toca ese núcleo esencial, cuando somos conscientes de lo que somos, entonces cobramos fuerza.

Así ocurre con Pinocho, el horror a perder lo que ama profundamente le da fuerzas para escapar al peligro. Pelea, arrancando la zarpa a uno de los asesinos. Cobra ánimo y se libera.

Huye, descansa en un pino pero los asesinos saben cuál es su punto débil e incendian el árbol. Vuelve a huir superando dificultades. Pero los asesinos tampoco se cansan y lo persiguen.

¿Volverán a alcanzarlo o logrará escapar? La próxima entrada nos traerá la respuesta.

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